Quito. 24.02.92. A las 17h30 del miércoles 13 de enero, el mayor
de PolicÃa Fausto Terán, de la OID, recibió una llamada
telefónica en su oficina. Uno de sus agentes le informó que un
grupo de sospechosos intentaba contratar los servicios de taxis
y camiones en el sector de la MarÃn. Los rasgos de las personas
correspondÃan a las caracterÃsticas de los retratos hablados
hechos por la PolicÃa en sus investigaciones sobre la serie de
asesinatos de choferes. Minutos más tarde los sospechosos
hicieron un nuevo intento por contratar un taxi en la plaza de
Santo Domingo.
A pesar de que los informes se habÃan convertido para el mayor
Terán en un asunto de rutina, el tono de su interlocutor dejó en
claro de ahora sà se trataba de una pista concreta.
Acordaron que serÃa conveniente que los agentes se cercioraran
de la actitud de los jóvenes y que se hiciera un seguimiento muy
minucioso de cada uno de sus movimientos.
Una y otra vez el mayor miraba a través de la ventana de su
oficina, mientras aguardaba angustiado los nuevos datos que le
suministrarÃan sus hombres.
Poco después le dijeron que los jóvenes sospechosos habÃan
cometido una serie de errores y que estaba ya en marcha un
operativo especial de la OID.
En cuestión de un par de horas, hacia las 20h30, cuatro
adolescentes, aparentemente menores de edad, bien vestidos y
asustados, eran detenidos por la OID; los agentes buscaban
afanosamente a un quinto elemento que, ignorante de los
acontecimientos, se hallaba dedicado a buscar un taxista, en otro
sector de la ciudad, porque querÃa a toda costa incrementar la
lista negra.
No se produjeron roces con los policÃas durante los
apresamientos.
Dos hermanas
Casi simultáneamente se operó la captura de las dos hermanas
relacionadas con los principales cabecillas de la banda. La
acción encubierta sorprendió al vecindario; nadie se explicaba
cómo estas dos jóvenes, de aspecto afable, podÃan estar
involucradas en un problema policial. Ellas escalaron el techo
de una casa, desde una azotea contigua, pidiendo protección y
auxilio. Alguien incluso pretendió defenderlas de las garras de
los agentes. Tras las explicaciones todo quedó consumado: las
chicas tuvieron que resignarse a ser esposadas y conducidas en
un patrullero.
A las 21h30 comenzaron los interrogatorios. Poco a poco los
sospechosos procedieron a declarar. Las mujeres solo pedÃan a
los agentes "que no las mataran, porque narrarÃan todos los
crÃmenes". El cabecilla habÃa sido delatado para ese entonces.
Un teniente y varios agentes, a eso de las 22h30, vigilaban la
residencia para seguir de cerca los movimientos del sospechoso.
Estaban apostados en un modesto inmueble ubicado en la Av.
América, al norte de Quito.
El cabecilla
Mientras tanto, el mayor Terán preparaba el plan de inteligencia
táctica. Se estudió el lugar para encontrar qué posibilidades
de acercamiento existÃan, en virtud de que los agentes sabÃan con
qué tipo de individuo se enfrentarÃan. La información era
concurrente y se sabÃa que poseÃa una ametralladora con 50
proyectiles y una granada. Al fin se decidió incursionar.
El GIR allanarÃa el domicilio, mientras que la OID formarÃa el
cordón exterior. Eran las 02h00 del jueves 14 de enero.
Frente al acceso principal del domicilio del joven, permanecÃa
agazapado el mayor Terán. A pocos metros se encontraba el jefe
de la OID junto a un mayor. Otros agentes estaban desperdigados
en sitios estratégicos de las inmediaciones. En un lugar
propicio se hallaba el jefe de la Unidad de Asalto junto a otros
oficiales.
