Quito. 31 jul 99.

DESAPARECIDOS
1.- Henry Pulluguari Uchuari
2.- Mayra Martínez Silva
3.- Carlos Vargas Simbaña
4.- Ronny Garófalo Jaen
5.- Mauricio Gallardo Guano
6.- Christian Viracucha
7.- David Mindiola Suárez
8.- Víctor Armijos Zaruma
9.- Eduardo Quiñónez
10.- Guzmán Farinango

PUEDEN AVISAR:
Rencuentro: (02) 238-627
Amauta: (03) 941-215
Cedanp: (04) 206-701

Una anciana que fue a cortar chilca para sus animales, en un
bosque de eucaliptos, fue la primera sorprendida. El cadáver de
una niña, en estado de descomposición, había sido desenterrado
por unos perros.

Varios padres de familia que buscan a sus niñas desaparecidas en
circunstancias misteriosas acudieron a las oficinas de la
Policía de Riobamba, para verificar si las características de la
menor muerta correspondían con las de sus hijas. Muchos
respiraron al constatar que no era la persona a la que buscaban.

Solo José Vicente Sanabria quedó atónito de espanto, al observar
las prendas de vestir que habían encontrado junto al cadáver.
¿Qué pasó?

La niña Carmen del Rosario desapareció misteriosamente el 16 de
abril de este año, en medio de un festival de música, organizado
con motivo de las fiestas de Riobamba, en el Parque Infantil,
frente al Estadio de Olmedo.

José Vicente Sanabria llegó al festival, en horas de la noche,
con su esposa, Carmen Ermida Nina, y sus tres hijos, para vender
caramelos. La menor, Carmen del Rosario, jugaba a pocos metros
del puesto en el que se encontraban sus padres y hermanos. A las
22h00, en cuestión de minutos, la niña desapareció.

En un primer momento, José Vicente y Carmen Ermida pensaron que
se había perdido entre la gente que estaba en el festival.

Primero la buscaron por los alrededores, luego la hicieron llamar
por los altoparlantes. Carmen del Rosario estaba en el primer
grado de la escuela Catorce de Agosto. A su edad, si estaba
cerca, habría sido capaz de hacerse llevar por alguien a la
tarima.

Carmen del Rosario no apareció. Nadie respondió al llamado que
hicieron por los altoparlantes. Los padres volvieron a buscarla
en los alrededores, apegados a sus otros dos hijos. Todo fue
inútil.

Era la decimosexta niña que desaparecía durante los tres primeros
meses de 1999, y la séptima desaparición misteriosa, ocurrida en
ese mismo periodo, solo en Riobamba. Según Billy Cajas, de la
Fundación Amauta -que trabaja con niños perdidos-, la mayor parte
de las desapariciones de menores son voluntarias, producto del
maltrato infantil.

Pero también existen un gran número de desapariciones
misteriosas: niños que se pierden sin dejar rastro a pesar de que
se comprueba que en sus hogares tenían una vida normal.

Al día siguiente de la desaparición, los padres de Carmen del
Rosario acudieron a la Policía. Luego se dirigieron a la
Fundación Amauta. No descartaron que su hija podría haber sido
llevada a Venezuela o Colombia, el destino de un gran porcentaje
de niños que se esfuman de Riobamba, sobre todo de las zonas
rurales.

La foto de la niña se pegó en las principales calles de la
ciudad. Se llevaron copias de los afiches a Guayaquil y a Quito.

Se publicó la noticia en varios medios de comunicación.

El 14 de mayo, un mes después de la desaparición de Carmen del
Rosario, la trabajadora social de la Fundación Amauta recibió una
llamada de la Policía, que les informaba del hallazgo del cadáver
de una niña. En ese instante se comunicaron con varios padres que
tienen a sus hijas desaparecidas, para que acudieran a las
dependencias policiales.

El 15 de mayo se presentaron en las oficinas de la Policía José
Vicente Sanabria y las hermanas de Carmen Ermida. Llegaron a las
08h00, junto con otros padres, para comprobar, en medio del
dolor, que las prendas que habrían hallado junto al cadáver eran
las que llevaba puestas Carmen, la noche en la que se esfumó: una
vincha de color celeste; medias de color blanco y zapatos azules.


