Quito. 1 mar 96. El vehículo subía por el camino de tierra y
dejaba detrás las grandes lomas del páramo. Jaime Mantilla,
conocido como "Gringo" desde su infancia, conducía el carro y
la conversación. Desde que salimos de Quito, con nuestras
respectivas familias, me había empezado a hablar de su plan,
pero solo ahora, cuando los niños dormitaban, era posible
desarrollar bien el tema. La "Totoles" Gómez de la Torre me
había contado unos días antes de la loca idea de su marido y
me había pedido que hablara con él para hacerle desistir de
sus planes. Pero, por supuesto, no era cuestión de oponerse a
la idea sin haberla escuchado de boca de su dueño, así que lo
primero era oír a Jaime.

Llegamos al refugio, sin problemas. Hacía ya hambre, así que
nos cayó de película que el Gringo abriera una lata de anchoas
y una botella de vino que había llevado. Volvimos al tema, que
era relativamente simple: el Gringo había dejado en febrero
otra empresa periodística, de la que había sido gerente
general, y andaba convencido de que era posible fundar un
periódico en Quito. Mis argumentos en contra se habían ido
debilitando. Mi batería más importante era la histórica: no
había habido ningún periódico en los últimos 75 años que
hubiese podido perdurar más allá de unos pocos años en Quito;
ello mostraba con gran contundencia que no había mercado para
un nuevo diario, pues las costumbres de una sociedad en el
fondo tan conservadora como la quiteña eran casi imposibles de
cambiar.

Pero el Gringo tenía respuestas para todo. El creía que,
aunque así hubiera sido en los 75 años anteriores, no había
razón para que lo siguiera siendo para toda la eternidad. Al
contrario, él veía que ese era precisamente el momento para
comenzar un nuevo diario: en Quito, y en el Ecuador entero,
había una sociedad distinta, más compleja y dinámica. Esa
sociedad, y eso era lo importante para él, no se sentía
reflejada en la prensa tradicional del Ecuador. Esa prensa
seguía siendo elitista, cerrada, retórica, poco ágil. Se
abría, entonces -continuaba el Gringo- la posibilidad
histórica de publicar un diario que apuntara a esos lectores,
que recogiera sus intereses, su manera de ver el mundo.
Jaime me contó que todo lo tenía en marcha. Es más, me
invitaba a unirme a esa tarea. Insistió que le diese una
respuesta. Yo le toreaba.
No sabía en lo que me metía. Ese sí habría de cambiar mi vida,
y hacerme volver al periodismo, cuya práctica había iniciado
como reportero del diario "El Tiempo" y lo había dejado años
atrás (en 1968) pues había optado por las ciencias sociales.
Unas pocas semanas después -ya me había olvidado de la oferta-
recibí una llamada del Gringo:
-Ven a conocer las oficinas.
-¿Qué oficinas?, pregunté, sorprendido.
-Las del periódico, pues. ¿Cuáles van a ser?
Estaban situadas en un segundo piso en un chalet de La
Mariscal. allí trabajaban cuatro personas. El proyecto del
diario estaba mucho más avanzado, y Jaime planeaba su viaje a
la feria de la Asociación de Editores de Periódicos de los
Estados Unidos, para ver la maquinaria necesaria para el
diario. No me inquieté mayormente. Me dije que todo eran
planes, que podían fracasar.
Un mes después, Jaime me llamó otra vez:
-Acompáñame a ver el terreno.
-¿Qué terreno?, le pregunté, con la mayor ingenuidad del
mundo.
-El del periódico, pues. ¿Cuál terreno va a ser?
Y allá fuimos. En su cuatro por cuatro, pues no había acceso
al sitio, pues aún no había calle. El terreno, era verdad,
existía. Jaime me explicó que por allí iba a pasar la Avenida
Occidental, que entonces se terminaba abruptamente en San
Carlos. Y que el terreno era suficiente para lo que
necesitaba, pues la rotativa que había adquirido era de tal
tamaño y que...
-Un momento- le interrumpí-. ¿Dijiste que ya compraste la
rotativa?
-Ah, sí. ¿No te lo había dicho?
-No, no. ¿Cómo es eso? ¿Cuándo la compraste? ¿Con qué dinero?
Jaime me explicó, como a niño, que la rotativa la había visto
en la feria de la ANPA, que así se llamaba la asociación de
periódicos de los Estados Unidos; que para adquirirla había
bastado su firma, pues le conocían bien, dados sus años en la
industria gráfica. (Meses después me habría de enterar que el
Gringo había reunido buena parte del capital necesario entre
los primeros 40 amigos que habían aceptado la propuesta).

Desde temprano, en las discusiones que sosteníamos, se había
ido perfilando la idea de tener un diario que no fuese de un
solo dueño sino que tuviese muy repartido el capital. En todo
caso, para el Gringo era importante que la conducción
periodística del diario estuviese entregada a los
profesionales y que la propia administración o gerencia del
diario fuese profesional, protegida de las intromisiones de
los dueños o accionistas.