El silencio de la noche se vio interrumpido abruptamente por una
detonación. Era el primer indicio del asalto policial. Los tres
hombres del GIR habÃan incursionado en el inmueble venciendo con
relativa facilidad un cerramiento exterior; su acceso fue
instantáneo a través de un tragaluz del inmueble. Tras el
estallido se prolongaron varios segundos de un sepulcral
silencio. La tensión habÃa subido al máximo. Reinaba la
confusión. De pronto se escucharon unos disparos; provenÃan de
las armas de dotación del GIR cuyas instrucciones eran liquidar
a quien realizara el más mÃnimo movimiento sospechoso, pues en
esta acción los policÃas se jugaban la vida.
Le delató el arma
Bajo estas circunstancias murió la madre adoptiva del joven. Tan
pronto él hizo estallar la granada alcanzó una ventana en el muro
contiguo a través del cual saltó a la Av. América.
La figura del individuo flaco rompió la tensa espera de los
agentes de la OID.
El joven aquella noche dormÃa con medias, pantalón jean y su 9mm
rastrillada bajo la almohada.
El mayor Terán identificó al sospechoso a quien el arma (que se
habÃa convertido por meses en su fiel compañera, la mayor
garantÃa para mantener su liderazgo en la banda) en esta ocasión
le delató.
El brillo de la pistola cromada traslució a la vista de los
agentes. Fue el mejor aviso para ellos, quienes advirtieron que
era el sujeto al que debÃan detener. El mayor Terán gritó
ÂCuidado que está armado! El joven se agachó, giró el tórax,
levantó su pistola y disparó contra el oficial, pero la bala se
incrustó en el tronco del árbol tras el cual estaba parapetado
el policÃa.
El joven se volvió con agilidad y realizó dos disparos más, con
la intención de abrirse paso entre el comandante del GIR y un
mayor; ambos vigilaban el sector sur del domicilio.
Terán, desesperado, realizó dos disparos e increpó con palabras
duras al joven y estuvo a punto de eliminarlo, porque en un
descuido del pandillero habÃa logrado aproximarse lo suficiente.
Los refuerzos policiales no tardaron en llegar.
El fin de la aventura
Para el cabecilla de la banda la aventura habÃa finalizado.
Arrojó la pistola y se entregó. Inmediatamente le vendaron los
ojos y le condujeron a la OID. Eran las 02h30 de la madrugada.
Vuelta la calma, algunos oficiales prestaron auxilio a los
hombres del GIR, que estaban en el interior de la cárcel. Ellos,
con atuendos negros, máscaras y ametralladoras, estaban aún
aturdidos por la honda explosiva de la granada arrojada por el
joven. A pocos pasos de estos policÃas yacÃa el cuerpo de una
mujer de avanzada edad que recibió una ráfaga a corta distancia.
En la requisa se encontró una granada y una espoleta.
-"¿Por qué mejor no me mataron?", preguntó el joven.
-Porque después no hubiéramos aclarado todo este rollo y
tuviéramos otro caso Restrepo, contestó un oficial.
Eran la 03h00. El mayor Terán y sus hombres iniciaron los
interrogatorios. El joven estaba en manos del jefe de la
operación.
En una oficina de tumbado alto, de paredes gruesas recientemente
pintadas de blanco hueso y café, el mayor Terán interrogaba al
cabecilla, quien permanecÃa de pie en un rincón de la oficina,
una plantonera que prolongó por varias horas.
El joven permaneció mudo y con la cabeza gacha. El oficial le
presionaba para que diera su declaración. Eran dos voluntades
opuestas. El delincuente que negaba los hechos, que buscaba su
coartada, y el agente que pugnaba por sacarle una confesión.
Transcurrieron las horas. El joven habÃa comenzado a adquirir
confianza en su interrogador y los detalles de los horrendos
crÃmenes empezaron a fluir. Al principio la narración de cada
crimen era vÃvida. Poco a poco, ante el agente que lo capturó,
iba entendiendo la magnitud del problema en el que se habÃa
metido.
En los cuatro dÃas de interrogatorios dijo las cosas hasta un
lÃmite, hasta los términos en que ha respondido la OID en sus 22
informes.
en
Explored
Ciudad N/D
Publicado el 24/Febrero/1992 | 00:00