GOOD BYE MAGGY, por José Sánchez Parga

Quito. 13.01.91. Como Sean Connery también yo he detestado
siempre a la dama de hierro. Y no sólo porque ambos las
preferimos de carne y hueso, sino también porque la
perspectiva del tiempo pasado desde su abdicación del gobierno
británico nos ha facilitado el balance de la más ortodoxa y
completa aplicación del neoliberalismo real en un país.

Y además, en un país desarrollado, que ofrecía las mejores
condiciones y ventajas comparativas, para que el modelo
neoliberal lograse un sustantivo éxito.

Quizás el retiro precipitado de Margaret Thatcher le permita
escribir sus memorias como inquilina del Downing Street 10
durante once años, exaltando su empresa de revolución
conservadora.

Sin embargo, tanto su gestión, como la de su incondicional
compañero de formula, Ronald Reagan, están siendo últimamente
objeto de más noticias necrológicas que de panegíricos.
Inglaterra y EEUU se encuentran precipitados en una
vertiginosa recesión, acompañada del más oscuro pesimismo, por
causa del endeudamiento, de las bancarrotas financieras, del
paro y de la desmoralización social.

Todo lo cual los más diferentes sectores de la prensa
internacional y de los dos países se encargan de poner en
evidencia, criticando con toda dureza lo que durante el pasado
decenio mucha de esta misma prensa había imprudentemente
calificado del milagro británico.

El Wall Street Journal (nov. 1990) proporciona algunos datos
tan claves como crueles : Son muchos los aspectos en los que
la economía británica se encuentra peor hoy que cuando la
Señora Thatcher conquistó el poder en mayo de 1979.

La inflación que entonces se elevaba al 10.3% alcanza en la
actualidad el 10.9%; y el número de parados creció en el mismo
período cerca de 700 mil.

El déficit de la balanza de pagos exteriores que en 1979 era
de 500 millones llegó en 1990 a los 20 mil millones de libras
esterlinas.

Y nada tiene de raro que el golpe de gracia contra el
thatcherismo haya sido asestado por la misma Bolsa de Londres,
la cual experimentó un alza en el curso de los títulos y de la
libra esterlina, en el momento de la dimisión de la dama de
hierro.

Así comenzaba a abrigarse la esperanza de poner fin a ese
cocktail de recesión y de inflación, que los economistas
llaman stagflation. La inquietud sembrada por los indicadores
socio-económicos explican el relanzamiento político que logra
el partido laborista en los sondeos para las próximas
elecciones: caída del 3% de la producción industrial en los
últimos meses de 1990; descenso de las inversiones y del PNB,
y continuo constreñimiento del mercado.

A pesar del desmantelamiento de las estructuras y conquistas
laborales y sociales, del acorralamiento de los sindicatos, de
la total liberalización de los controles de los intercambios,
de la privatización de la mayoría de las empresas nacionales y
de la reducción de los impuestos sobre las empresas y las
elevadas ganancias, a pesar de todo esto y otros records, el
neoliberalismo inglés ha tenido rendimientos espectacularmente
negativos.

El veredicto del Financial Times (Nov.1190) resuena como un
porrazo: "El problema es que cuando Thatcher I hubo terminado
de demoler el establishment político e industrial, Thatcher II
no tenía ningún proyecto creíble de reconstrucción... Mientras
que los empresarios construían sobre la arena imperios de
venta, se entregan a las orgías de la OPA y se otorgaban
salarios de más de un millón de libras al año, los japoneses
eran invitados a tomar en sus manos gran parte de nuestra
industria electrónica y del automovil".

La cultura neoliberal no tiene nada de edificante, y en su
experimento inglés y norteamericano, la ética protestante ha
salido muy mal parada: glorificación del dinero fácil, culto
de los golden boys y de los yuppis, y las más desvergonzadas
especulaciones, dispendios con escándalos financieros que
llegaron a conmover la Bolsa de Londres y New York.

La cultura de empresa, a la que la Señora Thatcher dedicó
mayor atención y siempre los más entrañables elogios, se ha
desarrollado en la innovación financiera y en los servicios,
donde se amasaron suculentas fortunas, y muchísimo menos en la
producción manufacturera.

