CUESTA Y CUESTA, GRAN FIGURA DE LA NARRATIVA ECUATORIANA
por Jorge Dávila Vázquez

Quito. 27.01.91. Alfonso Cuesta nació en Cuenca en 1912, y
aunque le tocó vivir cuarenta años lejos de su patria, sin
embargo nunca perdió ni el amor, ni el apego a su pequeña
ciudad, a la que en su corazón seguía viéndola con los ojos de
la niñez y la juventud lejanas.

Cuando en 1984 pasó la última temporada en el Ecuador, se lo
veía paseando interminablemente por las calles de Cuenca, en
un intento vano, pero lleno de ternura por recuperar ese
tiempo perdido que arrasa con todo y que termina por
abrumarnos un día.

Evocaba con un inextinguible calor a las gentes que conoció en
otra época; a su brillante tío el sacerdote Juan Cuesta, cuya
personalidad le marcó para siempre, no solo porque era una
suerte de mago al estilo de Drosselmayer de "Cascanueces",
constructor de maravillosos juguetes, sino porque vivía tan
intensamente la poesía, que ésta contagiaba de modo
desconcertante su oratoria sagrada y acabó por sembrar en el
alma sensible del futuro narrador una semilla inmortal; a
Honorato y Emmanuel Vázquez; a Remigio Crespo Toral, todos
ellos cercanos de algún modo a su padre. Entre los más
próximos a su edad, tenía afectuosos recuerdos de Ramón
Burbano Cuesta y de César Dávila, especialmente.

Miraba con una indescriptible nostalgia el río, que en su
memoria seguía teniendo las aguas de diáfano cristal; los
puentes y los barrios populares; las viejas casas y las
callecitas angostas; todo le llenaba de pasado; y de tiempo en
tiempo repetía: aquí ocurre tal escena de "Los hijos", acá tal
otra; por este lugar anda mi personaje X, por allá viven los
Argudo; las cholas venían a vender los sombreros aquí; la
coronación de la Morenica fue en El Ejido; todavía está en San
Alfonso el cuadro del Infierno que causa las pesadillas de mi
pequeño Diego. Cuenca se volvía así no solo la escena de una
parte de su vida, sino el marco mágico de su obra mayor.

LA PRODUCCION LITERARIA DE CUESTA

Alfonso fue poeta precoz. A los quince años alcanzó una
distinción en la Fiesta de la Lira, entonces en su apogeo.
Posteriormente abandonó la forma expresiva de la lírica, pero
todo lo que escribió estuvo marcado por un genuino talento
poético.

A los veinte años publicó "Llegada de todos los trenes del
mundo", un libro que recogía narraciones escritas entre los
quince y los dieciocho años, y sobre el que tenía muchos
reparos en la madurez.

"Llegada..." tiene dos partes: una primera de tendencia
sumamente estética, cercana al modernismo, ya lejano en 1932
del mundo literario, pero no tanto de una sensibilidad joven y
formada en la admiración de Darío y sus hijos espirituales.
La segunda es más próxima a lo que entonces se hacía en
nuestras letras: indigenismo. Pese a que "La Medalla", que
sería su cuento realista e indigenista más conocido, no
figura en esta segunda parte, llamada "Andes Arriba", ésta es
reveladora de las preocupaciones sociales de un Cuesta que,
como Alejandro Carrión, Arturo Montesinos, Pedro Jorge Vera y
César Dávila Andrade, es apenas menor que los grandes de la
narrativa del treinta, y constituye con los nombrados el grupo
de literatos del período de transición, que aprovechan lo que
aportó a la literatura del Ecuador -que fue muchísimo- el
realismo social de sus inmediatos predecesores y lo enriquecen
con su tendencia al ahondamiento en las conductas -sobre todo
en Carrión, Vera y Montesinos-; con su manejo de una lengua
poderosamente lírica -especialmente en Cuesta y Dávila-; con
su profunda comprensión del fenómeno humano en su vastedad y
posibilidades.

La inclinación al exotismo; el deseo de evadirse; los sueños
artificiales; lo raro, todo eso hace parte de la sección de
"Llegada..." que hemos considerado neo-modernista. Crítica de
la opresión; pintura de situaciones extremadamente dramáticas,
causadas por la explotación, por la dureza del medio, por la
altanería de la clase dominante, conforman el trasfondo de la
porción del libro que creemos es parte de nuestra literatura
realista y social. Pero, curiosamente, la obra no contiene
dos narraciones magistrales del Cuesta de entonces, y su mayor
trascendencia consiste en que en el futuro habrá de nutrir a
su obra fundamental,"Los Hijos".

Los cuentos mencionados son " La niña que defendió a su
hermano" y "El vidrio roto". En ellos la capacidad narrativa
y lírica del autor se aúnan para darnos dos de las mejores
narraciones breves de nuestra literatura, signadas por un
sentido de la libertad y el respeto a los seres -ya sea un
niño o un ave-, que conmueven profundamente.Ambos textos, así
como "Nadie" y "El hombre", constituyen quizá lo más logrado
del relato breve del escritor; su lectura, así como la de "Los
Hijos" revelan lo acertado de las afirmaciones de Gallegos
Lara y Angel F. Rojas en torno a la obra de Cuesta. Que sus
personajes viven, decía el primero; y que el autor era el más
artista del grupo de Cuenca, observaba el segundo.

