Quito. 28.08.94. Una nueva ola de capitales extranjeros está
ingresando en un selecto grupo de países de América Latina después
de un largo período de escaso crecimiento, fuerte inestabilidad de
las economías y persistente transferencia de recursos al exterior.

No obstante, esta "marejada" tiene efectos de signo contrario. Por
un lado, es positivo que América Latina deje de transferir
capitales y que éstos contribuyan a la estabilización de las
economías; pero, por otro lado, es negativo cuando la mayor
disponibilidad de capitales sobrevalúa las monedas nacionales
induciendo al desequilibrio comercial.

El crecimiento económico es todavía moderado. El promedio
registrado para los cuatro primeros años de este decenio es de sólo
2.5% frente a un ritmo que bordeó el 6% en los setenta y que
alcanzó solamente a 2% en la década perdida de los ochenta.

La novedad no es, pues, la aceleración del crecimiento, ya que
trece países de la región, incluidos Argentina y Chile, redujeron
la expansión de sus economías.

La recesión se precipitó en Venezuela, después de un crecimiento
del 7% en 1992, y México completó tres años de desaceleración
económica creciendo sólo al 1% en 1993.

Las novedades son, en realidad, la significativa reducción de la
inflación, el fuerte déficit comercial y la nueva dinámica que
viene mostrando el movimiento de capitales extranjeros, en medio de
un marcado deterioro social que muestra preocupantes brotes de
violencia en México y Argentina, considerados, junto con Chile,
paradigmas de modernización y estabilidad.

La mayoría de países tuvo, en 1993, una inflación inferior al 15%
anual. Brasil, que registró una inflación de 2.244%, es la
excepción y distorsiona el promedio de América Latina, que se elevó
de 417% a 797% entre 1992 y 1993. Si se le excluye, la inflación
promedio de la región es de sólo 19%, lo que revelaría una
tendencia favorable a la estabilidad en el resto de países.

Esta tendencia se explica por el mejor desempeño de las finanzas
públicas, pero no cabe duda de que el mayor ingreso de capitales
extranjeros que trae aparejada la sobrevaluación de las monedas
nacionales está contribuyendo a atenuar las presiones
inflacionarias.

Es evidente que si hay más dólares para gastar, en un contexto de
liberalización de las importaciones, es más fácil estabilizar los
precios internos. La sobrevaluación de las monedas abarata las
importaciones y los productores nacionales tienen que ajustarse a
los términos de competencia que imponen los proveedores del
extranjero. En este marco, es muy probable que la inflación se
explique más bien por el valor de los bienes y servicios que no
pueden transarse internacionalmente (tarifas eléctricas, por
ejemplo).

La sobrevaluación monetaria -fenómeno que los exportadores llaman
retraso cambiario- tiene efectos perniciosos sobre el comercio
exterior. Si el dólar está bajo se promueven las importaciones y se
desalientan las exportaciones, lo que genera una tendencia al
desequilibrio comercial.

El dinamismo de la cuenta de capitales varía según los países. En
algunos casos se explica más por movimientos< especulativos que
buscan mayores rendimientos, a través de los diferenciales entre
las tasas de interés y las operaciones bursátiles; en otros, por la
importancia que han venido cobrando las privatizaciones y la
inversión extranjera directa.

El saldo promedio anual del movimiento neto de capitales de América
Latina en el período 1990-93 registró un superávit del orden de los
44 mil millones de dólares, de los cuales el 46% quedó en México.
Argentina y Brasil captaron 17% y 10% respectivamente, mientras que
Chile retuvo solamente el 6%.

"Los mayores ingresos de capital provienen del sector privado no
bancario y se concentran en sólo cuatro países que dieron cuenta
del 79% del superávit de capitales de la región.

De otro lado, la emisión de bonos muestra un interesante dinamismo.
América Latina recibió, por esta vía, capitales por un monto
promedio anual del orden de los 10 mil millones de dólares entre
1990 y 1993, cifra realmente impresionante si se la compara con el
nivel captado en 1989, cuando fue sólo de 900 millones de dólares".

