Quito (Ecuador). 06 dic 95. Desde el momento mismo de su
fundación española, la historia de Quito ha estado signada por
un proceso de mestizaje que rebasó todos los intentos de
"blanqueamiento" que hicieran las autoridades coloniales y,
posteriormente, las republicanas.
De este proceso, precisamente, nos hablan dos de los artÃculos
preparados por el Taller de Estudios Urbanos de la Facultad
Latinoamericana de Estudios Sociales, FLACSO, que incluimos en
esta página a propósito de los 461 años de fundación de Quito.
El Quito colonial y republicano estuvo atravesado por la
constante presencia indÃgena. Asà nos revelan las
descripciones de viajeros y las crónicas de esos años. Eso
explica, en parte, que a finales del siglo XIX y comienzos del
XX, cuando empiezan a cuajar "las ideas del progreso", una de
las principales preocupaciones de los hombres públicos fuera
establecer distancias entre las formas de vida "civilizadas"
(imagen traÃda muchas veces de los viajes y de la literatura
europea) y lo que consideraban "rústico y atrasado". No se
trataba tan solo de cambiar la imagen de la ciudad (nuevas
regulaciones para construcción en zonas residenciales,
erradicación de poyos, pilas y cruces, y una ampliación de los
servicios), sino de modificar las costumbres de sus
habitantes.
De erradicar la presencia de lo indÃgena y mestizo del espacio
urbano o por lo menos de sus zonas céntricas, de llevar a cabo
exclusiones culturales que muchas veces son encubiertas por
criterios técnicos como los de "higienización", "ornato",
"desarrollo urbano".
El fracaso del "blanqueamiento"
Es asà como, en 1909, el Municipio emite una ordenanza que
prohibe a las cajoneras ocupar con sus ventas los portales de
la Plaza de la Independencia. Con esta medida se pretendÃa
"romper aneja costumbre nada acorde con el progreso".
Igualmente se ve necesario reglamentar el establecimiento de
ventas de comidas en Quito. Se extirpan las centaverÃas
(caballerizas) y se ensaya toda una campaña orientada a
extirpar las chicherÃas.
El consumo de chichas, guarapos y aguardientes forma parte
importante de la vida de los pueblos indÃgenas y ha
constituido un recurso privilegiado en sus festividades y
rituales, y en su comunicación con los otros. A partir de 1860
se encuentran disposiciones municipales destinadas a
restringir la venta de chicha en las calles centrales,
cercanas a la Plaza Mayor. Sólo en la parte urbana de la
ciudad existÃan en 1888 (GuÃa de Jiménez) 125 chicherÃas,
expresión de la fuerte presencia indÃgena en la vida urbana.
Era justamente esa connotación étnica y cultural lo que
llevaba al Municipio a prohibirlas y a declarar que corrompÃan
a las clases jornaleras.
Algo semejante ocurre en el espacio de las escuelas, donde se
enseña un conjunto de reglas de comportamientos "civilizados",
orientados a urbanizar a la población de origen indÃgena. Esto
sucede sobre todo a partir de los años treinta.
Buena parte de las polÃticas en lo que va del siglo estuvieron
orientadas por las ideas del progreso y la renovación urbana
concebidas en términos de "blanqueamiento" en una primera
instancia, y de homogenización en años más recientes. A su
ordenamiento a partir de criterios de exclusión cultural. Sin
embargo, esas polÃticas hace tiempo que fueron condenadas al
fracaso. Ciudades como la nuestra han sido desbordadas y se
han vuelto ingobernables en términos culturales. No caben
nuevas "extirpaciones culturales". En lo único que es posible
pensar es en un tipo de desarrollo basado en la diversidad y
en un juego creativo entre la tradición y la modernidad.
Itinerario y sentidos de las fiestas de Quito
Las fiestas de Quito nacieron en 1959, cuando el vespertino
Ultimas Noticias habÃa emprendido una campaña para recuperar
las tradiciones que se encontraban en decadencia. Durante una
nueva época de integración nacional y desarrollo estatal, la
ciudad donde está asentado el aparato de Estado reivindicaba
un localismo urbano.
Las fiestas eran una apelación a la tradición y la definición
de una identidad urbana. Sin embargo, se trataba de una
construcción moderna de la quiteñidad, que tiene su núcleo más
fuerte en la reivindicación del hispanismo. Al inicio, no se
sabe muy bien lo que se está celebrando.
Apenas llegado a Quito en 1960, el joven agente de la CIA,
Philip Agee fue a una corrida de toros. El creyó
-equivocadamente- que el 6 de diciembre era una conmemoración
de la expulsión de los españoles de Quito.
La modernización también torna anacrónica la figura del chulla
quiteño. Hay consenso en que los personajes de este tipo se
vuelven escasos después de 1960, con el suicidio del
"terrible" MartÃnez, representante arquetÃpico del sentido
moderno de chulla.
La borrachera colectiva
En la década del sesenta, las corridas de toros articulan las
visiones que reivindican la fuente hispánica del criollismo.