Su rostro estaba irreconocible. La autopsia presumía que había
sido devorado por los perros callejeros que desenterraron su
cadáver en las afueras de Riobamba, atrás de la escuela San
Felipe. Justo en los alrededores del sitio en donde se construyó
una Iglesia, para recordar la aparición de la Virgen de Lourdes,
en honor a quien bautizaron el lugar como La Gruta de Lourdes.

Entre los eucaliptos de La Gruta, los perros habían dejado
visible el hueco que habían cavado, quienes la asesinaron, para
enterrarla. En ese lugar halló el cadáver la anciana que cortaba
chilca, en la tarde del 14 de mayo. La autopsia demostró que la
niña había sido violada y estrangulada, antes de ser enterrada
atrás de la Iglesia. Carmen fue sepultada dos días después, en
medio de una conmoción generalizada y esperanzada en que la
Policía capture a los responsables; aunque hasta la actualidad
no encuentran ninguna pista ni de los asesinos, ni del resto de
niños que desaparecieron misteriosamente en Riobamba.

La mañana del 15 de mayo, el resto de padres que acudieron a las
dependencias policiales, con la esperanza de que las
características del cadáver hallado no correspondieran con las
de sus hijas, salieron asombrados y rezando para que sus hijas
no sean halladas en otras grutas, en condiciones similares.

Todavía les queda la esperanza de encontrarlas con vida.

Lorena Chávez, de la Fundación Rencuentro, que también recepta
denuncias sobre desapariciones de niños, sostiene que ayudar a
familiares que tienen personas ausentes es aceptar duelos no
resueltos. "Si se te muere un hijo tienes el cuerpo, la tumba,
sus cosas; lloras, te desesperas, pero sabes que está ahí. Cuando
un niño desaparece sus padres viven en un duelo permanente,
porque no saben qué paso. ¿Lo mataron, será explotado
laboralmente o víctima de abuso sexual? Todos los días se
levantan con la impotencia de no saber dónde está".

Una denuncia diaria en la Dinapen

- En Quito desaparece un niño cada mes, sin dejar rastro. La
Policía estima que las cifras 'no son tan alarmantes'.

- El rumor en las fundaciones que trabajan con menores perdidos
es que en el país bien podría estar el germen de una red de
tráfico de niños.

- Las estadísticas de la Policía, Rencuentro, Amauta y del Centro
de Defensa y Atención al Niño Perdido (Cedanp) no coinciden.

- La Fundación Amauta aseguró que en Riobamba existen 35
denuncias de niños desaparecidos; la Fundación Rencuentro
contabilizó 127 casos, en Quito; el Cedanp 199, en Guayaquil y
la Dirección Nacional de la Policía Especializada en Niños, Niñas
y Adolescentes (Dinapen) 237, en las cuatro provincias en las
que trabaja.

- Los casos más fáciles de resolver son los de niños extraviados,
y los más difíciles, los plagios de niños recién nacidos.

Huellas que se pierden con las desapariciones

En el primer semestre de 1999 desaparecieron 127 niños, en Quito;
35, en Riobamba; y 199, en Guayaquil. Las causas más comunes son
las ausencias voluntarias.

Jéssica Paola no sabe en dónde nació, ni quiénes son sus padres.
No tiene identidad, ni apellido. La persona que la cuida espera que
alguien la reconozca.

Hace tres meses, una mujer de escasos recursos económicos ingresó
a la maternidad Isidro Ayora de Quito, en donde dio a luz a niñas
gemelas. No tenía familiares que la recogieran del centro
hospitalario, ni dinero para pagar la cuenta.

Una mujer que se identificó con un nombre ficticio, según lo
determinó las investigaciones policiales, se acercó a la mamá de
las niñas para ofrecerle su ayuda. Pronto se hizo su amiga y
hasta le pagó la cuenta de la maternidad.

Al salir del hospital se trasladaron a un hotel, para descansar
unas horas. Pero antes se detuvieron en un almacén, desde donde
la "benefactora" realizó una llamada telefónica.

En el hotel, en donde comieron algo, se registraron con la cédula
de la mamá de las gemelas, que insistió en irse a su casa después
de algunas horas. La misteriosa mujer, que nunca mostró su
identificación, finalmente aceptó ayudarla a llegar a donde vivía
en taxi, por la noche.

