CONTRA LA HISTORIA, por Felipe Burbano
Quito. 09.01.91. (Opinión) El anuncio ceremonioso y formal del
fin de la "guerra frÃa" estuvo acompañado de otra espectacular
proclama: el fin de la historia.
Su mentalizador, Francis Fukuyama, lo planteó asÃ: "Quizá no
somos solo testigos del fin de la guerra frÃa, o del
transcurso de un perÃodo particular de la historia de la
posguerra, sino de la conclusión de la historia como tal, es
decir, el punto final de la evolución ideológica de la
humanidad y de la universalización de la democracia liberal de
Occidente como forma última del gobierno humano".
Pero el fin de la guerra frÃa ha sido para el mundo ponerse
nuevamente ante el riesgo -casi inevitable- de una gran
confrontación bélica: en el mismo momento que se la anunciaba,
ocurrÃa la más grande movilización militar desde la segunda
guerra mundial.
Más que una coincidencia, estos dos hechos se encadenan para
volver cierta la sentencia de Fukuyama. El gigantesco
dispositivo bélico de occidente en el Golfo Pérsico solo tiene
sentido para someter a quienes aún no creen en el fin de la
historia, y han tenido, por eso mismo, la osadÃa de plantearla
y hacerla al margen de ese poder que creÃa desplegarse sin más
obstáculos.
Quien habla del fin de la historia no puede ocultar las
pretensiones de dominio universal que esconde la idea. Porque
hablar del fin de la historia no es sino hablar de una
Historia Universal -asà con mayúscula- que nos engloba y nos
abarca, sin escapatoria, a todos, y de la cual formamos parte
pero sin ocupar un espacio.
Somos navegantes de un mar cuya corriente nos lleva
inexorablemente a un final. Pero más allá de lo espeluznante
que resulta para los habitantes de segunda clase del mundo
esta idea del fin de la historia, cuánto hay de cierto en ella
y cuánto contribuimos nosotros para acelerarla.
Al defenderse de una de las crÃticas que se le han hecho,
sobre todo por menospreciar al Tercer Mundo, Fukuyama ha sido
lo suficientemente directo y realista como para llevarnos a
pensar en nosotros mismos, en lo que somos: "Mis observaciones
no están destinadas a rebajar su importancia (la del Tercer
Mundo), sino tan solo a registrar un hecho evidente en sÃ
mismo de que las principales ideologÃas en torno a las cuales
el mundo elabora sus opciones polÃticas parecen fluir
primariamente desde el Primer al Tercer Mundo y no a la
inversa".
Claro, frente a la idea -planteado como proyecto- de un mundo
homogéneo, controlado por un solo poder, el Tercer Mundo no
juega ningún papel, salvo el de una canoa que sigue o es
halada por el gran trasatlántico.
Resulta, entonces, que el lugar reservado para nosotros en
este fin de la historia es aquel previsto por el Primer Mundo,
porque asà se dan las cosas.
El fin de la historia es el despliegue de un poder que no
encuentra ya resistencias. Es el fin de las luchas entre los
Estados, el fin del poder como eje de las luchas polÃticas.
A partir de ese momento, la democracia liberal tendrÃa que
batallar con pequeños enemigos, incapaces de resistir y
desafiarla en serio. Y si alguien intenta hacerlo, entonces lo
hace en términos de guerra.
Por eso, me parece que lo que ocurre en el Golfo apunta a
consolidar un poder victorioso ahora que un enemigo menor,
como Hussein, se ha levantado groseramente en el Medio
Oriente. Se ha levantado -paradojas para el poder- cuando su
principal enemigo, el comunismo, habÃa sido derrotado.
Ninguna victoria, peor si se piensa en términos universales,
será posible sin una guerra, que es la demostración última de
poder de una fuerza.
El fin de la historia es un proyecto polÃtico que está en
plena marcha, y cree encontrarse, en estos mismos momentos,
frente a su última batalla. ¿Qué nos queda ante esta historia
que ya marca el destino de todos? Nos queda solo disolverla,
escapar de ella, denunciarla como pretensión del poder. Nos
toca reivindicar la idea de "múltiples historias", de una
pluralidad de protagonistas, actores, ideales y valores.
Oponer a la visión totalizante del gran poder, el incesante
despliegue de la diversidad. Afirmarnos en nuestra pequeñez,
pero como entidad diferente, poseedora de su propio camino y
hacedora de su propia historia. (A-4)