"Los Hijos", la novela de Cuenca

Cuesta escribió la primera versión de su obra maestra en la
década del cuarenta. Y me permito hablar de una versión
inicial, pues, aunque el autor me aseguró en más de una
oportunidad que no había hecho cambios luego, me consta que
cuando se logró, por fin, editar el libro en Cuenca, en 1983,
recibí el encargo de realizar una serie de pequeñas variantes;
lo que me ha llevado a afirmar que la edición cuencana es la
"de última mano", pues responde estrictamente a la voluntad
del novelista.

El temperamento poético de Cuesta le hacía, sobre todo, volver
una y otra vez sobre el lenguaje, elaborarlo y re-elaborarlo,
pero dio también uno que otro toque a la narración en sí
misma, y suprimió una escena de una danta perdida en un pueblo
de sierra, que puede leerse en la edición de Monte Avila, y
que con su magia recuerda ciertos cuadros de Endara Crow.

Es curioso que el libro anduviera cuarenta años en pos de ser
publicado en el país, pero parece que constantemente fue
traspapelándose en la Casa de la Cultura -varios presidentes
le ofrecieron a Alfonso su publicación-, hasta que el
cansancio y la distancia pudieron más y el creador acabó por
desentenderse. Mientras tanto, había ganado una recomendación
de publicación en el primer Concurso Casa de las Américas, y
Alejo Carpentier le puso una nota a Cuesta asegurándole que
valía más que el premio. Se editó pues en La Habana, luego en
Moscú, en Caracas, pero acá seguía siendo bastante
desconocido. La edición de Cuenca, como es de suponer, no
circuló mucho, pero eso lo remedió El Conejo, al incluirlo en
su colección de Literatura Ecuatoriana, coeditada con Oveja
Negra, que desgraciadamente quedó trunca.

Con "Los Hijos", ocurre como con "Cien años de soledad" -en
acertada observación de Vargas Llosa-, el libro mayor devora
las obras menores. La novela de Cuesta aprovecha no solo los
viejos relatos de "Andes Arriba" -concretamente "La Penca" y
"Tarjas", que se integran como parte del acontecer novelesco-
y de "Llegada..". particularmente "La Medalla" -que pasa a
constituir una de las historias nucleares del relato extenso,
la del "Pasajero" Manuel Yaulli, uno de los enternecedores
"cocolos" del libro-; sino también se nutre de otras obritas
posteriores, publicadas sueltas, sobre todo en revistas.

Algo hemos dicho ya sobre el lenguaje; éste es uno de los
aspectos que más preocupaba a Cuesta, y una de las
características de su narrativa, que mejor lo identifican con
el grupo de transición. La lengua poética de "Los Hijos"
mezcla de forma armoniosa lo lírico y lo coloquial; pero, el
tono de conversación no viene al libro de modo directo,
"folclórico", sino luego de sufrir un cuidadoso trabajo, en el
que el autor no cesaba jamás.

Otro rasgo interesante es la integración de notas realistas
mágicas, un tanto tímidamente, pero anticipándose en mucho a
la vigencia de lo real maravilloso en nuestras letras."Los
Hijos" es muchas cosas, pero, sobre todo, es la novela de
Cuenca, de una Cuenca ya desaparecida, bastante pueblerina,
propensa a los sueños, al rumor, a la imaginación desbordada.
La estructura bastante abierta del libro le permite a Cuesta,
con un sentido muy moderno del relato, contar múltiples
historias e irlas entrecruzando sutilmente. Las medulares son
las que nos presentan a Diego, el pequeño hijo de una familia
del patriciado provincial en decadencia, que madura, se pone
en contacto con la realidad, salpicada de injusticias y
miseria, y toma conciencia de los dolores de la gente del
pueblo, con la que entra en contacto tempranamente, ante los
ojos del lector. A las cholas, entre míticas y míseras: la
impresionante María Grande, sabia y contadora de cuentos; la
pequeña María Chica, pobre y soñadora; la bella Juana y su
promesa de vida. A los niños, quizás los más conmovedores de
la literatura del país; los "cocolos", estremecedoras
personificaciones de los pequeños campesinos entregados a
patrones crueles, casi en condición de esclavos; Miguel, el
tuberculoso, dueño de su ángel y su rueda; el nieto de la
ciega, que va a la costa en busca de mejores días, y todo el
conjunto de los "escueleros", pintados tierna y vitalmente. Y
están las historias de las familias en decadencia -los
Argudos, con sus santos, locos y enfermos, en primer plano-;
de los nuevos ricos; de la Cuenca entera de la década del
veinte y parte del treinta (el tiempo está muy libremente
utilizado, por cierto, un poco como reflejando la condición
ahistórica del medio), que está viva y presente en cada página
de ésta, sin duda la novela más hermosa que sobre la ciudad se
haya escrito nunca, por el hondo sentido humano que puso
Cuesta y Cuesta en cada página y por el gran amor que vertió
también en cada una de ellas, nunca exento de un agudo
criticismo, eso sí; porque el amor verdadero no tiene por qué
ser necesariamente ciego.

Ahora que Alfonso se ha ido para siempre, nos queda para la
eternidad su voz tierna y cálidamente apasionada por el hombre
y la tierra, en sus cuentos y en su novela formidable. Leerlo
será la forma más entrañable y fraterna de recordarlo, y
hacerlo leer, el mejor modo de mantener viva la luz de su
memoria. (C-3).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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