Las dos mujeres salieron del hotel con una niña cada una entre
sus brazos. En el mismo momento en que llegaron a la calle, pasó
un taxi que se detuvo frente a la acera.

En contados segundos la mujer que pagó todas las cuentas se subió
al taxi con una de las gemelas en sus brazos, cerró la portezuela
y el vehículo arrancó con dirección desconocida. De nada
sirvieron los gritos de auxilio de la mamá. Desde entonces, no
ha vuelto a ver a su segunda hija.

¿Por qué desaparecen misteriosamente los niños?

Según las clasificaciones realizadas por varias organizaciones,
auspiciadas por el Instituto Nacional del Niño y la Familia
(Innfa) para realizar un trabajo de seguimiento sobre las
desapariciones de los menores, estos se esfuman por el maltrato
al que son sometidos en los hogares, problemas escolares,
económicos, sentimentales, explotación laboral, procesos de
"callejización", abusos sexuales en el hogar, abandonos y, por
supuesto, plagios y raptos: paradójicamente, estos últimos son
lo más difíciles de resolver, según la Policía, la Fundación
Rencuentro, Amauta y el Centro de Defensa y Atención al Niño
Perdido (Cedanp).

Al día siguiente, la mujer a la que robaron una hija presentó la
denuncia en la Dirección Nacional de la Policía Especializada en
Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen). Un agente se hizo cargo
del caso, pero no encontró ninguna pista que lo llevara a
identificar a la raptora. La investigación se detuvo cuando
acudieron al almacén desde donde realizó la llamada y comprobaron
que había marcado un número telefónico de la ciudad.

"Lamentablemente, Andinatel -sostuvo Ivonne Daza de la Dinapen-
no registra las llamadas locales. Ahí se nos fue la
investigación, porque se nos agotaron las pistas. Si teníamos el
dato de la persona a quién llamó, habríamos ubicado a la otra
persona, que pudo haber sido el conductor del taxi". La única
esperanza para encontrar a la niña plagiada es que crezca su
hermana para fotografiarla y enviar copias a todas las
dependencias policiales.

Ivonne Daza asegura que esos son los casos más complicados que
deben investigar. "Existen de cinco a siete casos similares
-sostiene- en los que desaparecen los niños sin dejar pistas".

En el primer semestre de 1999 desaparecieron 127 niños, en Quito;
35, en Riobamba; y 199, en Guayaquil. Las causas más comunes,
según las fundaciones, son las ausencias voluntarias.

De las 35 denuncias que tienen archivadas la Fundación Amauta,
15 fueron clasificadas como ausencias voluntarias; es decir, que
los menores abandonaron sus casas por sus propios medios. Solo
en dos casos comprobaron que los niños se marcharon de sus
viviendas porque vivían en hogares desorganizados; también
conocieron las denuncias sobre 13 niños que desaparecieron sin
dejar rastro alguno, a pesar de que no eran maltratados y vivían
una vida normal.

Algo similar ocurre en Guayas, en donde 118 niños desaparecieron
de sus hogares por sus propios medios, en los seis primeros meses
de este año. Las causas: maltrato, influencia de amigos,
inconformidad con la situación económica de sus hogares,
negligencia familiar, problemas en las escuelas...

Aunque las ausencias voluntarias son numerosas, las
desapariciones misteriosas también lo son.

El Cedanp tiene archivadas 83 denuncias de niños perdidos en
circunstancias misteriosas: conocieron seis casos de rapto y 34
de desapariciones cuyas causas se ignoran.

Los meses en los que más denuncias de desapariciones se
produjeron en Guayaquil, fueron de los de enero a abril. Al
parecer, según las estadísticas, en esa ciudad son más proclives
a desaparecer los niños cuyas edades están comprendidas entre los
cinco y los 10 años.

Mientras que, en Quito, la mayoría de niños desaparecen por
descuido de sus padres. Los menores extraviados suman el 35% de
los casos atendidos por Rencuentro. Lorena Chávez, de esa
Fundación, asegura que otro gran porcentaje de desapariciones se
producen porque los niños son víctimas de plagios perpetrados por
los propios padres. Denuncias sobre este tipo de desapariciones
son numerosas en los tribunales de menores.