Sombreros cordobeses, panderetas y castañuelas evidencian el
amor a la madre patria. A esto se vincula la oficialización de
Jesús del Gran Poder como figura simbólica de la religiosidad
popular.
Por otro lado, en los sesenta se produce el apogeo de la
música colombiana y mexicana, lo que incide en opacar la
música nacional. De modo que el propósito original que tenÃan
las fiestas de Quito de rescatar la música nacional, termina
limitado por la fuerza e impacto de la música tropical
colombiana, principalmente.
A mediados de la década del sesenta, en los primeros años de
la celebración, la gente deambula en las calles en pos de una
borrachera colectiva. Después se propagan los bailes con
orquestas. Un tufo de aguardiente ahoga la fiesta y los
amaneceres semejan un campo de batalla donde los combatientes
de la vÃspera han caÃdo en el cumplimiento del deber
libatorio.
De la orquesta al disco móvil
En la década del setenta, la fiesta se vuelve una catarsis
colectiva en medio de una explosión urbana. Son una
multiplicidad de ejes los que se constituyen. El petróleo
permite masificar la presencia de orquestas. En el norte surge
el "Amazonaso" y en sur el "Chavezaso" como borracheras y
bailes unificantes.
La década del ochenta, muestra la falta de ejes centrales de
convocatoria en la fiesta. Para muchos se vuelve motivo de
huida a la playa o unas vacaciones. La quiteñidad es
reivindicada en una nostalgia del pasado, y se impone la
perspectiva de los grupos medios ilustrados.
El reconocimiento de la resistencia indÃgena de Rumiñahui en,
1988, es un ingrediente más en la multiplicidad de sentidos.
En ese mismo año hay un despliegue de salsa con orquestas
caribeñas y colombianas, produciéndose una divulgación masiva
y algo tardÃa de la salsa.
Las fiestas en los noventa revelan fatiga de la fórmula
original y consolidan una dispersión de sentidos. El sombrero
cordobés en la plaza de toros se vuelve raro y cede el puesto
al prosaico sombrero de paja toquilla y la vicera de cartón.
Con la crisis económica, los discomóviles desplazan a las
orquestas, y los discjockeys imponen su dictadura.
Quito y sus fronteras urbanas
Existieron y existen al interior de las ciudades andinas
espacios que cumplen el papel de fronteras entre mundos
sociales y culturales distintos. Esos espacios fueron en el
pasado principalmente las entradas a las ciudades, los caminos
que conducÃan a ella y los que de ella partÃan a los barrios y
pueblos de indios; hoy se encuentran mucho más dispersos.
La entrada sur de Quito era Santo Domingo; hacia allá se
dirigÃan los arrieros y los indios cargueros que venÃan del
sur. Aún hoy constituye ese lugar, y sus alrededores, un
espacio de encuentro privilegiado, una especie de puerta
imaginaria, con pensiones y residenciales que dan acogida a
los viajeros; lugar apropiado tanto para las relaciones
cotidianas y rituales como para el aprendizaje de la vida
urbana (sus ritos de iniciación).
La otra puerta de entrada era San Blas: en sus alrededores
podÃan pastar las bestias de carga. Al igual que en Santo
Domingo, en la zona de San Blas existÃa un mercado de
productos traÃdos del campo, asà como de bayetas, peines,
mullos, espermas y otros bienes para indÃgenas. Los caminos
que conducÃan a pueblos de indios como el de la Magdalena, o
hacia Cotocollao, constituÃan lugares de picanterÃas y de
expendio de chicha. El consumo de chicha implicaba "un
ambiente cultural de encuentro y recreación socializada de
representaciones mentales del mundo" (Luis Miguel Glave).
"Ladinización temprana"
Históricamente, las ciudades permiten un encuentro entre
hombres de orÃgenes diversos y el aprendizaje mutuo; dentro de
ellas existen lugares o situaciones privilegiados en donde las
cosas suceden de modo menos traumático. La residencia temporal
en las ciudades y la realización de oficios urbanos permitió a
indÃgenas como los de Lumbisà (comunidad cercana a Quito),
conocer a diferentes personajes y agentes coloniales, el
funcionamiento eclesiástico, los códigos de los conquistadores
con respecto a la religión, los conflictos por el poder,
aprender el castellano y las primeras letras.
Se convirtieron, de acuerdo a Loreto Rebolledo, en ladinos "en
la doble acepción del términos: hablaban con facilidad otra
lengua además de la materna y eran astutos y sagaces". Lo
interesante de éste como de otros casos es que el contacto con
diversas experiencias coloniales condujo a un proceso de
"ladinización" temprano, cuyas caracterÃsticas son a la larga
más formales que de contenido. La vinculación cercana con el
poder obligó a muchas comunidades a desarrollar una doble
identidad dirigida a defender aspectos sustanciales de su
cultura (particularmente la tierra), en el largo plazo.
