Quito. 4 feb 2002. (Editorial) La reciente noticia periodística que da
cuenta de la existencia de un cura homosexual en un pequeño pueblo de
Huelva, España, ha causado verdadero revuelo en esa comunidad. El
sacerdote, cuya fotografía aparece en la portada de una revista gay,
declara, para causar aún más escándalo, que da gracias a Dios por su
condición, y cuenta su primer enamoramiento a la edad de 30 años. Afirma
que quiere remover los cimientos de toda la institución religiosa a la
que guarda cariño, a pesar de que obliga dice a las personas a renunciar
a su verdadero ser. Cuenta que no ha tenido, ni mucho menos, una vida de
continencia, al tiempo que se permite dudar si entre los sacerdotes hay
aún quienes practiquen este precepto. Expresa sentirse más o menos
confiado, porque él ya ha sido ordenado y no cree que lo expulsen de las
filas. Para rematar, vierte una terrible amenaza: si se toman represalias
en su contra, delatará los nombres de dos obispos con quienes ha
mantenido relaciones sexuales.

La primera respuesta de un jerarca de la Iglesia católica española se
refiere a que la institución a la que representa no admite la
homosexualidad como una manifestación normal del ser humano, sino como
una desviación y, tras ello, aclara que el Dios del amor y la vida lo es
también de los homosexuales, a quienes acoge. La respuesta pues, no puede
ser del todo concluyente.

Sanciona y condena, pero también muestra cierto principio de la caridad y
la tolerancia.

El suceso pone sobre el tapete varios temas: la capacidad del periodismo
de explorarlo todo, el poder de convocación y debate que va alcanzando
progresivamente en el mundo, y sobre todo en Europa, el movimiento gay.

Fijémonos en el destape de varios personajes de la vida pública y la
gestión política, como el alcalde de París,- que necesitan sacar a la luz
una faceta importante de su vida, como es la de su opción sexual, para
que no siga guardada en el oscuro armario. No se trata, como se pensaba,
de que la vida privada de las personas no sea motivo de debate y
conocimiento sino, por el contrario, de que de esa vida privada se sepa
hasta donde es debido, y se la respete por reconocimiento a la dignidad
humana.

El otro tema que se evidencia ante la opinión pública es el del celibato
obligatorio para curas y monjas, sobre el que tanto se ha debatido en
diversos ámbitos sociales. Los votos de castidad de seguro son respetados
por religiosos y religiosas que han renunciado a esas vivencias por una
vida espiritual distinta, que presenta otras satisfacciones, pero cuántas
veces a lo largo de la historia han sido rotos de distintas maneras:
desde el poder y el abuso, o desde el dolor de tener que renunciar a la
vida sacerdotal, porque se presentó el amor de pareja, o desde la
hipocresía y el doble discurso. La noción misma de castidad bien podría
ser alimentada desde otras experiencias vitales: fidelidad, lealtad, vida
en pareja.

Para finalizar, lo que puede ruborizar y escandalizar es que el cura
declare su condición gay, condición frente a la cual la humanidad entera
va dando cada vez más muestras de tolerancia. No podemos sino admirar la
valentía de este personaje. Si ama a la iglesia y su naturaleza
individual, su ser más íntimo, le impele a amar a otro de su mismo género
¿qué harán sus superiores? ¿expulsarlo y condenarlo al aislamiento o, al
menos, debatir sobre el caso y reflexionar sobre los contextos humano,
ético y religioso?

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Cecilia Velasco - Ciudad Quito

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