EL HOMBRE QUE CAMBIó EL MUNDO. Por Jorge Ortiz
Quito. 08.12.91. (Editorial) HabÃa que ser sumamente ingenuo
para pensar, en marzo de 1985, que las reformas que anunciaba
el nuevo lÃder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, iban a
ser persistentes y profundas, capaces de introducir espacios
auténticos de libertad y democracia en el rÃgido sistema,
totalitario y asfixiante, vigente desde hacÃa casi siete
decenios. Sus reformas serÃan cosméticas y superficiales,
simplemente de forma, para cumplir la vieja estrategia de
"cambiar algo para que todo quede igual".
Por entonces habÃa muy claros indicadores de que, al ritmo de
su economÃa burocratizada y centralmente planificada, la Unión
Soviética iba directamente en camino de convertirse en una
potencia de segundo orden para los primeros años del próximo
siglo. Las reformas resultaban, pues, imprescindibles y,
además, urgentes. Sin embargo, muy pocos -solamente los más
ingenuos- creyeron que las reformas que anunciaba Gorbachov
serÃan verdaderamente profundas.
No obstante, los cambios empezaron resueltamente y,
sorpresivamente, no se detuvieron ni entibiaron. En efecto, ya
en 1986 Gorbachov propuso que las empresas pudieran vender
libremente su producción que rebasara las cuotas establecidas
en el plan, que se alentara la vivienda cooperativa e
individual y, sobre todo, que se permitiera a los ciudadanos
la prestación de servicios particulares. Las relaciones de
propiedad habÃan empezado a transformarse. Los cambios habÃan
pasado de la superficie.
Un año más tarde, en abril de 1987, la geopolÃtica también
empezó a modificarse: la escalofriante "Doctrina Brezhnev"
sobre la "soberanÃa limitada" de los paÃses socialistas, que
sirvió de pretexto para las invasiones de HungrÃa,
Checoslovaquia y Afganistán, fue repudiada por Gorbachov,
desbrozando el camino de la apertura a los paÃses de la órbita
soviética. Fue entonces cuando mucha gente -y no solamente los
ingenuos- empezó a ver en Gorbachov a un reformador profundo y
audaz, capaz de cambiar a su paÃs y de corregir los rumbos de
la historia.
Las transformaciones, iniciadas en marzo de 1985, ya no se
detuvieron: avanzaron vertiginosa e inconteniblemente, acaso
rebasando a su mismo autor, hasta desintegrar la base jurÃdica
y polÃtica de su poder, por la división de la Unión Soviética
en doce repúblicas autónomas y soberanas, que están buscando
alguna forma nueva de mancomunidad, apartadas del centralismo
y del socialismo. Ya surgieron, además, nuevos liderazgos
polÃticos, emergentes e impetuosos, que reclaman sus propios
espacios de poder e influencia.
Mas aún, al soltarse las amarras del viejo régimen socialista,
tan limitante y represivo, en lo que fueron la Unión Soviética
y su órbita, hay una transitoria explosión de fenómenos y
comportamientos negativos: delincuencia, racismo,
drogadicción, desorden, vagancia. El desconcierto y la
incertidumbre campean. Pero la clave de la modernidad reside
precisamente en no limitar la libertad humana, bajo la certeza
de que sus facetas positivas (el progreso, el bienestar, el
auge cientÃfico y tecnológico, la prosperidad) son siempre
mayores que las negativas y que terminarán neutralizando al
desconcierto y a la incertidumbre.
Al emprender en sus reformas, en 1985, Gorbachov apostó a la
bonanza del siglo 21, a cambio de las penurias de los años
finales del siglo 20. Al hacerlo, arriesgó todo y, en lo
personal, está perdiendo todo: él es, notoriamente, un
gobernante que ya no tiene paÃs que gobernar. Tal vez en un
futuro no muy próximo vuelva a ser la figura aglutinante de
una serie de repúblicas que apenas están comenzando a ensayar
la independencia y la democracia. Pero, hoy en dÃa, Gorbachov
es una figura polÃtica en pleno eclipse, que se hunde
dolorosamente en la oscuridad. Gorbachov, sin embargo, ya
cambió el mundo: su paso por la historia ha sido decisivo y,
por cierto, resplandeciente. Se cumple, una vez más, el viejo
axioma de que quien primero arde en la hoguera de las
revoluciones es quien las ha encendido. (4A)
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Ciudad N/D
Publicado el 08/Diciembre/1991 | 00:00