SE ADELANTþ LA INTEGRACIþN...Por Alberto Acosta
QUITO.10.12.91. (Opinión) ÂYa está! Cuando menos esperábamos y
cuando todavÃa mantenÃamos resquicios de desconfianza en la
puntualidad latina, nuestros mandatarios nos dieron una
demostración de cumplimiento. Es más, no solo que se ajustaron
a sus propios plazos, sino que los hicieron añicos y
dispusieron que se adelante la integración. Antes de lo
previsto, se cristalizará la Zona Andina de Libre Comercio
(ZALC) y casi simultáneamente la Unión Aduanera Andina
(UAA...), a base del establecimiento de un arancel externo
común.
Y con estas decisiones, ganadas al cansancio de la medianoche
del pasado miércoles en la cálida Cartagena, el Ecuador, al
decir de su embajador en Chile, tendrá la oportunidad para
ingresar en un mercado ocho veces superior al que ha tenido
hasta hoy. Algo emocionante. Casi comparable al paso que da un
parroquiano al salir de su tienda de barrio e ingresa a un
gran supermercado moderno...
Para haber llegado a este punto, los ecuatorianos hemos
recorrido un largo trecho. Primero tuvo que morir por
inanición y por asfixia burocrática el Pacto Andino creado en
1969, en el mismo calor de Cartagena. Aquel Pacto quedó
huérfano a los pocos años de vida por la pérdida de confianza
de aquellos intereses fenicios que lo apadrinaron y, sobre
todo, por la carencia de voluntad polÃtica de sus padres: los
cinco paÃses andinos, que se quedaron solos cuando les
abandonó Chile, en 1976. En el camino se perdieron las
iniciales estrategias y las ideas para armonizar las polÃticas
productivas nacionales, las regulaciones andinas para la
inversión extranjera, la búsqueda de polÃticas económicas
comunes inspiradas en los problemas internos de la
subregión...
En fin, no quedó casi nada del acuerdo anterior, salvo quizás
el edificio limeño con sus burócratas, unos cuantos muebles y
restos de la papelerÃa, a más de alguna oportuna frase
bolivariana. Desde 1987, cuando se firmó el protocolo de
Quito, se empezó a dibujar una nueva tendencia. Y la
integración, poco a poco, recuperó la atención de la opinión
pública. Hasta que, a partir de la Declaración de Galápagos de
diciembre de 1989, se abrieron las puertas para remozar al
viejo Pacto.
La integración andina cambió atropelladamente de ropaje y, en
particular, asumió nuevos contenidos. Como su eje central
apareció la apertura de los mercados y como su instrumento
principal, la desgravación arancelaria. Inicialmente se querÃa
consolidar la Zona Andina de Libre Comercio, para luego -a
partir de 1993 para Colombia, Perú y Venezuela; y de 1995 para
Bolivia y Ecuador- poner en vigencia el arancel externo común,
con el cual se entrarÃa de lleno en la danza del comercio
mundial. Pero, estos plazos, como otros tantos que se habÃan
establecido en estos últimos años, fueron alterados.
Y asÃ, se adelantó la integración. Una integración con un
bajo perfil andino, que sirve para que nos adentremos mucho
más y antes de lo previsto en el mercado mundial. Este era su
destino. Y, en el caso ecuatoriano, fue el oportuno pretexto
para que se aprueben varias transformaciones que se las venÃa
buscando desde hace mucho tiempo: flexibilización laboral,
mayores beneficios a la inversión extranjera, eliminación de
subsidios a muchos productos de consumo popular,
liberalización de casi todos los precios, preparación para la
privatización de empresas estatales...
El Pacto, en su nueva versión, es apenas un trampolÃn para que
los andinos saltemos a la economÃa internacional. MÃster
Lambert, el Embajador (por supuesto con mayúscula), estará de
plácemes al ver que su virreinal disertación, ofrecida el 21
de noviembre pasado en Guayaquil, se plasma en forma
satisfactoria, cuando nos dijo que "si el Pacto Andino sirve
para un camino hacia el resto del mundo, será un éxito". Y no
hay duda que para eso sirve este Pacto que, además, se
inscribe, según la voluntad de nuestros presidentes, en el
espÃritu de la Iniciativa para las Américas. ¿Qué más puede
pedir, mister Lambert? (4A)
QUITO.10.12.91. (Opinión) ÂYa está! Cuando menos esperábamos y
cuando todavÃa mantenÃamos resquicios de desconfianza en la
puntualidad latina, nuestros mandatarios nos dieron una
demostración de cumplimiento. Es más, no solo que se ajustaron
a sus propios plazos, sino que los hicieron añicos y
dispusieron que se adelante la integración. Antes de lo
previsto, se cristalizará la Zona Andina de Libre Comercio
(ZALC) y casi simultáneamente la Unión Aduanera Andina
(UAA...), a base del establecimiento de un arancel externo
común.
