Quito. 27.02.92. El liberalismo enfrenta en todo el mundo una
paradoja: por un lado, las ideas liberales se afianzan y sus
doctrinas se aplican en todas partes del mundo, inclusive en
Rusia y aún en China. No hay propuesta política en los años
noventa que no esté, de alguna manera, "contaminada" de
liberalismo. Pero, por otra parte, los partidos liberales, es
decir los que tienen esa denominación, no representan una
opción de poder en casi ninguna parte: en Alemania son socios
minoritarios de los demócrata cristianos, en el Reino Unido no
han controlado el gobierno desde hace mas de medio siglo, en
el Canadá fueron desplazados, y en Italia, España y Francia no
existen. Una excepción notable, es el Partido Liberal
Demócrata Japonés, en el poder desde la Segunda Guerra
Mundial.

En el Ecuador las cosas no escapan a la corriente mundial. El
Partido Liberal Radical (PLR), el "de las luces", se apaga
paulatinamente, mientras las plataformas de todos los partidos
recogen planteamientos esencialmente liberales, sobre todo en
el campo económico. Las causas de esta situación están, como
en todos los procesos políticos, profundamente enraizadas en
la historia de las ideas y de los grupos sociales.

UNA ACTITUD ANTE LA VIDA

Fue un joven estudioso liberal -que hoy es socialdemócrata y
presidente del Ecuador- quien defendió al liberalismo como
"una actitud ante la vida". El liberalismo no puede ser jamás
un dogma, una expresión inapelable. Es una actitud vital de
permanente cuestionamiento, un constante ejercicio de crítica
racional de todos los hechos y situaciones.

Esa doctrina es, por tanto, hija natural y reconocida del
racionalismo. Su resorte moral es la utopía racionalista, es
decir la posibilidad de llegar a un estado de felicidad
mediante la aplicación de la razón a todas las actividades.
Así la economía de mercado, que es anterior a la formulación
del liberalismo como teoría, posibilita por la suma de
actuaciones racionales la llegada al Edén de los sujetos
económicos.

A diferencia del marxismo, cuya base puede ser reducida a la
obra de Marx más el aporte de Engels, no puede decirse que el
liberalismo sea creación de tal o cual pensador. Es un cuerpo
extenso de formulaciones, a veces contradictorias, creado a lo
largo de siglos. Hobbes, Locke, Rousseau, todos los
enciclopedistas, Adam Smith, Franklin Jefferson, Tocqueville,
Bentham... en fin, una galaxia de filósofos, politólogos y
economistas han contribuido a este acervo esencialmente
variado. Y es que el momento en que se diga que tal o cual
idea representa la ortodoxia del liberalismo, esta doctrina
habrá perdido su sentido.

De acuerdo con Blasco Peñaherrera, ex director del PLR y ex
vicepresidente de la República, el liberalismo llegó al
Ecuador en el siglo XVIII y está presente en el pensamiento de
Espejo y los precursores de la independencia.

Peñaherrera sostiene que el proceso emancipador fue "un
fenómeno liberal, porque se respaldó en los pronunciamientos
liberales tanto de la revolución norteamericana como de la
revolución francesa y se propuso un objetivo evidentemente
liberal, como es el de la independencia".

EL SIGLO XIX

Conseguida la independencia, rápidamente surgió una reacción
conservadora contra las ideas liberales de los libertadores.
Las clases que usufructuaron del sistema colonial con
celeridad se reagruparon en torno a una serie de ideas que
genéricamente conforman lo que se llama el conservadorismo.

Muchos caudillos independentistas pactaron con esa corriente.
Los casos de Flores y Santander son un claro ejemplo. Además,
había sectores de aristócratas americanos antiespañoles que
querían la independencia pero no la república, no al menos en
la forma en que ésta vino aparejada a aquella. Los marqueses
sublevados. el 10 de agosto de 1809 habrían creado un Estado
muy distinto del que surgió en 1830, en cuya génesis
impactaron la fuerza de las armas bolivarianas y el
pensamiento genuinamente liberal de los próceres octubrinos
guayaquileños, verdaderos fundadores del Estado ecuatoriano.

