Quito (Ecuador). 31 dic 95. En un año cambiaron las
expectativas. De las ilusiones de fines de 1994, no queda
mucho. Solo la ingenuidad (o la ignorancia) llama todavía a
sostener la fachada de la estabilización a cómo de lugar. Su
logro -dicen- sería el punto de partida para la largamente
ansiada reactivación y para la posterior distribución del
ingreso. Proceso que sintetiza la vieja (y equivocada) teoría
del pastelero: "primero hacer crecer la riqueza, antes de
repartirla".

Una cadena de crisis propias y otras ajenas

Pocos años han sido tan complejos como 1995. Nuestra economía
ha sufrido el embate desde diversos lados, unos provenientes
del exterior: el efecto tequila y la guerra con el Perú, y
otros definitivamente provocados casa adentro, con
participación activa del gobierno.

La crisis política desatada por la corrupción del
ex-vicepresidente Dahik -abuso del poder- y enriquecida por
una diversidad de actos ilícitos, constituye el telón de
fondo. Y los repetidos racionamientos de electricidad,
producidos por el dogmatismo privatizador y la mediocridad de
los directivos del sector energético, ensombrecen aún más la
situación. En este escenario, el torpe (y hasta doloso?)
manejo de la ampliación del Oleoducto, el fracaso de la
modernización privatizadora y el descalabro oficial-neoliberal
en la reciente Consulta Popular, complican aún más la gestión
gubernamental.

Y es en ambiente de galopante incertidumbre, donde obra el
programa macroeconómico. Y aquí también es entendible el
significado del esfuerzo antiinflacionario que habría tenido
"exitosos resultados", algo que -para algunos- debería
sostenerse como un objetivo nacional...

Los entretelones del modelo

No se puede minimizar el efecto negativo de las crisis
mencionadas. Pero no se las puede sobredimensionar y hacer de
éstas la causa última de todas las dificultades. Una visión
más detenida encuentra elementos de inestabilidad en el propio
programa macro: "El problema no es tanto la crisis energética
ni política, sino el modelo aplicado; un modelo concentrador
que favorece al grande y perjudica al pequeño", lo reconoce un
vocero de los sectores empresariales, el ingeniero Manuel
Nieto, representante de los pequeños industriales.

En este modelo, la estabilización es apenas una de sus
aristas. Sus propósitos más profundos van más allá de la
estabilidad de los precios.

Con él se forza la apertura y la liberalización, bases de una
modalidad de acumulación reprimarizadora que se nos impone
desde hace más de una década.

Apena que este empeño no haya sido interiorizado. Son muchos
los empresarios y analistas que creen que los problemas se
derivan solo de situaciones externas al modelo o porque su
instrumentación estaría incompleta o por culpa de la
incapacidad de los gobernantes. Mientras que otros todavía
aspiran a que el gobierno provoque el descenso de las tasas de
interés, vía políticas crediticias o subsidios que favorezcan
al aparato productivo u otros mecanismos.
Una expectativa equivocada.

El programa se muerde su rabo

Este gobierno está atrapado entre su programa y su dogma. Por
un lado pretende sostener su estabilización y por otro espera
que el reajuste de la economía produzca su reactivación de una
manera cuasi espontánea, influida por los impulsos del
mercado. Impulsos que se sustentan en un rezago cambiario,
para frenar las expectativas inflacionarias vía devaluación, y
en altas tasas de interés, para atraer los capitales foráneos.

Rezago que facilita masivas importaciones y que, en
consecuencia, debilita aquella actividad manufacturera que no
encuentra su nicho en el mercado mundial o en el consumo de
los grupos acomodados de la población. Tasas elevadas que
atraen (o debería atraer) inversiones en áreas con una
significativa renta diferencial: en especial en la producción
ligada a la naturaleza, o sea en las actividades primarias.

Esto explicaría, de alguna forma, el crecimiento de las
exportaciones primarias (que han aumentado sobre todo por el
incremento de sus precios); y, por otro, el proceso de
desindustrialización forzado por una competencia internacional
violenta que inunda al país en importaciones de todo tipo.

Así, el rezago cambiario y el alto precio del dinero, ejes del
programa macroecónomico y a su vez costos de la estabilización
y el reajuste estructural, han empezado a estrangular al mismo
programa macro.

Para impedir una estámpida del dólar, las autoridades
sostienen alto el costo del dinero y en dos ocasiones durante
1995 han reacomodado el nivel de la banda cambiaria, empujados
a su vez por factores exógenos.

