Quito. 18 feb 2002. (Edidtorial) Con el auspicio de la Unicef y la
cooperación internacional, el Ministerio de la Salud lleva adelante el
Programa Nacional de Micronutrientes. Una de sus etapas, tras 15 años de
esfuerzo, consiguió un excelente resultado: resolver la falta de yodo en
la dieta en la población ecuatoriana.
El país superó las lacerantes lacras de esa carencia: retardo
intelectual, bocio endémico y el cretinismo, que afectaban a los más
pobres de entre los pobres. La yodización de la sal obró el milagro. Pero
este proceso, en apariencia tan simple y de costos económicos
relativamente bajos, supuso una conjunción de esfuerzos médicos,
educativos, empresariales. Ahora, cuando el país cuenta con la
certificación internacional de este logro, resta dar continuidad al
programa. En esta materia, bajar la guardia puede ser fatal.
Los micronutientes son pequeñas cantidades de substancias indispensables
para el desarrollo del organismo humano; su falta produce gravísimos
daños.
Además del yodo, existen otros micronutrientes, como el hierro y la
vitamina A, cuya carencia persiste y causa males catastróficos.
Las deficiencias alimenticias se han agudizado a causa de la crisis
económica y el empobrecimiento de la mayoría de la población. El 25% de
los niños ecuatorianos sufre desnutrición crónica; siete de cada diez
menores de un año y cuatro de cada diez embarazadas padecen anemia. La
sola mención de la cifra estremece y, más aún, conocer las consecuencias
de esta realidad, con la cual una sociedad irracional e indiferente
condena a la miseria y priva del futuro a millones de seres humanos, a
las familias, al país.
El Programa de Micronutrientes trabaja en fortificar con hierro la harina
de trigo, proveer de ese elemento en dosis suplementarias a los niños y
las madres embarazadas y desarrollar programas educativos y de
comunicación que cambien los hábitos alimenticios y mejoren la nutrición
de quienes menos tienen. La solución, en este caso, es bastante más
difícil y costosa que la falta de yodo. Ni siquiera fortificar la harina
garantiza la provisión mínima del hierro, pues la pobreza aleja a
sectores de la población del consumo del pan, y no es fácil el proceso
técnico para enriquecer la harina, ni otros productos de consumo masivo,
como el arroz.
Sin embargo, así como fue posible superar la falta de yodo, lo es vencer
la anemia y la desnutrición; el apoyo nacional al Programa Nacional de
Micronutrientes es el camino. Para este año, se ha conseguido un aporte
fiscal de $ 400 000.
Mientras el Estado asigna esa suma a la población más pobre, ese mismo
Estado, por una resolución del Banco Central, acaba de aprobar otra
capitalización del Banco del Pacífico, por $121 millones, la segunda en
menos de un año, con la cual llegan a $220 millones las erogaciones a
favor de esa institución. La cifra equivale al 0.18% de la asignación al
Programa de Micronutrientes y solo es $73 millones menos que todo el
presupuesto anual de la Salud.
¿No existe una relación política directa entre la falta de los
micronutrientes y la irracional acción de los macrolagartos al socializar
las pérdidas de los bancos entre todos los ecuatorianos, a costa de los
más pobres? ¿Quién recupera el gasto público por las quiebras bancarias?
¿Cómo ejecutar una política social sin detener la insaciable voracidad
por los fondos públicos ya en las fauces de los macrolagartos?
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