Quito. 4 oct 2001. Al cierre de la edición, no se conocía la cifra exacta
de ecuatorianos que murieron en el ataque terrorista a las torres de
Nueva York.

Aún desolada por la tragedia del "martes negro", 11 de septiembre del
2001, Nueva York escarba entre los escombros de las Torrres Gemelas del
World Trade Center para recoger a sus muertos. Esta ciudad, conocida por
la indiferencia de sus habitantes, se ha convertido en la capital de la
solidaridad.

"La gente está muy amable y solidaria. Esto no sucedía antes", dice Ana
Cristina Aguirre, una sicoanalista guayaquileña. Una ciudad que destacaba
por su vitalidad, hoy está "más silenciosa y la gente camina más
despacio".

En la West Side Highway, la única vía para llegar a lo que queda de las
Torres, hay personas con flores, comida y víveres para los policías,
bomberos o cualquiera que esté ayudando a buscar a las víctimas. Los
bares ofrecen tragos gratis a los uniformados y algunos restaurantes
muestran carteles que rezan "cena gratis para los bomberos y los
policías". Ahora, en todos los bancos, museos, sitios turísticos y
aeropuertos, las medidas de seguridad se han redoblado.

Hay policías en los trenes subterráneos y patrullando las calles. Todos
los parques se han convertido en altares donde se ora por los
desaparecidos, prendiendo una velo o simplemente parándose frente a su
foto. El ataque terrorista que le quitó la paz a Estados Unidos y al
mundo se llevó también la vida de cientos de inmigrantes, muchos de ellos
ecuatorianos, que creyeron en el sueño americano.

Clara Rosas relata que su esposo, Hugo Shanay, trabajaba en una de las
torres. Uno de sus compañeros le aconsejó salir del edificio cuando se
estrelló el primer avión. Por alguna razón se atrasó solo un par de
minutos: "por cumplir con lo que hacía le dijo "espera un momento", que
ahora es eternidad", expresa doña Clara. Desde ese día está pegada al
teléfono pues espera recibir alguna llamada que le brinde la esperanza de
hallarlo con vida o al menos su cuerpo para la sepultura.

No se conoce con exactitud el número de ecuatorianos que pereció en esta
tragedia, aunque se cree que alcanzan las 40 personas. Lo cierto es que
realizaban actividades de todo tipo: desde ingenieros en mantenimiento,
técnicos de la Bolsa de Valores, saloneros, pasteleros, jefes de cocina o
cantineros de los restaurantes del complejo, hasta trabajadores de la
limpieza o mensajeros.

Kléber Molina, de 46 años, por ejemplo, era vicepresidente del Banco
Federal Trust. Las listas preliminares incluyen a José Carmona, Eduardo
Jaramillo, Carlos Quishpe, Geovanny Eras, Carmen Delgado, José Anchundia,
Telmo Alvear, Ana Lucía Shigre, Blanca y Leonel Morocho, Carlos Leonardo
Guamán, José Campoverde, José Humberto Amoroso, Kléver Rivas, Kléver
Vélez, Luis Adolfo Chimbo, Manuel Asitimbay, Moisés Rivas, Ricardo
Palacios, Susana Guadalupe Tapia, Eugenio Iñiguez Astudillo, Floralba
Duque de Vizueta, Judy Fernández, Mauricio Montesdeoca, Mauricio Ulloa,
Arturo Tello, Stanley Guerrero, Margarita Valencia, Jenny Freire, José
Campoverde, Fabián Soto, José Hernán Crespo, Roberto Delgado, Jean Gamboa
y Luis Jiménez.

Testimonios

El fotógrafo ecuatoriano Bolívar Arellano, del New York Post, se rompió
una pierna al escapar del desastre.

"Lo que más me impresionó fue ver cómo la gente, desesperada se lanzaba
por las ventanas de la torre norte", relata a Vistazo el cineasta quiteño
Enrique Chediak. El "martes negro" lo despertó la voz de un hombre que
gritaba por los pasillos de su edificio: "¡Tienen que salir a ver, algo
horrible está pasando!". Chediak se asomó por la ventana y "no lo podía
creer. Subí rápidamente al techo del edificio y al poco rato cayó la
primera torre, fue impresionante. Luego se desplomó la segunda y todos
los que estábamos en el techo en ese momento gritamos ¡Dios mío! al mismo
tiempo", cuenta aún afectado. "Fue todo muy irónico porque mientras los
neoyorkinos se desmoronaban frente a lo sucedido, ese día fue uno de los
más bonitos de la temporada con un atardecer maravilloso", cuenta
Patricio Aguirre, diseñador guayaquileño.