Un asunto preocupante en la medida en que decrecen los flujos
de capital foráneo, en su mayoría de corto plazo, que apenas
sirven para sostener inflada la burbuja especulativa. Y justo
cuando empieza a pesarnos con mayor intensidad el servicio
acordado de la deuda externa.

El síndrome de Machala

Por más que afirmen lo contrario, el sistema financiero hace
agua y el aparato productivo orientado hacia el mercado
interno (o apenas vinculado a la economía internacional),
afectado por "el síndrome de Machala", está en una situación
muy difícil, sino definitivamente al borde la quiebra.

La tan promocionada fortaleza financiera desaparece en un
ambiente cargado de dudas y sospechas, en el cual algunos
involucrados han comenzado a ponerse a buen recaudo. Frente a
lo cual, el gobierno restablece, vía normas y regulaciones,
algo del intervencionismo para intentar combatir el caos
provocado por su propia política respecto al sector
financiero, inyecta indiscriminadamente una multimillonaria
ayuda para combatir la iliquidez reinante.

Y el mismo gobierno ignora, a contrapelo del discurso
presidencial al finbalizar el año, los reclamos de aquellos
productores nacionales acogotados por la recesión y que no
encuentran una válvula de escape para sus productos en el
mercado externo. Asunto que tensa aún más el ya caldeado
ambiente nacional.

Simultáneamente han empezado a aflorar las debilidades del
mercado. La neoliberidad se transforma en libertinaje. El gran
número de entidades financieras, surguidas como hongos después
de la lluvia, agudiza la fragilidad e ineficiencia del sistema
en relación con el número de actores y la disponibilidad local
de recursos. Frente a lo cual, las superintendencias asoman
como mudos testigos frente a una debacle en ciernes o aún casi
como cómplices de situaciones dudosas.

Por otro lado, algunas empresas consiguen enormes utilidades
especulando en diversas áreas, como Hiperoil con los
combustibles.

Mientras que empresas productivas tienen que cerrar sus
puertas, empezando por aquellas de renombre como "El
Progreso", "La Reforma" (Babahoyo), "Solubel", "Elena
Izurieta", así como otras 500 empresas pequeñas y medianas.

Prima lo especulativo sobre lo productivo. Y se fortalece el
espíritu rentístico de muchos empresarios.

¿Sobrevivirá el modelo en 1996?

Lo que interesa conocer o al menos anticipar, al iniciar el
nuevo año, un año político por excelencia, es la viabilidad
del programa macro. Tanto en términos económicos como
sociopolíticos.

El nuevo esquema de acumulación en marcha y el proceso de
reordenamiento político, a pesar de ser excluyentes y
concentradores, y de su marcada debilidad, parece que
mantendrán su inercia. Y esto a pesar de que en el camino
quedaron truncas muchas metas macroeconómicas planteadas hace
un año.

No se avizora, por lo pronto, una fuerza sociopolítica que
pueda alterar esta tendencia y que capitalice aquel
descontento de amplios sectores de la sociedad manifestado en
la Consulta Popular.

En otras palabras, hasta qué punto podrán las autoridades
económicas mantener el ancla cambiaria sin ahondar las
restricciones financieras.

Hasta qué punto les aguantará el respaldo de la RMI, con
importaciones que crecen más rápido que las exportaciones. Una
mayor flexibilización del manejo cambiario en las actuales
circunstancias podría ocasionar su muerte prematura: si se
inyecta más recursos para provocar una baja sustantiva de los
intereses (que además frenaría el flujo de capitales hacia el
país), se agudizarían las presiones sobre el nivel cambiario y
la inflación terminaría por desatar sus alas, acabando con el
sueño de la estabilización. Y por otro lado, sostener la
estabilidad a cualquier precio, o sea mantener de alguna
manera la expectativa del ancla cambiaria, aumentará aún más
el costo social y económico: más desempleo y más quiebras.

Aspectos preocupantes en una situación de generalizado
desgobierno, con una corrupción desbocada y con una marcada
incertidumbre electoral. Y justo cuando el ciclo político de
la economía va en cualquiera de sus formas: sea flexibilizando
el gasto fiscal para mejorar la imagen política del régimen a
nivel popular o manteniendo el dogmatismo económico para
sostener la imagen de sus responsables a nivel de los
organismos multilaterales y de sus padrinos criollos, con
miras políticas a mediano y largo plazos. El meollo del asunto
radica en la capacidad del régimen para capear el temporal y
en la predisposición de los nuevos gobernantes para sostener
el programa macro, a partir de agosto de 1996. Y, en especial,
en la disposición de la sociedad para tolerar su vigencia...
(Economía) (Diario HOY) (6A)
EXPLORED
en Autor: Alberto Acosta - Ciudad Quito (Ecuador)

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