¿ ARTE PUBLICO O ARTE CONTRA EL PUBLICO ?, por Lenín Oña

Quito. 06.01.91. Un factor que conspira contra Quito es la
pobreza de su arte público, monumentos conmemorativos
incluidos.

No es que todo sea malo, ni siquiera mediocre; pero, la
mayoría sí que lo es. Ejemplos abundan: el labrador y sus
bueyes, la virgen del Panecillo, innumerable bustos, etc.

A veces, obras interesantes están mal ubicadas o en pedestales
inadecuados. Los problemas son múltiples. Unos de orden
estrictamente artístico, otros de índole urbanístico. Y falta
arte público; es decir, esculturas y otras formas de arte no
necesariamente conmemorativas, sino valederas por sus propios
atributos estéticos.

Preocupados por esta situación el Municipio capitalino ha
decidido reubicar algunas piezas y dar cabida a otras nuevas
en distintos espacios urbanos. Magnífico empeño que se está
comenzando a plasmar. Por desgracia, hasta ahora suman más los
errores que los aciertos.

Tomemos el caso de la Lucha eterna, que se había reimplantado
hace años en un sitio inapropiado. ¿Qué se ha ganado con la
nueva ubicación?. Nada, tal vez sea peor que la anterior,
puesto que se trata de un círculo de tránsito, y de intenso
tránsito. Lo cual impide que el peatón pueda apreciar la
hermosa escultura. Y no se crea que desde un vehículo en
movimiento rápido se la puede mirar como es debido. Una obra
como esa solo puede contemplarse en detalle desde una
distancia corta y con el reposo que solo permite el paso del
transeúnte.

¿Parque o intercambiador de tránsito?

Crear un parque de esculturas es, en principio, una idea
plausible; pero, en los hechos concretos depende de cómo se la
ejecute para poder calificarla. Por el momento, donde se han
volcado los primeros afanes de este tipo es en el
intercambiador de tránsito del túnel de Miraflores. Por ahí
comienza el yerro. Para el peatón, llegar hasta ese sitio
suele ser difícil y hasta peligroso, por la velocidad a la que
circulan, necesariamente, los automotores y por las numerosas
calzadas que hay que atravesar. Para el conductor la
posibilidad de mirar las obras es nula o riesgosa, porque en
esta clase de vías se prohibe estacionar. Ver, desde un
vehículo en marcha, se puede; lo que no se puede es mirar.

Pero, las obras de arte tienen que ser miradas, no solo
vistas; esto es, han de observarse con detenimiento,
profundidad y tiempo. No al paso, como cualquier anuncio o
algún objeto del mobiliario urbano (faroles, jardineras,
bancas, etc.)

Las obras de arte plástico -no hay que olvidarlo- se han hecho
para que las miren y admiren ojos humanos; no para,
simplemente, ocupar un lugar en el espacio.

La joven escultura

Otra magnífica iniciativa es la de brindar la ocasión a los
artistas jóvenes para que ofrezcan a la comunidad el fruto de
sus esfuerzos y talentos. Mas, solo por los resultados se
puede juzgar si valió o no la pena haberlos desplegado; si se
consiguió arte y belleza, con todo lo que ello implica, además
de enriquecer y mejorar el lugar donde se localizan las obras.


En Miraflores los resultados no son dignos del buen comienzo
que tuvieron la mayoría de sus autores. Salvo, eso sí, esa
especie de poste totémico, abstracto, de Gabriel García; obra
estimabilísima, de escorzos coherentes y vigorosos, de
ascética integridad espacial y volumétrica.

En las piezas de Paulina Baca y Vicky Camacho hay
desentendimiento de la escala, aquel difícil factor de
relación dimensional entre la obra y su entorno, entre ambos y
el hombre de carne y hueso.

Y es que no basta agrandar lo pequeño para obtener los mismos
efectos visuales de lo que se ha trabajado en el formato
menor. El ejemplo más patético del desacierto en que se
incurre por este camino lo tenemos en la estéticamente impía
virgen del Panecillo. No se ha captado la lección... La
estela de Paulina peca, además, de excesivo laconismo y de
frontalidad; o sea, de omisión de los valores
espacio-volumétricos consustanciales a la escultura exenta.

