LAS CONTRADICCIONES DE LA DP. Por Simón Pachano*

Quito. 02.12.91. En algún momento, a comienzos de la actual
fase constitucional, el máximo dirigente de la recién
conformada Democracia Popular (DP) expuso su idea central
sobre el camino que debía seguir el sistema de partidos en el
Ecuador. Planteaba la necesidad de orientarlo hacia el
bipartidismo, entendido como la presencia de dos partidos de
corte moderno que se alternaran en el poder, manteniendo como
contrapeso a pequeñas agrupaciones en los inevitables extremos
de la derecha y de la izquierda.

Tres eran los objetivos que explícitamente buscaba Osvaldo
Hurtado. En primer lugar, modernizar el sistema político, a
través del establecimiento de acuerdos de largo alcance sobre
los aspectos básicos de la economía y de la política. En
segundo lugar, y derivado de lo anterior, conseguir la
estabilidad del sistema. En tercer lugar, eliminar -o, por lo
menos minimizar- el peligro del populismo, principal enemigo
de la modernización y de la estabilidad del sistema político.

Dentro de lo novedoso del planteamiento, no dejó de llamar la
atención el lugar escogido para su propio partido. Dejando de
lado sus orígenes históricos e incluso su adscripción
ideológica, lo definió como una agrupación de centro
izquierda. Esa fue la primera contradicción.

Colocarle en el centro izquierda, en un contexto como el
ecuatoriano de fines de los 70, implicaba exigirle la adopción
de un cúmulo de principios y propuestas que no se
correspondían estrictamente con la definición clásica de un
partido demócrata cristiano. Al parecer, se había confundido
modernización de las estructuras políticas con tendencia de
centro izquierda: no es aventurado suponer que la DP pudo
haber impulsado las mismas propuestas sin necesidad de
ubicarse en un lugar que le era ajeno.

La segunda contradicción se manifestó en la alianza que
estableció para las elecciones de 1978-79: a pesar de sus
llamados a combatir al populismo, encontró su aliado en CFP.

Se alejaban así las posibilidades de modernizar el sistema
político, de eliminar el clientelismo y de fortalecer las
tendencias renovadoras de la política ecuatoriana.

Este último episodio se constituyó en una piedra en el zapato
-por lo menos inicialmente- para lo que ulteriormente sería el
desempeño del gobierno demócrata popular. Si dentro de la DP
se había pensado en aprovechar la participación en la alianza
gubernamental para fortalecerse, eso exigía mantener un perfil
relativamente bajo y, sobre todo, de independencia con
respecto a sus socios populistas.

El accidental acceso a la Presidencia de la República impidió
que esto se cumpliera y dejó a la DP en una situación
desventajosa. Mal que bien -y a pesar del distanciamiento que
ya se había dado entre Jaime Roldós y Assad Bucaram- el
gobierno seguía dentro del esquema inicial de la alianza. Esto
llevó a una nueva colaboracion ministerial de CFP (ocasión
propicia para que el profesor De la Cadena acuñara el célebre
apelativo de la "troncha"), pero esta vez con un gobierno de
signo demócrata popular.

LA PERDIDA DEL ESPACIO

El mejor momento de la DP no fue el ejercicio de su gobierno.
Más bien le produjo un desgaste del que pudo salir solamente
en 1986. Inteligentemente, su dirigencia aprovechó la
confluencia de tres hechos: el deterioro del modelo
autoritario del gobierno de Febres Cordero (LFC), la
insubordinación de Vargas Pazzos y las elecciones (y
plebiscito) de junio de ese año.

Su capacidad para liderar la oposición fue indudable, lo que
le significó contar con la mayor votación obtenida hasta el
momento. Sin embargo, ese liderazgo no se pudo mantener por
mucho tiempo; en las elecciones de 1988, a pesar de obtener un
significativo caudal de votos, no pudo ocupar el primer lugar
dentro de la tendencia de centro izquierda.

Más allá de las virtudes o defectos del candidato presidencial
(Jamil Mahuad) y de las estrategias de campaña, las causas
parecen radicar en dos aspectos de fondo. En primer lugar, en
la solidez orgánica de Izquierda Democrática (ID) que, a pesar
de los errores cometidos (especialmente frente al plebiscito),
se había implantado como el partido aglutinador de la
tendencia. En segundo lugar, por la insistencia en mantener su
definición de centro izquierda.

Este último aspecto es el fundamental y proviene de la primera
contradicción anotada. Cuando buena parte de la base del
gobierno de LFC se disgregaba y buscaba un punto de referencia
en el mapa político del país, era necesario el discurso de una
derecha renovada, que condenara la corrupción, los abusos y la
desestabilización política, pero que a la vez no la sacara de
su matriz original. Para un electorado de derecha que había
apoyado el programa económico del gobierno de LFC, ese punto
no podía situarse en el centro izquierda.

Este discurso no podía ofrecer aún -como trataría de hacerlo
más adelante- el Partido Conservador ni, mucho menos, alguna
fracción disidente del socialcristianismo. Unicamente lo podía
encarnar la DP, que para ello contaba con sus orígenes
históricos y con la fuerza política y electoral lograda en la
última coyuntura. Pero, una vez más, tuvo mayor peso aquella
definición de fines de los 70, que la colocaba en el centro
izquierda.

En busca del espacio perdido

La última contradicción la ha vivido la DP desde el inicio del
gobierno de Rodrigo Borja. Si era un partido de centro
izquierda, resultaba lógico no solo el apoyo en la segunda
vuelta, sino también la colaboración. Esa fue la corriente que
se impuso en los primeros momentos, y que condujo a la
participación a nivel ministerial y a los entendimientos en el
Congreso.

Pero luego la dirigencia de la DP desempolvó aquel viejo
planteamiento de la alternabilidad de los dos partidos,
señalando en esta ocasión que uno de ellos debía preservarse
del desgaste del gobierno. En realidad, lo que estaba detrás
era una apuesta al fracaso de la ID en su gestión. Esa sería
la opción -la única opción- para ocupar un espacio de
significación en el centro izquierda. En esas condiciones, no
tenía cabida la colaboración.

Esta situación se ha extendido a la actual campaña electoral,
con el agravante de que ahora sí ha surgido la alternativa de
la derecha renovada y que el desgaste de ID no ha sido tan
grande como para ceder el primer lugar en la tendencia. La
reiterada negativa a ocupar el espacio de la derecha moderna
permitió que la candidatura de Sixto Durán Ballén se
fortaleciera y apareciera como una alternativa tanto a la
extrema derecha como al centro izquierda (identificado con la
gestión de gobierno). A la vez, la decisión de la DP de no
formar alianza con los otros partidos de centro izquierda le
significa que se queda con apenas un mínimo margen de acción.
Difícil tarea la de sus dirigentes. (7A) *Simón Pachano es
sociólogo.


EXPLORED
en Ciudad N/D

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