Y con estas decisiones, ganadas al cansancio de la medianoche
del pasado miércoles en la cálida Cartagena, el Ecuador, al
decir de su embajador en Chile, tendrá la oportunidad para
ingresar en un mercado ocho veces superior al que ha tenido
hasta hoy. Algo emocionante. Casi comparable al paso que da un
parroquiano al salir de su tienda de barrio e ingresa a un
gran supermercado moderno...
Para haber llegado a este punto, los ecuatorianos hemos
recorrido un largo trecho. Primero tuvo que morir por
inanición y por asfixia burocrática el Pacto Andino creado en
1969, en el mismo calor de Cartagena. Aquel Pacto quedó
huérfano a los pocos años de vida por la pérdida de confianza
de aquellos intereses fenicios que lo apadrinaron y, sobre
todo, por la carencia de voluntad polÃtica de sus padres: los
cinco paÃses andinos, que se quedaron solos cuando les
abandonó Chile, en 1976. En el camino se perdieron las
iniciales estrategias y las ideas para armonizar las polÃticas
productivas nacionales, las regulaciones andinas para la
inversión extranjera, la búsqueda de polÃticas económicas
comunes inspiradas en los problemas internos de la
subregión...
En fin, no quedó casi nada del acuerdo anterior, salvo quizás
el edificio limeño con sus burócratas, unos cuantos muebles y
restos de la papelerÃa, a más de alguna oportuna frase
bolivariana. Desde 1987, cuando se firmó el protocolo de
Quito, se empezó a dibujar una nueva tendencia. Y la
integración, poco a poco, recuperó la atención de la opinión
pública. Hasta que, a partir de la Declaración de Galápagos de
diciembre de 1989, se abrieron las puertas para remozar al
viejo Pacto.
La integración andina cambió atropelladamente de ropaje y, en
particular, asumió nuevos contenidos. Como su eje central
apareció la apertura de los mercados y como su instrumento
principal, la desgravación arancelaria. Inicialmente se querÃa
consolidar la Zona Andina de Libre Comercio, para luego -a
partir de 1993 para Colombia, Perú y Venezuela; y de 1995 para
Bolivia y Ecuador- poner en vigencia el arancel externo común,
con el cual se entrarÃa de lleno en la danza del comercio
mundial. Pero, estos plazos, como otros tantos que se habÃan
establecido en estos últimos años, fueron alterados.
Y asÃ, se adelantó la integración. Una integración con un
bajo perfil andino, que sirve para que nos adentremos mucho
más y antes de lo previsto en el mercado mundial. Este era su
destino. Y, en el caso ecuatoriano, fue el oportuno pretexto
para que se aprueben varias transformaciones que se las venÃa
buscando desde hace mucho tiempo: flexibilización laboral,
mayores beneficios a la inversión extranjera, eliminación de
subsidios a muchos productos de consumo popular,
liberalización de casi todos los precios, preparación para la
privatización de empresas estatales...
El Pacto, en su nueva versión, es apenas un trampolÃn para que
los andinos saltemos a la economÃa internacional. MÃster
Lambert, el Embajador (por supuesto con mayúscula), estará de
plácemes al ver que su virreinal disertación, ofrecida el 21
de noviembre pasado en Guayaquil, se plasma en forma
satisfactoria, cuando nos dijo que "si el Pacto Andino sirve
para un camino hacia el resto del mundo, será un éxito". Y no
hay duda que para eso sirve este Pacto que, además, se
inscribe, según la voluntad de nuestros presidentes, en el
espÃritu de la Iniciativa para las Américas. ¿Qué más puede
pedir, mister Lambert? (4A)
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