Al paracer, solo en Quito existen denuncias sobre casos de
tráfico de niños y varios rumores de tráfico de órganos, aunque
en la Dinapen sostienen que hasta el momento no han investigado
ningún caso, porque no se han presentado denuncias formales .

La búsqueda y el regreso de Jéssica

El 19 de diciembre del año anterior, Laura García deseaba
ducharse para viajar a Guayaquil, en compañía de Jéssica -una
niña que está en su casa hace tres años a su cuidado-, a un
matrimonio de su sobrino, pero se dio cuenta de que ya no había
champú. Tuvo que salir a la tienda para comprarlo. Tan solo se
demoró media hora; cuando regresó, Jéssica ya no estaba.

La puerta de su casa, ubicada en el centro de Riobamba, seguía
abierta. Los calcetines que la niña estaba lavando seguían en
la lavandería.

Tuvo que suspender el viaje a Guayaquil, preguntó a sus vecinos.

Alguien le dijo que una señora la había subido a un taxi y que
se la había llevado.

Todo se enredaba. Se dirigió a la Policía para denunciar la
desaparición, viajó a Quito, colocó afiches con su foto en varias
ciudades. Es una niña pequeña, de pelo corto, de ojos inquietos
y reservada.

Después de tres meses de espera, Jéssica regresó. Del Tribunal
de Menores de Esmeraldas llamaron a Laura para decirle que en esa
ciudad había una niña parecida a la que buscaba. Viajó
inmediatamente. Llegó a las 05h00 y tuvo que esperar tres horas
hasta que abrieran las ofcinas.

A las 08h00 vio llegar a Jéssica. La niña se avalanzó a los
brazos de la mujer a quien llama mamá Laura. Una pareja sin hijos
había sido quien la raptó, la mañana del 19 de diciembre. La
llevaron a Guayaquil, en donde la tuvieron durante dos meses. Esa
pareja, inconforme con la niña, la entregó (¿regaló?) a una mujer
que vivía en Esmeraldas.

La niña no se acostumbró en ningún sitio; repetía que deseaba
estar con mamá Laura. Hasta que la persona que la tenía en
Esmeraldas decidió acudir al Tribunal de Menores para entregarla.

La niña repetía de memoria el número de teléfono de la casa en
donde vivía.

Así regresó Jéssica al único hogar que conoció en toda su vida,
porque no conoce su verdadero nombre, ni su apellido, ni dónde
nació. En el Registro Civil ni siquiera saben de su existencia.
Todo lo que se sabe sobre su familia son rumores.

Se presume que su madre está en la cárcel, que su abuela
paterna, no la recogió, porque no estaba segura de que fuera su
nieta, que tiene un hermano... Según Laura, la niña llegó a su
casa hace tres años por intermedio de Gladys, la persona que lava
su ropa.

Jéssica dice que nunca quiere volver a viajar, porque no soporta
el calor. Espera poder ir a la escuela, cuando tenga identidad
y un apellido.

Manuela puede al fin volver a pelar ajos Manuela Beatriz Chucaz
desapareció en Riobamba, el 23 de enero de este año, a las 05h00, misteriosamente, y apareció el 7 de abril, en similares
circunstancias. Lo único que se sabe del extraño suceso es que
una mujer la llevó en un carro. Nada más.

Aparentemente, la niña desapareció cuando Josefina Chucaz, su
mamá, salió la madrugada del 23 de enero a buscar a Tomás Shimin,
su esposo. Manuela se quedó al cuidado de su hermana Anita.

Quince minutos después, regresó Josefina y la cama en la que
dormía Manuela estaba vacía. La buscó por la casa, en donde pelan
ajos para vender en el mercado. Después recorrió las calles de
los alrededores. No la encontró por ninguna parte. Acudió a la
Cruz Roja, al Innfa, a la Fundación Amauta. Llevaron fotos de la
niña a los medios de comunicación. Viajaron a Quito, en donde
casi matan a Tomás Shimin en la Plaza de San Blas, por robarle
100 sucres que llevaba en el bolsillo. Era Semana Santa.

Regresaron a Riobamba un miércoles. Al día siguiente, el Jueves
Santo, los encargados de la Fundación Amauta le dijeron que
parecía que su hija se hallaba en Quito. Tuvieron que esperar
tres días: Viernes Santo, Sábado de Gloria y Domingo de Ramos,
para viajar otra vez a la capital, porque las oficinas no
trabajaban en el feriado.

