LICENCIA PARA MENDIGAR. Por Tania Laurini
Quito. 03.02.92. El se construye sombreros de caucho con los
restos de llantas que abandonan en los basurales. Es su mayor
diversión. Tiene sombreros en forma de corona, gorra,
vacenilla y otros sin figura definida.
El arrastra su perra obesa, alimentada con el producto de la
limosna del dÃa. La arrastra desde el bosque, desde arriba; y
se instala en una esquina del Guambra, ese espacio tan
quiteño, de trabajadores y estudiantes al dÃa, y de
prostitutas y travestis a la noche. Ahà se sienta. No busca la
sombra, y la cara se le oscurece, por el sol, no por el gesto,
él siempre sonrÃe.
No le paran mucha bola, porque no es anciano ni le falta un
ojo, ni una pierna, y en vez de cargar un niño que provoca
compasión, carga su perra; pero alguien le da algo, al menos
para alimentarla, a ella, la más importante.
Un dÃa lo encontré sin la perra. Me impresionó. El Jorge, el
mecánico que le regaló la perra, se la habÃa quitado. "Lo que
se regala no se quita", me dijo. Ya no sonreÃa.
Hay otro. Un rubio, ojos celestes, barbón. Empapeló las
paredes de Ambato, con arañazos de letras. El escribÃa, con
carbón, ladrillo o piedra, cosas como que la "naranja es dos
puntos porque si Velasco Ibarra tiene el the Word en mi pelo".
Las doñas que todo lo saben me contaron que fue "un profesor
que se volvió loco". El otro dÃa lo và en Quito, perseguÃa a
una camioneta roja en la que solo habÃa alcanzado a escribir
unas pocas letras con la botella rota, que él estalló contra
el piso.
Y mujeres también hay, bastantes. Esa que guardaba junto a su
vientre los cuyes, y que algunos decÃan que los amamantaba. Y
la que daba palasos en los testÃculos a los desprevenidos
peatones. Y a la que le encontraron asesinada en la esquina de
la BasÃlica. Y solo los del barrio lo sabemos, porque no habÃa
ante quien ni como dar partes de defunción, además no sabÃamos
como se llamaba. Por algunos dÃas quedó el charco de sangre.
Después la lluvia se encargó de la limpieza.
Y los viejos, y las madres y los niños.
Son los mendigos, los que ven todo y saben todo. Los que
conocen a los delincuentes del barrio y los secretos de las
ratas. Conocen todo lo real, los que mendigan por miseria. Y
todo lo fantástico, los que mendigan porque no están aquÃ, los
locos y vagabundos.
Son muchos en el Ecuador, como en toda Latinoamérica. Entre 8
y 10 mil. No se sabe exactamente porque no hay estudios ni
atención para ellos. Un 30 por ciento son ancianos, el resto
migrantes y miserables, una gran mayorÃa dementes.
LA LEY LOS SANCIONA
Legalmente no existen, se ha perdido la huella de su
identificación, pero la ley los contempla, para castigarlos.
El Código Penal los sanciona si llevan pasaportes o
certificados falsos, armas, limas, ganzúas o instrumentos para
cometer robos o delitos, si fingen lesiones o enfermedades, si
atacan a personas o propiedades, si se disfrazan o se fugan de
un establecimiento de beneficencia. El máximo de la pena es un
año de prisión.
ORGANIZADOS A SU ESTILO
Cada mendigo tiene su área de "trabajo" que no puede ser
invadida. A un invasor de territorio de la Sucre y GarcÃa
Moreno, que agredió al de la Sucre y Guayaquil (Quito) le
expulsaron el otro dÃa entre los de la jorga que se protegen
entre sÃ.
Hay unos que mendigan dinero, otros ropa, otros alimentos,
otros alcohol, otros medicinas, otros afecto.... Unos mendigan
en las calles, otros a los carros, otros van de casa en casa,
de oficina en oficina. Hay otros que no aceptan monedas o
billetes bajos y los tiran humillados.
Todos sufren de envejecimiento prematuro. A los 32 o 40 años
están calvos, arrugados, canosos, encorbados, descienden los
rasgos del rostro, se aflojan los músculos, tienen pecas en la
piel. El cáncer de estómago los ataca.
¿POR QUE?
Principalmente son cinco factores los que determinan la
existencia y proliferación de mendigos, según Nelson Jurado,
médico psiquiatra especialista en gerontologÃa. Uno es el
elemento estructural, el condicionante económico. Otro
elemento es el de la formación marginal. Hay niños que crecen
mendigando y quedan privados de una posibilidad a futuro.
Además, el mendigo no pide para invertir, sino para la
coyuntura. Un cÃrculo vicioso del que nunca sale.
Jurado cita otro factor, el cultural, toda una estructura
mental, en el supraconsciente de los individuos, una suerte de
impronta cultural, de estigma, de marca que empuja a mendigar.
Un factor importante, según Jurado, es la descalificación, la
falta de instrucción no va acorde con la exigencia social.
Y por último, y como causa y consecuencia de las anteriores,
el deterioro fÃsico y psicológico. Psicóticos, esquizofrénicos
(ambivalencia frente al mundo) dromómanos (tendencia al
vagabundaje), alcohólicos, ancianos, ciegos, minusválidos y
otros, para los que el Estado no tiene una solución social, ni
de prevención, ni de tratameinto.
LA CALLE, QUE REMEDIO
La mendicidad es una estrategia de sobrevivencia ante una
estructura económica incapaz de absorver toda la fuerza de
trabajo. No hay ni estudios ni proyectos estatales para
solucionarla. Ni siquiera se sabe exactamente cuantos son.
Hay nada más que tres movimientos particulares de apoyo al
mendigo; el Movimiento del Buen Pastor, en Quito; el Albergue
Juan Pablo II, único en todo el paÃs; y el Movimiento San
Pablo, en Manta. La Dirección Nacional de GerontologÃa tiene
algunos proyectos pero solo para mendigos ancianos.
No se hable de los mendigos con problemas psiquiátricos. A los
"peligrosos" les recluyen en "sanatorios mentales" y los que
son parcialmente pacÃficos se quedan en la calle.
Y la mendicidad sigue aumentando, a la par que la miseria.
"Los mendigos son la expresión de la doble moral y ruindad de
la sociedad, revelan la esquizofrenia de esta sociedad
excindida, porque no se ataca los factores estructurales
previsibles, las causas sociales, económicas, pero se reduce
la angustia de la gente con la limosna", dice Nelson Jurado.
El caso es que no se les puede obligar a no mendigar, porque
no se da solución a sus problemas. Asà que tienen licencia
para mendigar. Para ejercer su profesión.
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Explored
Ciudad N/D
Publicado el 03/Febrero/1992 | 00:00