La inversión bursátil

El número de países de la región que están utilizando este
mecanismo es cada vez mayor. Entre 1990 y 1991, México concentró el
67% de la inversión en bonos.

Otra fuente importante de captación de capitales fue la inversión
bursátil, ya que los que buscan rendimientos rápidos se sintieron
atraídos por el magnetismo utilitario de las bolsas de América
Latina, que se cuentan entre las más rentables del mundo.

De otra parte, las reformas económicas han hecho más atractiva la
inversión extranjera directa en América Latina. La reacción frente
a las privatizaciones y a la conversión de deuda en inversión ha
sido favorable, junto con la menor dosis de intervencionismo y
controles estatales.

Entre 1990 y 1992 el flujo neto alcanzó cerca de 11.000 millones de
dólares frente a los 6.000 millones de dólares anuales que entraron
en la década de los ochenta.

Aunque la inversión se concentró en México y Argentina, que
captaron 42% y 30% respectivamente de los flujos anuales de
inversión, y en menor medida en Brasil, que absorbió en 10%, países
como Chile, Colombia, Trinidad y Tobago, Costa Rica y Jamaica
muestran un dinamismo que guarda proporción con el menor tamaño de
sus economías.

Estos flujos tienen relación también con la recuperación de la tasa
de utilidades de las inversiones extranjeras localizadas en la
región. En efecto, el retorno anual de estas inversiones fue de 16%
en el período 1990-92, frente a un promedio mundial de sólo 12%.

Las privatizaciones han estimulado, asimismo, la "nueva ola" de
capitales. Entre 1989 y 1992 se vendieron en América Latina 233
empresas estatales, operación que permitió captar capitales por
40.000 millones de dólares, en su mayor parte de origen extranjero.

Transferencia neta de recursos

Será interesante, sin duda, si continúa el flujo de capitales en
los próximos años, comparar los resultados de ambos decenios
respecto del crecimiento económico y el alivio de la probreza.

La transferencia neta de recursos -es decir, lo que se queda
efectivamente en América Latina después de atender las remesas de
utilidades de las empresas extranjeras y los intereses de la deuda
externa, pública y privada- es realmente el hecho de mayor
trascendencia en lo que va de los noventa.

Entre 1982 y 1990 registró persistentemente límites negativos que
fluctuaron entre 9% y 31% de las exportaciones anuales, ubicándose
positivamente en 5,5% en 1991 para elevarse a 20,3% y 15,2%,
respectivamente, en 1992 y 1993.

Esta "nueva ola" de capitales abre, sin embargo, una serie de
interrogantes que están todavía por dilucidarse. No cabe duda de
que la afluencia de capitales es positiva, pero también plantea
serios dilemas a la conducción macroeconómica.

La década de los noventa está inaugurando un consumismo importador,
con el consecuente déficit comercial, que solo podrá sostenerse si
el ingreso de capitales continúa. Si no es así, es muy probable que
se esté incubando una nueva crisis.

Los capitales son muy volátiles y cíclicos, variando sus
intenciones en función del comportamiento de nuestras economías y
del curso que siga la economía mundial.

Es muy difícil asegurar su persistencia en el futuro y bien harían
nuestros gobiernos en manejar hipótesis de comportamiento
contrarias a las actuales. Mal ha hecho el gobierno peruano en
destruir lo poco -bueno o malo- que existía de planificación.

No es sano, aunque alegre el festín liberaloide, que los déficit
comerciales y de la cuenta corriente sean cubiertos por los
ingresos de capitales..

La droga de la deuda que alentó el populismo de los setenta puede
convertirse en la droga de los capitales especulativos que aliente
un dogmatismo liberal en los noventa. Si de estimulantes se trata,
no hay mejores que los que resultan de la inversión para la
transformación exportadora que no puede eludirse. (2A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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