Los días en los que la niña estuvo ausente transcurrieron en una
constante angustia. Josefina veía la sombra de su hija vagar por
la casa, escuchaba su voz, mientras pelaba los ajos que debía
vender en el mercado...

Finalmente, el lunes, pudo viajar a Quito y encontró a la niña
vestida con ropa interior y un camisón. La Policía la encontró
caminando por la Vía a Los Chillos, sin rumbo.

Manuela tenía múltiples heridas en el cuerpo. Cuando Josefina
Chucaz termina de contar la historia, su hija llega con un puñado
de ajos en la mano.

Poco a poco, Manuela se vuelve a adaptar a su antigua vida, al
olor de los ajos que suele pelar en compañía de su abuela, una
anciana que dice no saber cuántos años tiene, pero que está
contenta de tener otra vez la compañía de su nieta.

El intermitente sueño de Ana

Una niña de 11 años desapareció cuando se dirigía a recoger a sus
hermanas de la guardería. Su madre la ha buscado en todos los
lugares: hospitales, Cruz Roja y hasta en la morgue. Espera que
regrese con vida

Bolívar Guamán ha recurrido hasta los brujos para intentar
encontrar a su hija. Le pidieron una vela y tres millones de
sucres, pero nunca le dijeron nada

Mayra del Rocío Martínez Silva cumplió 12 años el 4 de febrero
de 1999, lejos de su hogar, en un lugar desconocido. Desapareció
misteriosamente el 1 de diciembre de 1998, en el sector de
Chillogallo, al sur de Quito.

Su madre, Ana Silva Rosero, no olvida su pelo largo y ondulado,
sus pecas en la cara y la mancha que tiene en el ojo derecho,
parecida a una luna delgada.

Ana Silva la ha buscado por casi todo el país y ha pedido ayuda
a diferentes instituciones. En todos estos meses, solo se ha
encargado de que las cosas en la habitación de su hija permanezcan
intactas, para cuando ella regrese, porque su madre está segura
de que regresará.

El 1+ de diciembre salió a la escuela Abdón Calderón, ubicada en
la Ecuatoriana, al sur de Quito, y su madre se dirigió a su
trabajo. Mayra solía regresar de la escuela y dirigirse a la
guardería para recoger a su hermana.

Efectivamente, llegó a su casa, se quitó el uniforme, se puso un
calentador de color amarillo; una camiseta de color rosado y unas
sandalias negras. Una vecina del barrio le había preguntado "¿a
dónde se va?" Mayra había dicho que a la guardería, a buscar a
sus hermanas. Desde entonces nadie más la ha visto.

A la guardería nunca llegó; los encargados tuvieron que dejar a
las niñas en la casa de una vecina; cuando Ana Silva regresó a
su casa, a las 19h00 -justo ese día su jefa le había dicho que
se quedara unas horas más; generalmente sale a las 16h30- y no
la encontró. La primera noche la buscaron en toda la vecindad,
casa por casa. Luego, Ana se dirigió a las casas de sus
familiares, interrogó a los vecinos y comenzó una búsqueda que
dura hasta la actualidad.

La buscó en lo hospitales, en la Cruz Roja y hasta en la morgue.

Envió fotos de la niña a los medios de comunicación. Presentó la
denuncia en la Central de Radiopatrullas. Ocho días después de
la desaparición, le dijeron que ese día habían visto a la niña
con una señora de acento esmeraldeño, que le invitó a comer una
pasta y una cola.

Se fue a Esmeraldas. Otra vez regresó con menos dinero. Tuvo que
vender la televisión, que tanto le gustaba a la niña, para poder
cubrir los gastos. Ana Silva dice que todo le sale mal desde que
Mayra desapareció. Su otra hija tuvo que cambiarse de escuela y
ser tratada con un sicólogo. Tiene pánico de esfumarse, como su
hermana.

Una noche, Ana Silva vio llegar a Mayra a la casa. Estaba vestida
con otra ropa y se había cortado el pelo. Solo la abrazó y le
preguntó dónde había estado. "No me acuerdo, mamá", le había
dicho. Son imágenes que se repiten incesantemente en sus sueños,
cuando puede dormir en las noches. Por eso está segura que su
hija regresará algún día, por sus propios.