El dibujo tridimensional de Vicky no está desprovisto de
gracia, pero se disuelve en el gran cráter del intercambiador
porque carece de masa y vacío. Es solo la ampliación de un
simpático bibelot.

¿Toda obra pasada fue mejor? ¿Cómo no añorar los piafantes
caballos de Pancho Proaño cuando se mira su felino y dama,
construidos al desgaire?

Esos corceles fincan el interés visual en el inteligente juego
de huesos, tendones, músculos, nervios, piel, elaborados con
chatarra de formas descubiertas y combinadas con ingenio y
propiedad.

El jaguar, en cambio, no tiene entrañas ni alma, solo piel y
volumen, que si se las ha obtenido con zapapicos, bien pudo
habérselas logrado con casi cualquier otra herramienta. (Por
cierto, no se trata de optar por fórmulas magistrales. En el
arte nada es equivalente, si es arte de verdad).

¿Y la dama? Resuelta sin mayor sensibilidad ni decisión. El
velero de Mauricio Suárez, con sol o girasol añadido, tampoco
está a la altura de otras piezas móviles del artista. Le
sobran, al menos los pecesitos pintados y la deslayada estela
de jardinería barata.

Muy otra es la obra que acaba de instalar en el parque de La
Carolina; está sí, de buen efecto por la fluidez con que sus
tres filamentos acarician el aire y por la pertinencia de la
escala.

De las otras esculturas solo se puede decir que son burdas.
Burda imitación de la puerta del sol de Tiahuanaco, la una;
burdas por el volumen, el color, la textura y la ejecución,
las otras dos.

Responsabilidad del arte público

Las obras de arte público educan, crean hábitos visuales y
estéticos. Su misión por acá es, tal vez, más trascendente que
las de las que se encierran entre cuatro paredes y no
trascienden al público amplio, que casi siempre rehuye museos,
galerías y colecciones.

Por lo mismo importa que cumplan su cometido con eficiencia
-eficiencia visual se sobreentiende. No es cuestión de
hacerlas por hacerlas, de ubicarlas donde quiera, de aceptar
cualquier cosa a guisa de obsequio.

La responsabilidad por ellas recae en toda la comunidad, pero
en la práctica debería asumirla un equipo de expertos, que ha
de solicitarlas y calificarlas. Mejor que mejor a base de
concursos. Solo por excepción cabe encargarlas sin
intermediaciones a artistas fogueados, de cuyos antecedentes y
ejecutorias no quepan dudas. Así no se correrán albures
inútiles.

Nada es seguro en el arte ni con los artistas. He ahí, si no,
el cóndor broncíneo de víctor Delfín, también en La Carolina,
tan por debajo de esa otra ave metálica suya que el pintor
Guillermo Muriel regaló a la ciudad en la Villa Flora. Gira la
ruleta y, otra vez, un acierto en aquel mismo parque. De nuevo
de Gabriel García; de nuevo en madera; de nuevo brutalista: un
pórtico implacable en su marco y en su vano.

¿Qué vendrá después? Quien sabe si el número de la suerte -de
l mala suerte- caiga en otra fiera antidiluviana, como ese
león o tigre "dientes de sale", que, de buenas a primeras,
asusta hasta a los choferes en el parterre donde se
interceptan la avenida Orellana y la calle Almagro.

La comisión asesora

Todo indica que ya es hora -!más vale tarde que nunca!- de
enmendar estos desaguisados que conspiran contra la buena fama
de Quito. Están en manos de la Municipalidad la solución.
Establezca una comisión asesora, amplia, honorífica y de alto
nivel, con auténticos especialistas delegados del propio
Ayuntamiento, las facultades de Arte y Arquitectura, la Casa
de la Cultura, la Academia de Historia, la Asociación de
Críticos de Arte; en fin, de las instituciones y organismos
que se crea conveniente.

Haga el inventario del acervo monumental y de arte público de
la capital para reparar lo reparable, reubicar lo necesario,
deshacerse de lo indeseable. Formule y cumpla una política de
largo alcance y exhaustivo contenido sobre la materia.
Téngase por seguro que será para bien de la ciudad y de sus
habitantes. (C-1)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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