Quito (Ecuador). 24 mar 96. Al día siguiente de haber
presentado su renuncia como secretario de la Administración,
Raúl Gangotena fue al Palacio para retirar sus papeles.
Regresó a su casa de Cumbayá a las cinco y media de la tarde,
con un maletín de cuero en una mano y en la otra una
estatuilla de madera que representaba la figura de un
granadero de Tarqui. "Me la regalaron los miembros de la
escolta presidencial", explicó a su esposa con un inocultable
rictus de orgullo, mientras colocaba la esfinge en la mesilla
de la sala, lejos de una Virgen de Quito, "por si acaso". No
lucía corbata sino una camisa deportiva y un saco de casimir
del que se despojó con alivio.

Y ahora, ¿qué vas a hacer?

Volver a dar clases en la Universidad San Francisco y retomar
mi columna periodística en El Universo. Me pican los dedos.

¿Y no tejerás también unas chambritas para tu hijo?

Hay tiempo, porque nacerá en mayo. Y como es mi primogénito,
lo recibiré con la ilusión de un papá-abuelo; tengo 51 años y
soy 25 años mayor que Ann, mi mujer.

Por tejer no te enjuiciarán como te enjuiciaron por escribir,
supongo.

El juicio está en proceso. Pero el asunto es sencillo porque
yo utilicé adjetivos relativos a hechos del presidente de la
Corte Suprema, y no sustantivos referidos a personas.
Entonces, desde el punto de vista legal no hay injurias. Y
por eso estoy tranquilo.

¿Qué te dejó la función?

Una gran satisfacción interior, porque cuando creí que debía
acudir al servicio de la gente que me necesitaba, estuve
presto a hacerlo.

Fue una experiencia corta, de solo tres meses, pero
extraordinariamente interesante. Me integré al Gobierno en su
momento más difícil; había una tormenta al día y me parece que
mi presencia contribuyó a calmar los ánimos. Percibí que
había la oportunidad de hacer una transición democrática sin
el colapso económico de todo fin de período, y en ese desafío
colaboré con cabeza fría.

¿Te sientes cansado?

No, a pesar de que he tenido jornadas duras, que incluyeron
una amenaza de prisión preventiva.

¿Cómo la tomaste?

En el primer momento me latió el corazón aceleradamente. Pero
luego me tranquilicé al pensar que la prisión obedecía a una
opinión que yo había vertido como periodista y bruscamente me
tranquilicé.

¿Qué pasaba si ibas preso?

Había desarrollado una cierta novelería sobre esa posibilidad.
Cuando revocaron la orden hasta me dio un poquito de pena.

¿La celda hubiera sido un buen espacio para tu intelecto?

Podía haber servido para renovar el aprecio a la libertad de
expresión. Y me acorde de Ghandi, que pasó gran parte de su
vida en prisión y en ese remanso se dedicó a leer y pensar.

¿Leíste cuando fuiste secretario de la Administración?

No hay tiempo sino para revisar la prensa, documentos y
reportes.

¿Cómo era tu horario?

Me levantaba al alba para oír la radio. Luego miraba los
noticieros en la televisión.

¿Desayunabas?

Café con leche y rosas de pan blanco. Llegaba al Palacio antes
de que fuera la generalidad del personal. Alrededor de las
nueve se acababa la tranquilidad. El teléfono empezaba a
sonar y no paraba. Cuando estaba ocioso y tenía ganas de
volver a la casa temprano, me daban las diez y media o las
once de la noche.

¿A qué hora te reunías con el presidente?

Eso era impredecible. El presidente llegaba el rato menos
pensado a mi oficina, yo me ponía de pie y él terminaba lo
que tenía que decirme con el infaltable "mijo" al final de la
frase. Otras veces pasaba yo a su despacho.

¿Con protocolo?

No. En la más absoluta sencillez. El único protocolo que
guardaba era llamarle señor presidente.

¿Almorzabas con él?