Un proceso de ida y vuelta
La religiosidad permite igualmente establecer puentes entre
mundos culturales diversos. En las relaciones entre el mundo
señorial y el indÃgena la religión jugó un rol importante:
Santo Domingo, San Francisco, San Sebastián eran espacios de
encuentro con lo sagrado y con la diversidad. La magia que
genera la religiosidad constituye aún hoy un recurso frente al
complejo juego de relaciones e identidad que la ciudad genera.
El culto a patrones regionales como la Virgen del Cisne o a
imágenes que han mediado históricamente las relaciones entre
la ciudad y el campo como la Virgen del Quinche y la del Cinto
permite establecer un puente entre el mundo conocido (el de
origen) y el desconocido (el de la ciudad). "Cuando los
hombres andinos van a la ciudad deben no sólo satisfacer sus
necesidades básicas de supervivencia, sino también reorganizar
su visión del mundo y, especialmente, su religión" recuerda
Manuel Marzal.
Existen, además, otros espacios al interior de la ciudad que
hacen las veces de fronteras, son parques y plazas, posadas,
terminales de transporte, comedores populares, cantinas y
peñas, ciertas calles, asà como determinados bienes de la
industria cultural que permiten relacionarse con la ciudad,
experimentarla, sin necesidad de aventurarse directamente en
ella. La existencia de estas fronteras nos estarÃa hablando de
procesos inacabados o en transición ahà en donde las cosas
estaban aparentemente definidas en el sentido de
simplificación de las relaciones sociales.
Los vÃnculos entre regiones y espacios diversos suponen el
desarrollo de formas simbólicas que facilitan el tránsito de
un mundo cultural a otro, y de un modo u otro lo norman. Estas
fronteras, sin embargo, no sólo permiten prolongar el espacio
rural dentro de la ciudad, sino que constituyen un recurso de
penetración de la ciudad dentro del campo.
Quito: hacia el próximo milenio
La construcción de un proyecto colectivo para la ciudad de
Quito pasa por la articulación de las voluntades
públicas-privadas de los distintos actores urbanos, alrededor
de una idea matriz (plan estratégico). En los albores del
próximo milenio, Quito debe asumir un nuevo sentido histórico
en el marco de la paradoja mundial de
globalización-descentralización que se vive.
Quito ciudad equinoccial, localizada en la "mitad del tiempo",
debe recuperar el sentido de su geografÃa, en tanto ubicación
e implantación, para darle sentido histórico o su evolución.
Ello significa:
- Asumir el cambio de escala de la ciudad
La metropolización de la ciudad se ha estructurado sobre la
base de un desarrollo periférico hacia los valles
circundantes, que en la actualidad no cuenta con una propuesta
especÃfica de desarrollo urbano. Es imprescindible la
construcción de elementos de centralidad, vinculados entre si
con infraestructuras y equipamientos, como base del desarrollo
metropolitano en cada uno de los valles circundantes. Quito ya
no es más una ciudad lineal, sino más bien una urbe con forma
de mano.
Pero la metropolización de Quito tiene que ver también con el
ejercicio de una nueva capitalidad que surge del proceso de
internalización de la ciudad. Esta situación debe potenciarse
sobre la base de una mejorÃa sustancial de su competitividad.
Ello supone privilegiar un tipo particular de infraestructura
como, por ejemplo, las comunicaciones: telefonÃa, correos,
aeropuertos, vialidad, etc. Pero también una mayor
funcionalidad de los servicios y equipamientos, entre otros,
de la energÃa eléctrica, el agua potable, etc.
- El Gobierno Metropolitano
El proceso de modernización del aparato municipal deberÃa
profundizarse sobre la base de la descentralización y
desconcentración. El urbanismo social será más eficaz si se
construyen órganos administrativos de representación, gestión
e identidad más próximos a la sociedad civil.
- La ciudad construida
La lógica de urbanización de la ciudad, tanto en sus procesos
reales como normativos, ha estado dirigida hacia la expansión
periférica. En el futuro se requiere actuar con más fuerza
sobre la ciudad existente, con el fin de modificar su
desarrollo urbano basado en la especulación del suelo, que
hace que la ciudad crezca sin un correlato social. Allà surge
la importancia de intervenir en el centro histórico y la
centralidad urbana.
- Reactivación económica e integración social
El urbanismo vigente no solo que no sigue a la iniciativa
económica, sino que también tiende a profundizar las
desigualdades. Esta tendencia general obliga a la autoridad
local a asumir nuevas responsabilidades en materia económica,
tecnólogica y social.
- Calidad urbana
Revalorización de la cualidad estética de la ciudad, sobre la
base de una triple dimensión: medio ambiental, social y
estética. Hay que intervenir en los problemas funcionales,
potenciar las relaciones sociales y resolver estéticamente los
problemas urbanos de Quito.
De esta manera, el derecho a la ciudad democrática permitirá
hacer más ciudad para más ciudadanos, y más ciudadanos para
más ciudad. Sólo en ese momento Quito asumirá la condición de
una metrópolis. (Diario HOY) (págs 5-6B)