Quito. 10 feb 2002. (Editorial) Toda labor satisface cuando se realiza
con agrado. El trabajo más humilde reporta satisfacciones a quien lo hace
con gusto y de él deriva existencia digna. Pero, sin duda también, el
trabajo intelectual es, con el artÃstico, el que más satisfacciones
Ãntimas entrega a su hechor. Una investigación dirigida a esclarecer
algún misterio, una conferencia dictada a quienes interesa el tema y
reciben los argumentos con atención, una crónica o un reportaje que
informen al lector sobre algún asunto de actualidad o un hecho histórico
determinante, un artÃculo que oriente y descubra caminos de
interpretación de la realidad, en fin, un ensayo iluminador, dan a quien
los realiza con cuidado y talento, la gratificante satisfacción de haber
hecho algo útil y, en ocasiones, estéticamente válido. Pero, ¡caramba!,
qué desagradecido y poco valorado es por quienes lo reciben y aprovechan.
Quienes dedican la vida a investigar para que otros conozcan, a
esclarecer para que allá aprovechen, a informar para que acullá actúen, a
escribir y orientar para que algunos saquen conclusiones y acometan
empresas y actividades, reciben a diario el rutinario pedido: escrÃbeme
esta nota, hazme esta investigación, danos una conferencia sobre esto o
aquello, redáctame este informe o este artÃculo. Y los trabajadores
intelectuales, como con cierta inconfesable vergüenza, dicen sÃ, claro,
con mucho gusto y no se atreven a decir "cuesta tanto". Y agregar por si
se ignora: "cuesta porque vale". Se pasan la vida estudiando, leyendo,
hurgando en libros, enciclopedias y medios electrónicos, especializándose
en su labor para hacerla mejor, pero a la hora del reconocimiento se
piensa que una palmada en la espalda es suficiente y hasta deben parecer
agradecidos para no sentirse culpables de hacer "trabajo intelectual",
ese que desprecian los tenderos de esquina, no los verdaderos empresarios
que, al menos, lo reconocen; eso tan fácil y poco importante que,
curiosamente, sólo pueden hacer, si acaso, uno o dos entre muchos, porque
se han preparado para ello a despecho de su escasa retribución material.
Eso es tillos, dicen algunos. Y agregan, quitándole importancia, "eso lo
escribes en media hora". Sin pensar que detrás de esa media hora, está
toda una vida de estudio, de lecturas, de quemarse las pestañas en la
biblioteca o en el campo.
Lo cierto es que quienes realizan trabajo tan desvalorizado, tienen la
culpa de tan absurda e injusta infravaloración. Como tienen vergüenza de
hacer algo que no se toca o no se cuenta en billetes, son incapaces de
exigir justa retribución. El intelectual dizque "no produce" como sà lo
hace el tendero, el fabricante de muebles, el industrial, el comerciante,
el ejecutivo, el vendedor. Pero vaya a ver si una publicación se venderÃa
si no tuviese en sus páginas ese invalorado material intelectual que tan
fácil parece, pero que es tan difÃcil cuando lo intenta alguien que "sÃ
trabaja", como el vendedor estrella a quien se le paga como si utilizara
y necesitara para su oficio algo más que lengua y zapatos. Y que, por
cierto, vende y lucra del trabajo del intelectual. Vaya a ver si se
venderÃa un montón de páginas de anuncios, sin una letra de labor
creativa. SÃ, tienen la culpa los intelectuales. Por no comprender y
hacer comprender al mercado, que sà producen y que lo que hacen vale. Y,
por tanto, deberÃa costar lo que vale.
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