Hay testimonios de ecuatorianos que se salvaron. Bolívar Arellano,
fotógrafo del New York Post, quiso captar imágenes del hecho lo más cerca
posible y no tuvo tiempo de escapar cuando se derrumbo la primera torre.
Los escombros le cayeron encima y quedó inconsciente por algunos minutos.
Cuando se recuperó echó a correr, aunque tenía una pierna rota. Su caso
ha sido difundido por la prensa internacional, incluidos todos los
canales de televisión americanos, por su milagrosa salvación y las
impresionantes fotos que captó.

Cynthia Rodríguez de Narváez trabajaba en el piso seis de una de las
torres derribadas. Cuando escuchó el estruendo del choque del primer
avión, creyó que en el lugar donde se encontraba no le podía ocurrir
nada. Sin embargo, uno de sus compañeros de trabajo, convenció a todos de
salir rápidamente para salvar sus vidas.

El grupo estaba tan nervioso que no encontraba la puerta ni la escalera
de emergencia. El pánico no la dejaba correr, mientras las toneladas de
escombros comenzaban a caer a su alrededor; finalmente vio la luz del día
y se dio cuenta de que había salvado su vida. "Este milagro quiero
aprovecharlo para ser mejor persona, no quiero tener rencor contra nadie,
no quisiera que a mi alrededor existan enemigos, que todos nos demos la
mano cuando sea necesario", dijo.

Otros relatos nunca se escucharán: los de miles de empleados de las
Torres Gemelas que se preparaban para empezar su jornada diaria o
aquellos que regresaban a sus casas luego del turno de la noche.

Búsquedas

Estación del subterráneo en Nueva York. La búsqueda de los desaparecidos
es dramática.

El Comité Cívico Ecuatoriano de Nueva York ha tomado a cargo la búsqueda
e identificación de los cadáveres. Pasaron días completos recogiendo
evidencias y llevando muestras del ADN a las morgues y centros de
información instalados por las autoridades.

El consulado ecuatoriano en la ciudad de Nueva York permanece cerrado al
público por orden de las autoridades, puesto que en el mismo edificio
funcionan las oficinas del consulado israelita, otro blanco de los
terroristas. No obstante, sus funcionarios atienden los siete días de la
semana, recibiendo llamadas de familiares de desaparecidos.

En muchos casos es muy difícil dar con los familiares de las víctimas y
conseguir de ellos fotos u otras evidencias que ayuden a encontrarlos, ya
que según comentó uno de ellos, son indocumentados y posiblemente no
quieren ser descubiertos por inmigración.

La Asociación Tepeyac, que se dedica a proteger y defender los derechos
de los inmigrantes en Nueva York, informa que hay preocupación frente al
futuro de las familias de los indocumentados desaparecidos o muertos.
"Por su estatus legal, no pueden recibir ningún tipo de indemnización o
ayuda federal", señala Esther Chacón funcionaria de esta organización.

Por su parte, las autoridades de Nueva York ­la cual tiene programas de
compensación para trabajadores y sus familias- no ha dicho nada al
respecto. No se conoce si los familiares de los desaparecidos sin papeles
recibirán algo de los 120 millones de dólares captados por la Cruz Roja o
de los 250 millones recaudados en un reciente evento para ayudar a las
familias de las víctimas.

El congresista José Serrano, quien representa un distrito del condado de
El Bronx, en la ciudad de Nueva York, dijo que ha presentado un proyecto
de ley que permitiría conceder la ciudadanía americana a todos aquellos
fallecidos que habían presentado sus solicitudes. Esto favorecería
especial- mente a sus hijos, quienes recibirían el beneficio del gobierno
federal y es posible que en esa misma ley se incluya otra cláusula que
permita que todos quienes tenían presentados sus documentos para obtener
la residencia, les sea concedida para que sus familiares puedan ser
admitidos con esa misma visa.

