Quito. 12 feb 2002. (Editorial) HabrÃa sido una irresponsabilidad del
Congreso dar paso a una reforma polÃtica cuando nos encontramos a las
puertas de un proceso electoral. Los cambios que propuso el Ejecutivo en
materia electoral redistritacion, elección de diputados en la segunda
vuelta modifican tan profundamente el sistema de representación y las
reglas de la lucha polÃtica, que ponerlas a funcionar en el inicio de un
proceso electoral simplemente habrÃa generado mayor confusión.
Tampoco es fácil entender las rabietas del presidente de la Republica.
Durante un año entero, el Ejecutivo no hizo nada para que el Congreso y
el paÃs tomaran en serio su propuesta de reforma polÃtica. Nadie del
Gobierno la explico, nadie la defendió, nadie nos dijo por qué los
cambios propuestos le convenÃan al Ecuador. De la noche a la mañana, se
la envió al Congreso y ahà se la abandono. Nunca el Ejecutivo intento
construir alguna alianza polÃtica para empujarla, tampoco promovió un
debate en la sociedad civil para que nos apropiáramos de su iniciativa.
¿Como entender, entonces, que recién ahora se convierta en tema
prioritario para el Ejecutivo?
Hay también razones suficientes para ser escépticos frente a las reformas
polÃticas. Desde que se reestreno la democracia, cada Gobierno ha
planteado cambios al sistema. Han sido pensados de una manera coyuntural,
como respuesta a los problemas del momento; como cada Gobierno ha debido
enfrentar dificultades distintas, cada cual también se ha imaginado
sistemas polÃticos a la medida de sus problemas. En la mayorÃa de los
casos, además, las propuestas se han orientado por una visión restringida
de la gobernabilidad y por un afán de construir mayorÃas artificiosas. Se
ha hecho de la ingenierÃa institucional un instrumento para manipular las
reglas del juego electoral, con miras a dar al Ejecutivo un mayor control
sobre todo el sistema polÃtico.
Quienes han orientado las reformas en esa dirección, evidente en la
ultima Asamblea Constitucional, no se explican, por ejemplo, por qué los
últimos dos presidentes del Ecuador -Mahuad y, ahora, Noboa- han
enfrentado tantos problemas institucionales si han gozado de un poder
presidencial reforzado.
Eso simplemente prueba que los problemas de gobernabilidad están
conectados a formas de hacer polÃtica, a modalidades culturales de
enfrentar la lucha por el poder encarnizada, violenta, desleal, corrupta
más que a malos diseños institucionales. Por eso, la insistencia y
reiteración de las reformas polÃticas ha operado, en el fondo, como una
coartada para eludir el problema de fondo: la presencia de unos habitus
polÃticos para volver a recordar a Pierre Bourdieu que llevan el juego
institucional de la polÃtica a crisis permanentes de gobernabilidad. Esos
habitus se enquistan en cualquier nuevo diseño institucional.
Por ultimo, no tiene sentido insistir en una reforma polÃtica si no
cuenta con un consenso mÃnimo de los principales actores polÃticos. Otra
razón para el escepticismo. Pocos procesos de cambio institucional fueron
tan legÃtimos como el de la ultima Asamblea Constituyente y ahà tenemos
ya los resultados: a menos de cuatro años, se proponen modificaciones que
echan por la borda las transformaciones que se lograron en ese momento.
Con una clase polÃtica tan inestable en sus acuerdos, nadie nos asegura
que un nuevo cambio institucional pueda sostenerse en el tiempo como
condición de una cierta estabilidad polÃtica.
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