Blasco Peñaherrera cree que los años que van de la fundación
de la república a la presidencia de García Moreno fueron muy
determinados por la matanza del 2 de agosto de 1810, pues esa
masacre "privó al país de pensadores de gran contextura, de
muchas posibilidades creativas y de orientación. Ese vacío fue
ocupado por los caudillos militares, entre los cuales, sin
embargo, había personas de pensamiento. Gente, por lo menos,
con una buena predisposición intelectual, cuando no de una
formación sólida, como es el caso del general (José María)
Urbina".

En esos tiempos no había partidos sino tendencias
estructuradas de una manera vaga. Había "liberales católicos",
como Antonio Borrero, presidente en 1875. García Moreno como
antagonista, favorecería el surgimiento de la forma más
estructural y total de liberalismo: el radicalismo, que
tendría en Juan Montalvo su fundador mas completo y en Eloy
Alfaro su realizador.

DE 1895 A LA GLORIOSA

Alfaro y los liberales radicales obtienen el poder en 1895 e
inician una serie de reformas para transformar al Ecuador en
un Estado moderno. Es la más importante -si no la única-
revolución que ha habido en el país. Las transformaciones
liberales implicaron la educación, la estructura del Estado,
la economía. Fueron cambios estrictamente liberales.

Para algunos estudiosos, como Rafael Quintero, "Alfaro y los
liberales radicales, como Carlos Concha y José Peralta, veían
al campesino costeño y serrano como el fundamento social de
una nueva república democrática". En esta óptica, la
revolución de 1895 habría quedado trunca e incompleta al ser
derrotada el ala alfarista por la facción liderada por
Leonidas Plaza, comprometida con la gran burguesía
agroexportadora y bancaria.

En cambio, Blasco Peñaherrera opina que una revolución siempre
es incompleta, pues de llevarse íntegramente a cabo sería
conseguir el paraíso. Y señala que el proceso de consolidación
de las reformas liberales se iría dando a lo largo de este
siglo.

Concretamente señala que dos consecuciones esencialmente
liberales fueron obtenidas por mandatarios que no eran
militantes liberales: el sufragio efectivo sería un logro de
José María Velasco Ibarra, quien se definía como "un liberal
del siglo XVIII", pero que nunca conoció las sedes del PLR.
También la libertad de educación sería conseguida por Velasco
Ibarra y consolidada por el socialcristiano Camilo Ponce. Lo
que se había logrado antes era implantar un anticlericalismo
dogmático, algo absolutamente antiliberal.

Otras reformas se realizaron incluso en pleno dominio de la
plutocracia que el placismo elevó al poder. La fundamental
abolición del concertaje de los indios, por ejemplo, se llevó
a cabo en 1918. Esto no invalida el saldo nefasto dejado por
los gobiernos que van de 1910 a 1925. "Toda la fea cara del
liberalismo, la brutal cara de los regímenes liberales, se
evidenció en la masacre de 1922", opina Rafael Quintero, al
recordar el hecho que puso de manifiesto la crisis del modelo
agroexportador y bancario.

La llamada Revolución Juliana (1925) dejó una serie de
reformas que fueron preconizadas por los cuadros mas
progresistas del liberalismo, pero la burocratización en que
había caído el PLR le impidieron entenderse con la democracia
electoral. El período de inestabilidad que atravesó el país
entre 1931 y 1944 descubrió la absolescencia de esa estructura
política.

EL OCASO

El derrocamiento de Arroyo del Río, el último presidente
liberal strictu sensu, en 1944, puso fin al dominio del PLR. A
partir de entonces todo sería cuesta abajo. Entre los más
importantes reveses estuvo el de 1956, en el que los liberales
-aliados con socialistas y comunistas en el Frente
Democrático- fueron derrotados por el que sería el primer
presidente declaradamente católico desde 1895: Camilo Ponce
Enríquez.