Así fue como se profundizó el negativo saldo industrial del
país. Mayor ha sido la contradicción entre un nacionalismo
obscurantista, que tanto confrontó a la Señora Thatcher con
sus vecinos europeos, y la más amplia apertura del país a las
fuerzas internacionales del mercado, hasta el punto de que las
empresas extranjeras representan en Gran Bretaña el 15% del
empleo manufacturero, el 20% de la producción total y el 21%
de las inversiones.

En pocos años más toda la riqueza inglesa estaría concentrada
en manos de árabes y de japoneses. Pero la gravedad de esta
contradicción no termina aquí, sino en la fuga de los
capitales ingleses al extranjero.

En EEUU de los 390 mil millones de dólares de inversiones
extranjeras, 1223 mil millones provienen de estos nuevos
elisabetianos. No hay, por eso, que tomar muy en serio los
ataques de la dama de hierro a la Comunidad Europea, ni
tampoco sus denuestos anti comunitarios.

Con ello, lejos de querer salvaguardar la autonomía y
soberanía inglesa, lo único que buscaba era impedir a los Doce
constituirse en una verdadera comunidad económica y política,
dotada, de un proyecto único, y dentro del cual Inglaterra no
hallaría más que una posición muy cenicienta.

Por otro lado, la visión thatcheriana de la Europa unida
estaba desprovista de todo alcance cultural y político; era
más bien la visión fundamental de un tendero: "tengo una
concepción muy clara de lo que debería ser este porvenir: una
comunidad basada en la competición, la empresa, la libertad de
elección y libertad de intercambios" (Courrier International,
No.3, noviembre de 1990).

Probablemente este pésimo inventario de toda la gestión de la
Thatcher no hubiera sido tenido en cuenta si las apuestas
electorales, que es lo que en realidad cuenta para las fuerzas
políticas en toda nación, no hubieran obligado al partido
conservador inglés a desembarazarse de la señora que les había
conducido al poder durante tres veces consecutivas en 1979,
1983 y 1987 con el 43.9%, 42.4% y 42.2% respectivamente.

El final de la partida para la denominación thatcherista es
provocada por el famoso "poll tax", impuesto de habitación
individual que golpeaba por igual a ricos y pobres, y la
famosa "revuelta de los contribuyentes".

Pero si la revuelta colmó el vaso, las frecuentes revueltas
raciales, las que se desencadenan cada sábado en los terrenos
del fútbol, las sordas y difusas que desangran la cotidiana
vida de la nación, testimonian cuán profundo es el
desgarramiento del tejido social británico, provocado por la
furia del mercado, de la que se encuentran poseídos los
thatcheristas puros y duros.

Desde el mes de noviembre, la consigna de los tories, de los
mismos diputados conservadores, es "consenso" y "cohesión"
sociales; términos particularmente aborrecidos por la
Thatcher, ya que los consideraba poco ingleses.

El cuadro inglés es macabro y en muchos de sus aspectos muy
parecido al de los EEUU: derrumbamiento general de las
infraestructuras, muchas de las cuales datan de la época
victoriana (escuelas, hospitales, prisiones), radicalización
de una sociedad dual, crisis habitacional, criminalidad
disparada, expansión del lumpen urbano; los servicios
colectivos se han tercermundizado, caso de los transportes,
las escuelas carecen de maestros y aún de directores, un
millón de personas hacen lista de espera para cuidados
hospitalarios, las basuras se acumulan en las ciudades, y la
población de ratas en Londres se ha duplicado en los últimos
años.

Pero no todo este saldo es achacable a una mujer
megalomaníaca; aunque haya sido el artífice más obcecado de un
gran fracaso. Pero del cual cabe extraer una reveladora
lección.

El laboratorio británico muestra cómo el modelo neoliberal ha
llegado a destrozar la sociedad que pretendía regenerar. Lo
extraño es que el caso británico siga siendo la vitrina y
escaparate para los mercaderes de ilusiones en la nueva Europa
del este o en los países del Tercer Mundo latinoamericano,
donde los pueblos se encuentran dispuestos a trocar
alegremente el totalitarismo del partido contra el
totalitarismo del mercado. (C-3)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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