Gastaron 12 millones en una búsqueda infructuosa

Luis Paca y Mariana Ruiz no pueden evitar llorar cuando recuerdan
a su hija, desaparecida misteriosamente el 18 de diciembre de
1998. La última vez que la vieron fue cuando salió de su casa,
ubicada en la parroquia San Juan, a las 05h45, para dirigirse a
la escuela San Vicente de Paúl, en Riobamba.

Ese día, la niña tenía que dar un examen de inglés. Salió a las
11h30 de la escuela, pero nunca regresó a su casa. Luis Paca
todavía recuerda que la tarde anterior le había recomendado a su
única hija que siempre intentara ir acompañada por sus dos
hermanos, que también estudian en esa ciudad.

En la noche, los padres de Miriam acudieron a la Policía. Les
dijeron que regresaran al día siguiente;, el sábado no atendieron
y recién el lunes lograron denunciar la desaparición.

Después fue todo un Via Crucis. Viajaron a Quito y Guayaquil,
acudieron a los albergues, los hospitales, a los organismos que
trabajan con niños desaparecidos, a la Cruz Roja. Dejaron la foto
de la niña en varios lugares. Luis Paca dijo que tuvieron muchas
dificultades; al parecer, por ser campesinos, pocos les hacían
caso.

Angustiados porque los días transcurrían sin noticias de su hija,
los padres de Miriam decidieron acudir a un brujo de Santo
Domingo de los Colorados. Les pidió una vela, una foto de la niña
y tres millones de sucres para ayudar a ubicarla.

Luis Paca le entregó la vela, la fotografía y le adelantó 700 mil
sucres, pero solo recibieron evasivas y promesas de que ya sabía
dónde estaba y que necesitaba realizar más sesiones, que les
costarían más dinero. Después de algunas semanas dejaron de creer
en el brujo y nunca más regresaron.

Luis y Mariana están angustiados. Ya no saben qué hacer. La
Policía no puede encontrar ninguna pista. Alguien les había
asegurado que vio a Miriam en un espacio de "servicio social",
de un noticiero de Gamavisión, pero cuando acudieron al canal no
lograron saber nada, porque no esos segmentos no son archivados.

Los Paca Ruiz han gastado 12 millones de sucres buscando a su
hija. Luis se dedica los cuatro días libres que tiene en el
trabajo, donde realiza turnos rotativos, a continuar la búsqueda.
Pero desde el 18 de diciembre no ha sabido nada.

La niña salió esa mañana con zapatos negros, medias de color
blanco, falda acampanada de color celeste y blanco, un suéter de
color azul y una mochila del mismo color. Miriam tiene ocho años.

Las estrategias desesperadas

Marcela lleva tres años desaparecida. Su padre la buscó en
Venezuela. No la encontró, pero halló pistas sobre el gran
negocio del tráfico de niños.

Bolívar no pierde la esperanza de encontrar a su hija con vida.
Está convencido de que podría estar en Venezuela.

Bolívar Guamán casi siempre vivió encerrado en su casa, ubicada
en el centro de Riobamba, pero desde que su hija desapareció, su
rutina dio un giro de 90 grados.

Tuvo que salir al extranjero, se enteró de la magnitud del
tráfico de niños del Ecuador a Venezuela... "Yo no quisiera que
a nadie le sucedieran estas cosas", dice ahora, sentado en un
sofá, con varios documentos que prueban las gestiones realizadas
para encontrar a Marcela, su hija, que cumplió siete años el 30
de noviembre de 1996 y desapareció el 1+ de enero de 1997.

Primero la buscó en todo el barrio. Ese mismo día contrató una
camioneta y perifoneo por toda la ciudad el nombre "Marcela".

Buscó ayuda en la Policía. Viajó a Rumichaca, justo cuando el
puente estaba cerrado, una vez que el ex presidente Abdalá
Bucaram decretara la elevación del precio del gas doméstico,
pocos días antes de su destitución.

Pegó las fotos de Marcela por todas partes y, finalmente,
cansado de no obtener respuestas, viajó a Venezuela. Había oído
que una gran cantidad de niños eran llevados a ese país para ser
explotados laboralmente.