Prácticamente todos los días. Cuando no había almuerzo de
trabajo me colaba al almuerzo familiar. Allí estaban el
presidente, Finita, los edecanes y los de protocolo.

¿Y las Alicias?

No con mucha frecuencia.

¿El presidente te invitaba a fumar?

Ese es su disfrute: brindar, luego del segundo plato, los
Cohiba que le regala Fidel. A pesar de que yo había dejado de
fumar, no me resistía a la tentación.

¿El presidente oye a sus colaboradores?

Es una persona con una asombrosa capacidad de concentración en
los temas más difíciles y trascendentales.

¿O en los que le obsesionan, como la caída de un tumbado?

Sí, tiene ciertas obsesiones sobre todo cuando trata sobre
obra pública. Ahí es muy difícil sacarle de su concentración
para hablar de otro asunto que está ese momento en el
candelero.

¿Qué otra obsesión tiene?

La territorial. Su concentración ahí es total. Frente a ese
tema, cualquier otro asunto es nimio. En lo territorial vi en
acción a un hombronazo que no pestañeaba cuando de los
problemas del país se trataba. Ahí no percibías en él
nerviosismo o angustia: solo veías una mirada de una
determinación, de una decisión que impresionaba.

¿Y su volubilidad?

No se ve en las grandes decisiones. Se resolvió por un
esquema económico y lo mantuvo sin vacilación; tampoco hubo
vacilación cuando llamó a los indígenas al Palacio para que
fueran protagonistas de la Ley Agraria, un hecho trascendental
para la historia.

-Pero los grandes temas ¿no le hacen perder la perspectiva de
lo cotidiano?

Es cierto que cuando está en los grandes temas pierde contacto
con el día a día.

¿Es necio?

El mismo lo reconoce. Pero a su necedad une una gran
intuición. Algo le "tinca", como él dice. El se guía mucho
por sus "tincas".

¿Qué quedará de este Gobierno?

Una transformación económica, una transformación social en el
aspecto indígena, y el gran avance en el tema territorial.

¿Y el abandono en las otras áreas sociales?

Como columnista yo diría que la lucha contra la inflación ha
sido la mejor contribución de este Gobierno para mejorar la
vida de la gente pobre. El salario real ha subido
sustancialmente.

¿Olvidará la historia tanta pillería?

He llegado al convencimiento de que las cosas que se le
atribuyeron al presidente, por ejemplo Flores y Miel e
Irandina, quedan desvirtuadas: los pagos a los acreedores
fueron hechos con la venta de los activos de esas empresas y
no con gastos reservados.

Pero no se han abierto los fondos reservados de la
presidencia, ¿no?
Me he convencido de que en su manejo hay, en vez de dispendio,
tacañería.

Pero no hubo tacañería para llevar al nieto político prófugo
en el avión presidencial.

Tocamos ahí un defecto capital del presidente en cuanto jefe
de Estado: excesivamente sensible a la realidad de la vida de
las personas.

¿Eso no le hace muy vulnerable?

Sí. Es vulnerable a las influencias que le llegan por el lado
humano de sus allegados.

¿Tu misión era quitarle el velo de los ojos?

Yo tenía que ser testarudo como él y discutirle. Para eso
conté con la inteligentísima ayuda de Juan Aguirre, el
secretario particular del presidente.

El presidente, fuera de esos momentos críticos como la
Josefina o la guerra, ¿existe?

Los medios de comunicación le han llegado a atemorizar, se
pone a la defensiva y es común que, en vez de comunicar,
discuta y pelee con los periodistas. Es muy susceptible.

¿Te hiciste de enemigos?

He sido siempre incapaz de hacer o cultivar enemistades.
¿Te envaneció tu paso por el poder?

Siempre me acordaba que don Clemente Yerovi contó que el
espejo que estaba en el fondo del pasillo del Palacio lo hizo
colocar él para asegurarse de que, viéndose ahí, tenía la
misma cara de pendejo de siempre. Yo aprovechaba para lo
mismo cualquier espejo. (Diario HOY) (6A)
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