Quito. 28 dic 1995. Quizás el 95 sea recordado en la historia
de la música y del espectáculo en el Ecuador como el del
nacimiento de los megaconciertos.

El 31 de octubre, en el Estadio Olímpico Atahualpa, se
presentó ante 40 mil y pico de personas uno de los grupos de
rock con mayor fama en las dos últimas décadas: Bon Jovi. Ese
hecho marca, un giro radical en una historia de frustraciones,
como diría Alfonso Espinosa, el gerente de la empresa
organizadora del evento, Team Producciones.

El giro se produjo, pero también hubieron otras presencias
importantes este año. Quizás las fundamentales sean la del
argentino Fito Páez y la de los mexicanos Café Tacuba.

El primero, uno de los músicos sudamericanos con mayor
arrastre de fanáticos y quien marca la continuidad en la
tradición de grandes compositores argentinos.

Café Tacuba, en cambio, significó la presencia de uno de los
movimientos más vitales en la música contemporánea: el rock
latino.
Caracterizados por un eclecticismo sin ningún sentimiento de
culpa. Sin sonrojarse, los Café Tacuba pueden pasar de un
bolero al estilo Los Panchos a un intenso hardcore.

Su concierto en Quito, pese a estar metidos en el mismo saco
con los repetitivos e insoportables King Africa, fue una
descarga de energía colectiva realmente mágica. En esta misma
onda, por culpa de empresarios improvisados, fue una verdadera
lástima el que Los Fabulosos Cadillacs no hayan tocado en
Quito por falta de público.

Sin poder sustraerse de la onda internacional, este año
también fue el de la nostalgia. La enorme popularidad que
adquirió en pocos meses una emisora especializada en "rock
clásico", Planeta, y los conciertos de ELO (part 2) y
Cristopher Cross son un testimonio en ese sentido.

Después de la aspirina y la taza de café, se comienza a
revisar lo de la noche anterior. Y no queda nada. Ni en la
memoria, ni en la cama. Lo efímero como norma. Así es la
movida en Quito.

Después del desplazamiento de los ejes de la noche de bares a
clubes o discotecas; muchas de estas, en el lapso de pocos
meses, han tenido su nacimiento, auge y decadencia. Y a
comenzar de nuevo con la de dos cuadras más allá.

Incluso hay quienes se reciclan a si mismos, como es el caso
de la antigua Paparazzi, que duró pocos meses (antes era otra
que en este momento no me acuerdo) y ahora ya es otra cosa. El
mensaje es claro: solo aprendiendo a estar efímero podrás
permanecer en la cresta de la ola. O si prefieren: estemos
efímeros y seamos felices.

Kheops, Ramón Antigua, Kaoba, No, La sal, Ku siguen
haciéndonos creer que existen pero ya son historia. Ahora
están el Taller del sol y Gasoline. Quizás cuando salga esta
nota ya serán otros nombres y otras calles. Todos tendremos
nuestros 15 minutos de gloria parafraseamos a Andy Warhol:
"mira que la vida no es eterna y en cualquier momento nos
olvidan", cantan en este momento los Caifanes en el walkman.

La música que se bailó respondió exactamente a ese esquema,
pero con una perversión adicional: quemar la memoria.
Entonces, volvió a bailarse el Disco de Village People o el
Donna Summer o las viejas cumbias y merengues. Todo eso
combinado con los tecnos y salsas de la quincena.

Nueva era para el rock nacional
Agosto de 1995 marca el inicio de una era para el rock de
producción nacional: en la concha acústica de Luluncoto más de
10 mil fanáticos se reunieron para escuchar a grupos hasta ese
momento absolutamente subterraneos, desconocidos y con mucho
que decir.

Lo de Luluncoto en el juicio de muchos marcó el espacio de
confluencia de tribus urbanas que podían dialogar y fundar
algo que marcara la ruptura con los rockeros bonitos,
virtuosos y salidos de escuelas caras, pero sin mayor
arrastre, ni con nada más que decir que el consabido: "te he
perdido y no te encuentro", "no consigo olvidarte", "te amo y
sufro por tí" y demás boberías para quinceañeras.

10 mil personas para escuchar los ásperos chirridos líricos de
Sal y Mileto o los grasientos chugchucaras sónicos de Cacería
de Lagartos, las melodías en formol de Corazón de Metal y
otros grupos que jamás tendrán premios y estatuillas, que
quizás ni siquiera lleguen a tener un disco, posibilidades
estas que siempre serán para los triunfadores de siempre (en
el arte de hacernos bostezar). Pero, de lo posterior... las
tribus son la esencia de la fragmentación y más allá del acto
fundacional aún no se ha concretado ningún movimiento ni acto
que marque al fuego la presencia de un nuevo sonido en la
música popular del país.

Pero, el mercado de la música en el Ecuador tiene signos
positivos de evolución. Buenas ventas de productos que en
otras épocas hubieran pasado por difíciles como el CD del gran
triunfador del año Hugo Idrovo, quien logra reconocimiento (a
todo nivel) como uno de los grandes talentos de la música en
el Ecuador, en un acto que obliga a pensar "mejor tarde que
nunca", porque la música de Idrovo fue un manjar de minorías
desde hace unos 15 años.

Luego la presencia de varios sellos discográficos nuevos, el
proyecto de Ecuavisa y Psiquieros que desembocó en la
grabación de un CD en la modalidad "unplugged". Incluso el
reclutamiento por parte de la representación local de una
transnacional de los Cacería de Lagartos, uno de los grupos
que más han sonado en la onda "alternativa" nacional, aunque
no necesariamente el mejor.

Los disc jockey se tomaron los barrios
El disc jockey mató la música en vivo. Es la frase de consenso
y a partir de allí, a este personaje se le ve como a una
especie de vampiro que impunemente muele discos, mientras las
orquestas se mueren de hambre.

Pero siempre las cosas son infinitamente más dinámicas que los
pontífices. Durante los últimos dos años, se ha ido
configurando un fenómeno masivo que ha cambiado radicalmente
el panorama de la música joven especialmente en barrios
populares de las grandes ciudades: el disc jockey ya no es más
un oscuro y anónimo cambiador de discos, es un showman con una
propuesta, con un sonido característico, un creativo que mide
su fuerza por la cantidad de parejas o de grupos en la pista
de alguno de los múltiples clubes que han proliferado por los
barrios de la ciudad: En La Marín (una especie de ombligo
donde confluyen las múltiples ciudades que actualmente es
Quito), en Cotocollao, en El Condado, en La Ofelia, Carcelén,
en las zonas suburbanas El Tingo, Tumbaco, Cumbaya, La Merced
y por supuesto en el Sur de la ciudad.

Las mezclas son cada vez más ingeniosas y creativas, se anima
en clave rapera, se incorporan efectos y sonidos de distinto
orden. En la reproducción de una atmósfera que recuerda mucho
al de la Nueva York negra e hispana de comienzos del rap
(finales de los 70). (6B) (Diario Hoy) (Cultura)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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