Por Carlos García y Malena Marchán
Desde Nueva York.

Esperanzas Fallidas

Diez ecuatorianos de Azuay y Cañar laboraron en el restaurante Windows of
the World. Un humilde agricultor los recomendó a todos.


Henry Fernández, derecha, oriundo de Biblián. Tenían cuatro años como
pastelero del restaurante.

Siempre hay una primera vez para algo, sobre todo si se es joven y se ve
al mundo como un amplio horizonte, y la mejor motivación es hallarse
enamorado y con una responsabilidad a cuestas. Así le pasó al ecuatoriano
Leonel Jerónimo Morocho, a quien su familia apodaba "Jirucho". Un día
decidió que mientras siguiera labrando el campo nunca iba a tener nada,
porque ni siquiera podía comprarse zapatos, su ropa estaba raída. Sus
deseos de cambiar su suerte no lo dejaban dormir; se pasaba pensando cómo
mantener dignamente a la hermosa mujer que se había llevado para formar
una familia, y con la cual tenía una niña que recién aprendía a caminar y
otra de apenas cinco días de nacida. Por eso, hace 13 años, ayudado por
su suegro -que para entonces ya le había perdonado "el secuestro de su
hija" y quien no dejaba de repetirle que lejos de la chacra "había un
mundo mejor"- tomó la decisión de partir hacia Norteamérica. El suegro
hipotecó los terrenos de su vivienda, en el sector rural de Cañar, para
que Leonel pueda obtener el préstamo y así poder pagar al coyote, que lo
llevó por cuatro mil dólares.

De país en país, muchas veces a pie, atravesando túneles y pisando restos
de otra gente que había muerto intentando hacer la misma travesía -como
contó en un vídeo-, Leonel, que lo poco que llevó lo perdió en el camino,
llegó a su destino: la Gran Manzana. Se refugió en la casa de Moisés
Rivas -primo de su esposa y ex cantante-, que unos años antes también
había aventurado en busca de mejor suerte. Allí empezó para Leonel la
búsqueda del sueño americano.

Las fotos de ese entonces, colgadas en las paredes de su casa de SigSig,
lo muestran muy humildemente vestido con botas de caucho negras. Fueron
muchos años de lavar platos en decenas de restaurantes de toda índole,
hasta que por fin pudo llevarse a su mujer a Nueva York. Allá la pareja
procreó tres niñas más. La cuota de sacrificio de ambos fue dejar a sus
hijas mayores en Ecuador.

El precursor

Blanca Morocho, asistente de cocina. No tenía ganas de ir al trabajo. Al
final, cambió de opinión. Moisés Rivas. Ex cantante del grupo Proyección
Latina. Trabajaba en el restaurante preparando ensaladas.

Leonel, de 36 años, era hasta el martes 11 de septiembre un hombre con
una vida diferente: tenía un departamento en el área de Queens, manejaba
la computadora perfectamente, y se negaba a escribir cartas, pues
prefería que su madre lo vea en vídeos. El último día de su vida llegó a
muy temprana hora a trabajar al restaurante "Ventanas del mundo", como lo
hacía cada mañana desde hace cinco años. Su status de jefe del área de
cocina, lo comprometía a controlar que todo esté listo en ese día, para
un gran desayuno de 500 personas. Un poco más tarde llegó su hermana,
Blanca Robertina, a quien él también llevó a Nueva York, cuando era
apenas una graciosa campesina de pollera, que trabajaba en Ecuador como
cocinera de las monjas del Corazón de María. A ella no le tocaba trabajar
ese día en el restaurante, pero su hermano se lo había pedido, por la
gran cantidad de comensales que había que atender. Se levantó con una
gran pereza y cariñosamente se despidió de su esposo.

A las cinco de la mañana también había madrugado el cuencano Luis Chimbo
Arévalo, que trabajaba en el área de licores. Cuando llegó a su trabajo,
a las siete de la mañana, llamó a su casa pero como su familia todavía
estaba durmiendo, así que solo dejó un mensaje a su hijo recordándole que
no debía faltar a la escuela. "Ese mensaje no lo borraré jamas", dice hoy
su esposa Ana Beatriz, que guarda la esperanza de encontrarlo y que le
sigue mandando mensajes al beeper.

