México.09.01.94. En la política mexicana siempre ha sido más
difícil saber quien es el "tapado" del partido oficial que el
próximo gobernante constitucional. Porque invariablemente, hacia
el quinto año del sexenio presidencial empiezan las conjeturas y,
si algún candidato se mueve antes de tiempo, no sale en la foto.

Desde 1929 el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ejerció
el dominio absoluto del Estado. Si en 1994 la tradición se
confirma, el nuevo candidato del oficialismo, Luis Donaldo
Colosio (43), ex secretario de Desarrollo Social, será el nuevo
presidente de México hasta el año 2000.

Con la ligereza propia de su oficio, el escritor Mario Vargas
Llosa ha calificado al PRI de "dictadura perfecta". Pero Octavio
Paz sostiene que es una "democracia imperfecta". En cambio,
Gabriel García Márquez, comensal de cuanta boda política aparece,
asegura que con el candidato lo une "una gran amistad" y que la
postulación de Colosio es "bien merecida".

En todo caso, la complejidad del régimen político mexicano es,
cuando menos, fascinante. Y entre las múltiples consideraciones
que ha merecido, destaca la que en 1972 transmitió Cho-en-Lai en
Pekín al presidente visitante Luis Echeverría: "Ningún país en el
mundo, excepto México, sabe lo que es vivir al lado de otro,
imperialista".

Desde la cuna, los mexicanos crecen con un sentimiento de
amor-odio por los Estados Unidos: "... ni contigo ni sin tí/
tienen mis males remedio/ contigo porque me matas/ sin tí porque
me muero...". El periodista Alan Riding, del New York Times,
resumió el conflicto en dos palabras: "Vecinos Distantes", título
de su libro sobre México, el más leído de los años ochenta.

Aliados y enemigos, socios y dependientes, la historia de las
relaciones entre ambos países ha sido la del encuentro y el
desencuentro, la del fuerte y el débil, pues a más de la siempre
tensa frontera común, el 75% de las exportaciones mexicanas y el
70% de las importaciones dependen del gigante del norte.

No obstante, la pregunta que los críticos del sistema evaden
sistemáticamente es una sola: ¿cómo pudo México salvarse del
aciago destino de las repúblicas centroamericanas y caribeñas en
casi dos siglos de historia republicana?

Indiscutiblemente, parte de la respuesta radica en la poderosa
identidad cultural de los mexicanos y en la singularidad de su
nacionalismo político. Fuerza centrípeta de paternalismo
populista y caudillismo autoritario, conservadorismo y
progresivo, insurrección armada y represión violenta, férreo
control sindical y tráfico de influencias, lealtades y
traiciones, feudalismo premoderno y reconversión tecnológica
postindustrial, el nacionalismo mexicano ha sido todo esto y más
en un solo paquete ideológico, imposible de etiquetar.

En 1910, la Revolución de Franciso Madero acabó con la tiranía de
Porfirio Díaz (1875-1910), ex liberal cuya gloria de héroe
nacional contra la invasión francesa de Maximilano se agotó en el
despotismo y el feudalismo que combatieron los independentistas
de 1810 dirigidos por Hidalgo y Morelos y los constituyentes
liberales de Benito Juárez en 1857. Dos consignas expresaron la
rebelión nacional de Madero: "Sufragio efectivo, no reelección" y
"Tierra y Libertad". Uno de cada cuatro mexicanos, posiblemente
un millón, derramó su sangre en el torbellino revolucionario
posterior".

Finalmente, la Revolución se institucionalizó (1917) y, a
diferencia de los bolcheviques, los mexicanos saldaron cuentas
con el rencor enalteciendo la memoria de todos los dirigentes y
caudillos de la epopeya insurreccional: Venustiano Carranza,
asesino de Emiliano Zapata; Alvaro Obregón, asesino de su
compadre Obregón y fundador del Partido Nacional Revolucionario
(PNR, rebautizado en 1946 "Revolucionario Institucional" -PRI0-).

De la sangre y la violencia surgió la singular trama orgánica que
integró al PRI en un mosaico de vertientes ideológicas. Con la
versión oficial de la Revolución todo. Fuera, nada. La
principal avenida de la ciudad de México se llama Insurgente,
Reforma la otra, y las cuatro patas del Monumento a la Revolución
custodian las cenizas de los líderes que modelaron el país en el
siglo XX.