En las charlas, el Gringo sostenía que el diario debía llevar
una "o" en el nombre. Que todos los diarios importantes del
Ecuador la tenían y que era una letra muy sonora para los
voceadores. Había varios posibles nombres, y en cada reunión
se ponían unos y se quitaban otros.

El plan se estaba cumpliendo a la perfección: el diario, esta
entelequia que se estaba volviendo realidad, podría empezar a
circular a mediados de 1982. Pronto se aceptó mi idea de tener
una fuerte sección económica, en la que pudiésemos contar con
un análisis diario de algún acontecimiento o fenómeno
económico, didácticamente explicado para los lectores. Eso
empataba con la personalidad gráfica que quería darse al
diario, pues los infográficos económicos podrían generarse día
a día.

HUMAREDA LUMINOSA

Las anécdotas podrían multiplicarse sobre esos primeros meses.
Pero quiero saltarme al 7 de junio de 1982 cuando, tras
circular esa mañana el primer número del diario y realizarse
al mediodía una ceremonia oficial de inauguración del
periódico, a la que había asistido el Presidente de la
República Osvaldo Hurtado y su gabinete, nos disponíamos a
hacer el número dos.

Los últimos entusiastas invitados se fueron, mientras
tecleábamos furiosamente las terminales de la gran computadora
central que tenía el diario -el más avanzado de América para
ese momento.

Los PMT salían en desorden, pero salían; el fotomontaje y la
fotomecánica y las planchas se hacían en desorden y con
nervios, pero se hacían. Finalmente, cuando todo estaba listo,
a las 11 de la noche, el diario queda en tinieblas por un
apagón de toda la zona.

El pánico inicial se calmó cuando se supo que había planta de
emergencia, que muy previsivamente se había instalado unos
días antes. Incluso, se comentaba, se la había probado.

Pero la planta no se encendía, pues había un problema
ridículo: el encargado no tenía linterna. Así que tuvimos que
mover un par de automóviles, para que uno iluminara con sus
faros la entrada de la caseta donde estaba el generador y los
faros del otro apuntaran más hacia el interior de la misma.
Pronto el ruido del motor nos tranquilizó a todos y las áreas
críticas del edificio se iluminaron. Los prensistas, al mando
de Alberto Graber, se aprestaron a arrancar la rotativa. Y así
se hizo. La inmensa maquinaria arrancó, pero enseguida declinó
su velocidad. De la caseta del generador de emergencia empezó
a salir una humareda blanca, que pronto lo cubrió todo. Y, de
golpe, la rotativa se paró y las luces se apagaron de nuevo.

El generador se había fundido. La explicación posterior era
lógica: la capacidad del generador era suficiente para
mantener a la rotativa funcionando pero no era suficiente para
el arranque de aquella, cuando la máquina emplea mucho más
fuerza eléctrica. Pero en ese momento, la desesperación cundió
entre los pocos de redacción que quedábamos, y el personal de
fotomecánica y prensa. Y empezaron a pasar las horas, y ni
regresaba la luz de la red pública ni había posibilidad alguna
de arreglar el generador fundido.

El Gringo Mantilla, mientras tanto, que se había retirado
antes del percance, había sido informado, y se mantenía en
constante comunicación telefónica.

Las dos de la mañana, y nada. Las tres de la mañana, y nada.
Las cuatro de la mañana: el gerente general de la Empresa
Eléctrica Quito, a quien el Gringo había despertado,
confirmaba que el daño de la red era muy grande y que la luz
no volvería al menos hasta las 12 del mediodía siguiente. Las
cinco de la mañana y nada. A las seis de la mañana, con la
claridad del día, nos veíamos la cara de malanochados y
fracasados. El diario había circulado un solo número y el
número dos no había podido salir. De pronto, unos pitos de
camión en la puerta del diario. Era un gran camión cargado con
una inmensa planta generadora portátil. maniobró y se cuadró
donde Jaime Mantilla, que venía en la cabina junto con el
chofer, le hizo colocar. Se conectaron los cables, se encendió
la planta portátil y despacio, despacio, sin forzar, arrancó
la rotativa. Poco a poco, el jefe de prensa le dio la
velocidad mínima para que se temple el papel, y se empezó a
imprimir.

El 8 de junio circularon solo 7.000 ejemplares del diario HOY.
Pero circulamos. Jamás supe de dónde se sacó la planta
generadora el Gringo Mantilla. Pero habían sucedido tantos
milagros desde cuando me contó su loca idea en abril del 81 a
4.800 metros frente a los imponentes glaciares del Cayambe que
ya nada me asombraba.
(DIARIO HOY) (P. 7-A)
EXPLORED
en Autor: Gonzalo Ortiz - [email protected]

Otras Noticias del día 01/Marzo/1996

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el