Al trabajo llegó también Manuel Oswaldo Asitimbay, primo político y
recomendado de Leonel. Manuel había llegado 12 años antes a Nueva York,
procedente de la parroquia Javier Loyola, en el Cañar, con el mismo sueño
que los demás, pero un tanto decepcionado en el amor. En primera
instancia había abandonado a su esposa y a sus hijos gemelos. Durante el
tiempo de su ausencia, y por cosas de la vida, su mujer tuvo un bebé de
un segundo compromiso. Sin embargo, Manuel se arrepintió de haber dejado
a su pareja, y volvió al país a buscarla. Luego de reconciliarse con
ella, decidió llevársela a Estados Unidos. Del dinero que ganaba en el
restaurante de las Torres, enviaba 200 dólares mensuales a Ecuador, a una
anciana que cuida a ocho niños, hijos de emigrantes, entre los cuales
están sus gemelos y el hijo que en otro compromiso tuvo su mujer.

Oswaldo Asitimbay, el emigrante que regresó a reconciliarse con su
esposa. Murió en el restaurante.

Henry Fernández, de 23 años, oriundo de Biblián, trabajaba en las Torres
desde hace cinco años aproximadamente. Se había negado a estudiar porque
a causa del abandono paterno debió trabajar desde los 16 años. A esa edad
justamente viajó a la Gran Manzana.

El martes 11, día de la catástrofe, normalmente no le hubiera tocado
trabajar, pero lo hizo porque lo convocaron a última hora.

Telmo Alvear Heredia laboraba como mesero en las Torres Gemelas. Iba a
celebrar en pocos días el cumpleaños de su pequeño hijo Steven; tenía
comprado todo para la fiesta. Como dicen los noticieros de Estados
Unidos, había emigrado desde Paute "cuando todavía era un teenager".
Vivía en Queens con su esposa Blanca. Le encantaba cocinar en sus horas
libres y jugar ecuavolley en el parque Flushing. Al momento de su muerte,
estaba aprendiendo a ser catador de vinos.

Los minutos finales

A las 8:45 de esa mañana, cuando todo estaba listo para que el
restaurante -que era uno de los mejores de la ciudad- abra sus puertas en
el piso 106 y 107 de la Torre Sur, se escuchó la terrible explosión.
Luego vino el descontrol total. Leonel, el jefe de cocina, alcanzó a
llamar a su casa. "Estoy bien, dicen que tenemos apenas 20 minutos para
salir de aquí y estamos esperando que nos vengan a rescatar; si no lo
logro recuerda siempre que te quiero", le dijo a su esposa. Su
compatriota Moisés Rivas, ex cantante de una orquesta cuyo eslogan era
"los consentidos de Queens" y que ahora preparaba las ensaladas en el
restaurante, llamó a su esposa Elizabeth, le dio gracias por los años de
felicidad y finalmente dijo: "Te seguiré queriendo en el más allá porque
dudo que me salve, si ya estamos tan cerca de las llamas".

Víctimas de las víctimas

"Los católicos enterramos a nuestros muertos. Ese sería mi último
consuelo", Carmen Arévalo.

En Ecuador, ocho días después de la tragedia, en un caserío de Cojitambo,
en la provincia del Cañar, que está casi despoblado porque sus habitantes
han emigrado en su mayoría a los Estados Unidos, los gemelos Asitimbay no
atinan a comprender la tragedia. Ellos vieron por televisión las imágenes
del atentado terrorista donde murió su padre. Vestían de negro cuando
Vistazo llegó al lugar. "Mi papito se murió y mi mamita nos llamó por
celular, pero no puede hablar de tanto que llora", nos dijeron. Los niños
no lo recuerdan, porque su padre emigró cuando los gemelos apenas tenían
un año y medio.

En Biblián, finalmente fue enterrado Henry Fernández, el pastelero cuyo
cuerpo apareció intacto. Su padre, que lo había abandonado cuando era
pequeño, quiso venir al Ecuador al entierro. "¿De qué sirve eso ahora?",
se pregunta la madre.

¿Y sirvió en algo toda la cadena de esfuerzos de Leonel Morocho, el
agricultor que quiso una vida mejor?, todo quedó en nada, porque al final
la muerte siempre gana. (Texto tomado de la Revista Vistazo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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