Al empezar la década del 40, las corrientes conservadoras del PRI
conjuraron las formas radicales reformistas de Lázaro Cárdenas
(1935-40) y las dejaron en meras reformas. Manuel Avila Camacho
(1940-46) fue el escogido para controlar el Estado que, ya con
Obregón, se había comprometido a salvaguardar los intereses
norteamericanos y devolver la gran propiedad a los hacendados
expropiados por Villa y Zapata en 1915.

Durante los gobiernos de Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortinez,
Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz (1946-1970), las
crecientes inversiones norteamericanas modificaron el perfil
legendario del México revolucionario y reforzaron el modelo
corporativo montado por el cardenismo. En comparación con los
países del continente, México gozó de una estabilidad envidiable.

Pero la relativa paz social fue de súbito interrumpida. En
octubre de 1968, en vísperas de la inauguración de los Juegos
Olímpicos, se produjo la Matanza de Tlatelolco. Cientos de
estudiantes que protestaban contra el régimen de virtual partido
único, fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas.

El presidente Luis Echeverría (1970-76), ex secretario de
Gobernación de Díaz Ordaz, dio un golpe de timón para lavar la
memoria del 68 y proclamó la solidaridad de México con el
entonces denominado Tercer Mundo y con los pueblos sometidos por
las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano.

En el sexenio siguiente, presidido por José López Portillo,
México se transformó en el quinto productor mundial de petróleo,
bonanza que repercutió negativamente pues el gobierno optó por el
endeudamiento agresivo. Firme aliado de Nicaragua sandinista y
la guerrilla salvadoreña, López Portillo suspendió el pago de la
deuda, nacionalizó el sistema bancario y dejó el país al rojo
vivo en medio de gigantescos escándalos de corrupción.

Durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1983-1988) el
denominado PRI-Gobierno tuvo que afrontar las consecuencias del
frenesí petrolero y las exigencias del FMI. En 1983, la crisis
política alcanzó extremos insospechados cuando el derechista
Partido de Acción Nacional (PAN) obtuvo una ola de victorias
locales que cuestionaron el "carácter invencible" del PRI.

Por otro lado, el devastador terremoto que asoló a Ciudad de
México en 1985 abrió otro frente al oficialismo, incapacitado
para asumir las consecuencias sociales de la tragedia. Del dolor
colectivo y la acción espontánea de la gente surgió un vigoroso
movimiento de solidaridad que cuestionó las múltiples
limitaciones del poder, enredado en la densa burocracia estatal.
Al año siguiente, el PRI-gobierno emprendió una reforma electoral
que aumentó el número de curules en el Poder Legislativo, con el
propósito de aumentar la credibilidad oficial.

En 1987, la facción "Corriente Democrática" del PRI, encabezada
por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, abandonó el
partido en protesta por la designación de Carlos Salinas de
Gortari como candidato presidencial. De aquí surgió el Frente
Democrático Nacional (FDN) que participó en las elecciones de
1988. Con la incorporación de las principales organizaciones de
la izquierda tradicional en 1989, el FDN se transformó en Partido
Revolucionario Democrático (PRD). Salinas de Gortari resultó
ganador con el 50% de los votos. Este porcentaje fue el más bajo
en la historia electoral del PRI. Los cardenistas obtuvieron el
segundo lugar (31%) y calificaron a los comicios de
"fraudulentos". La abstención fue del 49.7% Por su lado, el PAN
prefirió legitimar el escrutinio.

Si bien los resultados de 1994 pueden predecirse desde ya, la
creciente popularidad y fuerza de Cuauhtémoc Cárdenas, anuncia
una contienda muy reñida pues ni el PRD, ni la maquinaria del PRI
están dispuestos a perder las elecciones. Desde el día de su
nominación a fines de noviembre, Luis Donaldo Colosio se
comprometió a compensar el costo social del modelo privatizador
del presidente Salinas de Gortari, que arrojó a 300 mil personas
al desempleo abierto y tras vender la casi totalidad de las
empresas estatales, apenas recogió 22 mil 500 millones de
dólares, esto es la quinta parte, aproximadamente, de los 95 mil
millones de la deuda externa total. El desafío es
extraordinario. Porque en el 2000, cuando solo en Ciudad de
México se necesiten un millón de empleos, ya no habrá nada más
que vender.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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