Quito. 19 feb 2002. (Editorial) Cuando el Ecuador entra en un proceso
electoral, uno de los aspectos que más preocupa es lo que ocurrirá con la
estabilidad económica. Por un lado, los gobiernos salientes tienden a
perder su prudencia y disciplina en el manejo macroeconómico,
particularmente en lo concerniente con el gasto fiscal, realizando
concesiones populistas en busca de mejorar su imagen de salida y procurar
mantener algo de gobernabilidad en medio de la vorágine electoral; y, por
otro, los gobiernos entrantes tienden a concluir que lo que el gobierno
anterior ha hecho y ha establecido como objetivos en materia económica
deben ser cuestionados y cambiados.
Esto es una de las mayores debilidades del Ecuador, que ha evitado que el
país establezca una conducción económica consistente que vaya más allá de
cada gobierno en particular y que se fundamente en una política de Estado
que siente las bases y establezca los lineamientos para el desarrollo a
largo plazo del país. Ningún programa económico va a poder producir
resultados positivos sostenibles, si no existe algo de continuidad en el
manejo macroeconómico entre los distintos gobiernos.
En mi criterio, la finalidad más importante de todo gobierno y sistema
político-económico debe ser el de mejorar de manera sostenible y continua
las condiciones de vida del país, desde luego, con equidad social. Para
que el Ecuador logre esto y se pueda empezar a erradicar la pobreza, es
fundamental mantener niveles de crecimiento reales del PIB superiores al
5% anual. Sin embargo, esta meta nunca será alcanzada si no existe
estabilidad y continuidad a largo plazo en la política macroeconómica.
Escuchamos posiciones de determinados candidatos presidenciales que
expresan su radical oposición a la dolarización, y que si son electos
buscarían el reemplazo de este modelo. Independientemente de lo
demagógico de estas declaraciones o de la oportunidad que estos
candidatos tengan de ser electos, estas posiciones reflejan la falta de
consensos mínimos entre lo partidos políticos en materia económica, y
ciertamente, la total carencia de una política económica básica de
Estado.
Reconocemos las amenazas y retos que la dolarización presenta al Ecuador,
sobre todo al mediano y largo plazo. Sin embargo, la dolarización lleva
apenas dos años de ser implementada, con resultados que mayormente son
positivos. Juzgar el éxito o fracaso de la dolarización en este momento,
como para implementar un cambio radical, es irresponsablemente apresurado
y típico de una visión económica y política populista y de corto plazo.
Los mayores problemas del Ecuador no se encuentran en el modelo de la
dolarización o en el manejo de las variables macroeconómicas; se hallan
más en las estructuras donde se sustenta el Estado. Si estos problemas no
se resuelven, cualquier modelo económico estará destinado, eventualmente,
al fracaso. Las causas de nuestros problemas están más en cuestiones como
la corrupción generalizada, la falta de juridicidad, un Estado demasiado
grande e improductivo, en las deficiencias de institucionalidad, en un
sistema educativo perversamente politizado y sin presupuesto, en la falta
de competitividad del sector productivo, etc.
Si queremos alcanzar adecuados niveles de desarrollo en Ecuador, debemos
atacar estos problemas de raíz, y para ello es fundamental tener
continuidad en el manejo macroeconómico. Caso contrario, como nación,
nunca tendremos la perseverancia necesaria para solventar nuestros
grandes problemas. (Diario Hoy)