Quito. 03.02.92. De cosas curiosas y misteriosas está llena
San Francisco, como llena está de calaveras.

Primero que no se llama San Francisco -comencemos por ahí-
realmente se llama San Pablo, y es la primera iglesia de la
ciudad de Quito desde 1535, y ahora como siempre la más
popular. Tiene una extensión de tres y medio hectáreas, el
solar más grande en el Centro Histórico de Quito. En ese mismo
espacio existen tres iglesias. Pero da la casualidad que, como
San Francisco, las otras dos tampoco son conocidas por sus
nombres. Cantuña era la Cofradía de la Veracruz de los
Naturales, por haber sido constuida totalmente por indígenas.
La iglesia de San Carlos se llamó originalmente Iglesia de San
Buena Aventura; pero, cuentan las malas lenguas, que la señora
que compró esta iglesia a los franciscanos para luego donar a
las madres de la Caridad era viuda de un señor que se llamaba
Carlos. Ahora es Santo.

De cosas curiosas y misteriosas está llena San Francisco, como
llena está de calaveras. Esta iglesia, como la mayoría de esa
época es cementerio al mismo tiempo. En la parte inferior de
la iglesia, bajo las mismas bancas y algunos claustros del
convento, están enterrados sacerdotes, civiles privilegiados y
hasta los mismos conquistadores. Las lápidas de los capitanes
de la conquista están incrustadas en las paredes del convento.
Pero hay algo aún más novedoso, en las pocas escavaciones
arqueológicas que se han hecho en la iglesia se han
descubierto restos enterrados a la manera indígena, e
inclusive muros preincásicos. Esto, más un documento histórico
de la época, confirman la versión de que la iglesia fue
construida sobre un lugar sagrado de los indígenas,
seguramente casas de casiques de alta jerarquía. Práctica
usual para sobreponer una creencia sobre otra.

Entre las obras de arte del convento -que recopila la más
importante colección de arte colonial del país y América- se
descubren historias llamativas. Se encontró la escultura de un
santo, tallada sobre el cráneo de una mujer joven, de 20 a 30
años; las razones de esculpirla así no se saben.

Hay un cuadro que, como muchos, ha sido algunas veces retocado
o repintado, pero este tiene una singularidad, el motivo del
retoque fue lo impúdico de una mujer desnuda, vestida después
por manos moralistas que vieron en "La tentación de Asís" una
real tentación para quienes iban a ser evangelizados a través
de la obra. En compensación, a San Francisco que estaba
vestido lo desnudaron. Curioso.

En un ex claustro convertido en cementerio de arte colonial se
encuentra de todo, desde un cura sin cabeza, hasta un arcángel
sin cara, un cuadro de García Moreno con una cara que ni ganas
da verlo, hasta una pintura de San Francisco de Asís bebiendo
la leche del seno de la virgen María. Bargueños deteriorados,
piezas de los grandes órganos de la iglesia, vestigios de la
original tradición musical de esta Iglesia, en donde se creó
la primera Escuela de Artes y Oficios en América del Sur que
enseñó, a parte de otras cosas, música y arte a los indígenas.

Ahora los órganos ya no suenan y el último organista de la
iglesia ya no vive aquí.

Maravillas tras los muros

Los muros de San Francisco guardan maravillas. Detrás de las
paredes aparentemente blancas se van descubriendo valiosísimas
pinturas murales, escondidas por gruesas capas de color
diáfano en un afán -crimen histórico- de rejuvenecer un
espacio que precisamente es hermoso por su vejez.

¿Y cómo se van descubriendo? Pues con un sistema sencillo pero
dedicado y delicado, desmembrando las capas de pintura a punta
de bisturí. Un trabajo tenaz, que sumado a la restauración de
textiles, esculturas, pinturas, arcos de cuadro, pan de oro,
muebles, y todo lo imaginable en un convento, no podría ser
posible sin una gran paciencia, numeroso personal, cuantioso
financiamiento, apoyo público y estatal.

Los protagonistas de esta obra son alrededor de 160
restauradores, técnicos, historiadores y arqueólogos,
comandado por los arquitectos Diego Santander y José Ramón
Duralde, que están a la cabeza de un gran proyecto de
restauración financiado por la Agencia Española de Cooperación
y el Instituto de Patrimonio Cultural del Ecuador, dentro del
plan de cooperación ecuatoriano-española.

Orden de silencio para las campanas

Hacen mucha bulla las campanas, por eso un pedido municipal
solicitó que callen. Las campanas de San Francisco ya no
replican, o lo hacen de vez en cuando, en ocaciones muy
especiales. Hacen mucho ruido. Así que los grandes poetas se
equivocaron, las campanas no cantan ni replican, hacen bulla.

Adentro, al fin de un mágico laberinto de ladrillo en espiral,
están las campanas frías, silenciosas, como muriendo por la
pura gana de cantar. Afuera está el ruido ensordecedor de
pitos de autos, sirenas, vendedores ambulantes, micrófonos,
regateadores, multitudes de gritantes. Ellos parece que no
hacen bulla, ellos seguramente cantan.

Y como esto, mucho más

Otro ejemplo. San Francisco tiene una cervecería, desde el
remoto siglo XVI, los frailes flamencos que vinieron a Quito
trajeron este producto con todo y mecanismo de fabricación que
funcionó hasta el mismo siglo XX. Cervecería Andina tuvo la
intención de hacerla un museo. En todo el mundo existen museos
de cosas inhertes que ya no se las ha podido salvar, pero hay
cosas vivas que se matan. Todavía las puertas de este museo
están cerradas. Y ahora queda un solo sacerdote que conoce
como funciona este antiguo alambique. Uno solo.

También hay meteduras de pata históricas, resultado de ellas
decenas y decenas de obra de arte han sido perjudicadas.
Cuadros retocados en su pintura, con una calidad horrorosa,
otros atravezados por joyas, otros tallados
indiscriminadamente, y así. Pero, después de todo, San
Francisco se está sanando, despacio, con paciencia como toda
delicada curación, pero con una segura futura salud.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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