ECONOMIA
Quito. 02 jul 99. Las reuniones del G-8 están dejando atrás sus
orígenes como arena para debatir temas económicos globales, y se
consolidan cada vez más como foro político donde las naciones
poderosas tratan de resolver sus diferencias. Por ello, los
países de América Latina deben dejar de pensar que de estas
reuniones surgirán las grandes transformaciones que anhelan de
la economía mundial.

El plan esbozado en la reunión del G-8 en Colonia, una limitada
condonación de deudas a los países pobres, no es otra cosa que
una decisión política que no cambia el futuro de las relaciones
económicas globales. Y la ayuda proyectada a los países
balcánicos no hubiese surgido como indispensable si no fuese que
sus economías fueron devastadas por la guerra de la OTAN contra
Yugoslavia, de nuevo una decisión que se considera necesaria por
razones políticas. Además, haciendo honor a aquello de que la
caridad empieza por casa, Rusia recibió --por razones también
políticas-- promesas de que sus asociados en el G-8 no van a
permitir que se quede en la calle, no por ahora al menos.

Ya un día antes, la Organización del Tratado del Atlántico Norte
le había concedido a Rusia una presencia militar importante en
las fuerzas de mantenimiento de la paz en Kosovo. Ahora, para
premiar el importante papel desempeñado por Rusia en la
negociación de una salida diplomática a la guerra contra
Yugoslavia y hacerla sentir más íntimamente asociada con
Occidente, los países del G-7 acordaron iniciativas destinadas
a ayudar a Moscú a pagar sus deudas, a manejar el
desmantelamiento de sus misiles nucleares y a que se integre más
efectivamente en la economía global.

Se le prometió que el Fondo Monetario Internacional será urgido
a desembolsar los 4.500 millones de dólares de asistencia que
están pen- dientes y que ayudarán a Rusia a reestructurar 69.000
millones de deuda de la era soviética. Los seis países
occidentales y Japón también acordaron aumentar su ayuda a Rusia
para el desmantelamiento de cabezas nucleares obsoletas, para
disponer de una manera segura de sus existencias de plutonio y
para hallarle empleo permanente a científicos que si no podrían
estar tentados de vender sus conocimientos a peligrosos
dictadores.

Condonar deuda no es reformar

No está mal, por cierto, que los líderes de las siete mayores
naciones industrializadas --en realidad Rusia no contó para
esto-- hayan tomado estas decisiones, y el mecanismo de una
cumbre anual ha mostrado ser eficaz para abordar, y hasta
resolver, ciertas cuestiones políticas; pero ha llegado entonces
el momento de que los países de América Latina dejen de pensar
que de esas reuniones puedan surgir las grandes transformaciones
que anhelan de la economía mundial. Basta ver el escaso efecto
que han estado teniendo sus requerimientos.

"Es indispensable que la naciones del G-7 den inmediatamente los
pasos necesarios para restaurar la estabilidad en los mercados
financieros", se dijo en el comunicado oficial de las 14 naciones
latinoamericanas del Grupo de Río reunidas en Panamá en
septiembre de 1998. Un mes más tarde, los líderes de 19 países
latinoamericanos, reunidos con España y Portugal en la Cumbre
Iberoamericana realizada en la ciudad portuguesa de Oporto,
reiteraban su pedido, urgiendo al Grupo de los Siete a que
actuase para estabilizar el sistema financiero internacional y
así impedir que se produjese una recesión global. La reciente
turbulencia en los mercados financieros, dijeron, muestra que se
deben llevar a cabo rápidamente los ajustes necesarios "para
evitar que las dificultades que afectan a unos pocos se
conviertan en una crisis para todos".

El liderazgo que le corresponde al presidente de los Estados
Unidos en el G-8 actual, como lo era en el G-7 antes, es algo
obvio, así que lo que Bill Clinton haya o no hecho por atender
a los problemas de la economía mundial determina lo que el grupo
en su totalidad está dispuesto a hacer. Como se puede ver en un
recuadro cercano, la iniciativa que Clinton respaldó de condonar
una parte de la deuda de países pobres altamente endeudados es
un episodio aislado que no hace al fondo de la relación
económico-financiera de los países ricos con los países en
desarrollo.

Plan más modesto que agresivo

Cuando en el último cuatrimestre del año pasado el sistema
financiero mundial estaba desintegrándose, Bill Clinton le pidió
a sus asesores que le indicasen qué medidas audaces podría
anunciar para calmar el pánico y remediar el daño. Desde
entonces, la presunción de un desastre ya no se cierne sobre los
mercados financieros; la declinación económica global, si bien
severa, parece haber tocado fondo, y el gobierno norteamericano
ha impulsado, si no todas, la mayor parte de las medidas que
Clinton prometió para lidiar con "el mayor desafío financiero
enfrentado por el mundo en medio siglo".

Pero de hecho resultó evidente que el plan de Clinton había sido
más modesto que agresivo. Más aún, fue la más tradicional
respuesta de Clinton a la crisis --abogar por que se le prestase
dinero en un monto importante a Brasil y a otros países en
desarrollo en dificultades-- lo que más ayudó a resolver la
crisis.

A principios de abril el gobierno de Clinton anunció que el
secretario del Tesoro, Robert Rubin, daría a conocer nuevas
medidas para reestructurar el sistema financiero global para
prevenir y acortar crisis futuras. Pero cuando esto se concretó
el 21 de abril, en un discurso del Secretario Rubin en la
Facultad de Estudios Internacionales de la Universidad Johns
Hopkins, todo lo que hizo fue sacar a relucir la vieja lista de
propuestas para reparar la "arquitectura financiera global", un
tópico, admitió, que hasta el propio presidente Clinton dice que
"no es un tema muy fascinante".

La esencia del discurso de Rubin fue que "no hay respuestas
simples y no hay varitas mágicas", señalando que "hay algunos
problemas para los cuales no tenemos actualmente una solución
completamente satisfactoria. La consecuencia es que la reforma
no va a involucrar un único y dramático anuncio o una única y
dramática iniciativa, sino una colección de acciones a lo largo
del tiempo".

Con este enfoque Rubin demolió los ambiciosos planes que han
generado grandes titulares en los últimos meses acerca de la
posible creación de instituciones totalmente nuevas para
suplementar o reemplazar al Fondo Monetario Internacional. Por
ejemplo, George Soros, que es parte del problema y no de la
solución, ha propuesto establecer una agencia internacional que
decidiría qué países merecen crédito y garantizaría un cierto
monto de préstamos a ellos, lo que le permitiría al lobo saber
de antemano cuáles son las gallinas que vale la pena atacar, una
afirmación que posiblemente sorprenda a aquellos en quienes no
ha penetrado aún la noción de que Soros no es un bondadoso
benefactor sino un astuto especulador.

"A lo largo del tiempo, los pasos que hemos dado y los que
proponemos constituyen un muy poderoso programa de reforma", dijo
Rubin en Johns Hopkins. "El resultado deberá ser una economía
global más robusta --que sea menos susceptible a crisis, mejor
equipada para lidiar con crisis y con un mayor crecimiento más
ampliamente compartido".

Sus palabras indican que no cabe cifrar esperanzas en mágicas
transformaciones de la economía global que puedan llevarse a cabo
como resultado de futuras reuniones del G-8, que cada vez más
está dejando atrás sus orígenes como arena para debatir temas
económicos globales y se está consolidando como foro político
donde las naciones más poderosas tratan de resolver sus
diferencias. (Texto tomado de Tiempos del Mundo)
EXPLORED
en Ciudad ECONOMIA Quito

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