El golpe recibido fue mucho mas allá de la desazón moral que
invadió a los liberales, pues demostró lo anticuado de la
pugna entre clericalismo y anticlericalismo. El gobierno de
Ponce hizo ver que era posible conciliar el catolicismo con un
Estado moderno, con la democracia y, sobre todo, con el
progreso.

Desde allí la historia del PLR es una historia de arreglos y
componendas desafortunados, entre ellos el llamado "pacto
mordoré", por el cual entró a colaborar con el gobierno de
Velasco Ibarra, en 1968. Este acomodo serviría de pretexto
para que se produjeran los desprendimientos que darían origen
a a la Izquierda Democrática (ID) y al Frente Radical
Alfarista (FRA).

A lo largo de esos años se dio un proceso mucho más grave,
causado por su debilidad política pero que, simultáneamente,
potenciaba situaciones peores: la pérdida de la identidad
ideológica. El PLR sintió una especie de complejo de
inferioridad frente a la izquierda socialista y empezó a
adoptar una serie de postulados que no tenían nada que ver con
la ideología liberal. Quiso transformarse en un movimiento de
izquierda más, pero sin tener ofrecimiento novedosos. En
descargo, se puede decir que, al menos en los años sesenta, el
izquierdismo fue una enfermedad que contrajeron muchas
personas, instituciones y partidos.

LOS TIEMPOS DEL FIN

Expresión de este desacuerdo del PLR consigo mismo fue la
errática política observada desde 1978 hasta 1984. La figura
de Francisco Huerta Montalvo, finalmente desprendido del
liberalismo, es paradigma del caos doctrinario en que estuvo
sumida esta organización.

Mucho más coherente parecía la integración en el Frente de
Reconstrucción Nacional, liderado por León Febres Cordero,
quien en consonancia con su exitosa trayectoria empresarial
ofrecía llevar a cabo una política esencialmente liberal, a
pesar de su afiliación socialcristiana.

Blasco Peñaherrera, quien fuera el compañero de fórmula de
Febres Cordero, manifiesta que no se arrepiente de este
acuerdo, pues con él se impidió que gobernara un
centroizquierdismo dogmático, similar al que destrozó al Perú
con Alan García.

Pero ya en el poder, Febres Cordero encontró más consonante
con su personalidad ejercer un gobierno autoritario, para el
que resulta mas eficaz un estado intervencionista, por lo que
no se efectuó ninguna de las reformas liberales (o
neoliberales, como dicen algunos) que esperaba la sociedad
ecuatoriana.

En 1988 los resultados electorales del liberalismo fueron
deprimentes y, para colmo, su colaboración con el gobierno de
Rodrigo Borja, si bien relativamente decorosa, ha producido
cero en réditos políticos.

El PLR llega a 1992 debilitado y dividido. Hay dirigentes,
como Pedro José Arteta, a los que les había gustado seguir la
colaboración con la ID. Otros, como Iván Gallegos, no
aprendieron de los tiempos de la reconstrucción" y se fueron
detrás de Nebot. Por su parte, Blasco Peñaherrera considera
que la actitud con mas sindéresis doctrinaria y patriótica es
apoyar a Sixto Durán Ballén.

Pero la dirigencia del partido se ha jugado una carta
inexplicable: ha candidatizado a la presidencia de la
república a Bolívar Chiriboga, uno de sus mandos medios. El
postulado se encuentra extremadamente optimista, comenta que
ya empieza a ser llamado el "Fujibolo" y que será la gran
sorpresa de las elecciones. Este optimismo no es respaldado,
para nada, por las encuestas. De cualquier manera, el
resultado seguro de la aventura fujibolista será quitarle unos
50.000 votos a la candidatura de centroderecha, reforzando la
opción del candidato febrescorderista, Jaime Nebot.

Así, mientras el mundo va hacia el liberalismo, el Partido
Liberal Radical se aleja de este mundo. (REVISTA 15 DIAS, PP. 19-22)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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