A Caracas llegó dos semanas después de que se posesionó el
presidente Jamil Mahuad. Permaneció en esa ciudad un mes y medio;
tomó fotos de los lugares en los que encontraron a los niños
ecuatorianos, viviendo en condiciones infrahumanas. Repartió
hojas volantes en la Estación del Metro desde el 1+ al 22 de
septiembre del año anterior, hasta que recibió una llamada de una
mujer llamada Jenny, que dijo haber trabajado en el Instituto
Nacional del Menor.

Jenny le dijo que en el incendio que había destruido el edificio
ubicado en el Lago Catia, por los Magallanes, en donde viven los
ecuatorianos, estaban dos niñas: una murió y la otra, que fue
llevada al Hospital J. M. de los Ríos, tenía las mismas
características de la menor que estaba en los afiches. Surgió una
esperanza que desapareció cuando comprobó que la niña que
utilizaba el nombre de Marcela Guamán no era su hija.

Regresó al Ecuador sin su hija, pero convencido de que muchos
niños ecuatorianos si fueron llevados a Venezuela para ser
explotados laboralmente y de que el tráfico de niños sí existe.

Se esfumó en una esquina

Marcela Guamán, vestida con un short y una camiseta, salió de su
casa, ubicada en la Junín 2650, entre Pichincha y García Moreno,
en Riobamba, a las 10h00.

Les dijo a sus papás que salía a comprar una hoja marginada, para
hacer un deber de matemáticas. De las posteriores averiguaciones
hechas por la familia, se comprobó que la niña llegó a una tienda
ubicada en la esquina de la Junín y Pichincha, pero estaba
cerrada.

Marcela caminó media cuadra por la calle Pichincha, hasta otra
tienda, pero le dijeron que no le podían atender porque estaban
realizando una misa del Niño. Se fue hasta la esquina de la
Pichincha y Ayacucho y un niño que estaba en la tienda le había
dicho que no tenía papel cuadriculado.

Al parecer, el niño fue la última persona que vio a Marcela,
porque nadie la vio regresar. Desapareció misteriosamente.

Bolívar Guamán se enteró de que el robo de niños es una cosa
frecuente. Le contaron que los plagiadores llegan en furgonetas
con vidrios ahumados y puertas corredizas.

"Uno de los hombres atrae a los niños con una funda de caramelos
en una mano y una funda de juguetes en otra. El chofer se da la
vuelta y cuando la niña se acerca la empuja adentro, se cierra
la puerta y se van", sostiene Guamán.

Lorena Chávez, de la Fundación Reencuentro, cree que los niños
robados bien pueden ser entregados para adopciones
internacionales, pero no descartan la posibilidad del tráfico de
órganos, aunque no existe una sola denuncia al respecto. Todo lo
que se sabe sobre el tema en el país son rumores; asegura que se
realiza una investigación sobre la posibilidad de transplante de
órganos en el país.

¿Seis casos de tráfico?

Según Ivonne Daza, de la Dirección Nacional de la Policía
Especializada en Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen), en lo que
va del año, por lo menos seis niños habrían salido a Colombia y
Venezuela, con autorización de sus padres, para trabajar; es
decir, el tráfico de niños, con fines de explotación laboral, no
se ha detenido en el Ecuador.

En 1997, se revelaron varias actas en las que el padre de familia
firmaba ante el teniente político una autorización a una tercera
persona para sacar a su hijo o hija del país, por un determinado
tiempo. El documento especificaba el sitio al que se debía
trasladar el menor (Medellín, Caquetá, Bogotá, Caracas...), y el
tiempo de permanencia.

Por ejemplo, en el acta fechada el 6 de abril de 1995, Ricardo
P. Y. y María C. M., domiciliados en la parroquia Columbe,
firmaron ante el teniente político de Colta un acta de mutuo
acuerdo en la que autorizaron, en forma voluntaria, a Juan Simón
Ch. para que se llevara a su hija, María, a Bogotá, en donde
debía trabajar como empleada doméstica durante seis meses.
Aunque el escándalo desatado frenó el tráfico de niños al
exterior, al parecer, se habría reactivado en el último año.

Una de las causas podría ser el hecho de que todas las denuncias
sobre la salida de niños del país, especialmente de Colta, para
ser explotados laboralmente, quedaron en nada, porque no existía
la figura del delito de tráfico de niños. (DIARIO HOY) (REVISTA
BLANCO Y NEGRO)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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