Quito. 20 mar 2000. El mundo se vino abajo para los coroneles
Jorge Brito y Gustavo Lalama, cuando un oficial les comunicó que
el Alto Mando dio la orden de atacar al Congreso para desalojar a
los militares e indígenas que lo habían ocupado en las primeras
horas del 21 de enero. Jorge Brito, detallista y previsivo, miró
el reloj y anotó la hora en una agenda: 16:30.

Aún sin reponerse de la primera noticia llegó otra que desbarató
lo poco que habían logrado los dos coroneles en su afán de
persuadir a la Junta de Salvación y a la Conaie para buscar una
salida negociada: el Alto Mando Militar asumía los plenos poderes.
La situación de Brito y Lalama se volvió crítica y el impacto de
esas dos informaciones dejaba sin piso al principal punto que se
analizaba: buscar a un político honesto e íntegro, una figura
similar a la de Clemente Yerovi Indaburo, para que reemplace a
Jamil Mahuad, quien había abandonado Carondelet un poco antes de
las 16:00.

Brito y Lalama eran los delegados del general Carlos Mendoza y del
Comando Conjunto para cumplir una misión política-estratégica en
el convulsionado Congreso. La negociación que llevaban los dos
coroneles se realizaba en la oficina de la Presidencia del
Parlamento. En ese despacho, donde se vivía un ambiente de tensión
y nerviosismo, se encontraban Lucio Gutiérrez, Fausto Cobo y los
líderes indígenas y de los Movimientos Sociales: Napoleón Saltos,
Antonio Vargas, Edwin Piedra, Salvador Quishpe, Miguel Lluco,
Marcelo Larrea, Pablo Iturralde y Fernando Villavicencio.

Media hora antes de recibir los dos preocupantes mensajes, Brito y
Lalama explicaron el punto central de su presencia: la crisis se
vuelve más peligrosa para el país por el riesgo de que se
fraccionen las FF.AA., lo cual podría llevar a enfrentamientos
entre soldados y civiles. Lalama no bajó la guardia y preguntó:
¿cuál es la propuesta de ustedes, tienen un plan de gobierno o van
a cometer una chambonada? Ese rato los dirigentes presentaron un
"Mandato de los Pueblos del Ecuador para la Salvación Nacional,
por un nuevo Ecuador", un programa con propuestas económicas y
sociales que fue analizado en siete reuniones previas al 21 de
enero. La sola mención de aquel programa bastó para que los
dirigentes de las dos organizaciones intercambiaran puntos de
vista sin orden ni concierto.

La confirmación de la salida de Mahuad apaciguó los ánimos y dio
paso a cuatro puntualizaciones: un escenario pos salida del ex
Presidente, la salida del Alto Mando (solicitada por la Conaie),
reestructuración del país (especialmente un freno a la
corrupción), evitar enfrentamientos violentos y buscar salidas a
la crisis. Brito y Lalama insistieron que una de las principales
demandas del movimiento, la salida de Mahuad, era una realidad.
Esa mención calmó los ánimos y Lucio Gutiérrez pensaba renunciar a
su puesto en la Junta de Salvación Nacional. Los dirigentes
asintieron y volvieron a insistir en la necesidad de nombrar un
presidente que no esté comprometido con ningún partido político,
que busque consensos, que sea honesto y no tenga ninguna
vinculación con la bancocracia. La figura de Yerovi Indaburo
resucitaba.

Hasta la oficina de Juan José Pons llegaban, como ondas
expansivas, los gritos de la multitud que ya pedía avanzar a
Carondelet. El celular del coronel Lalama sonó a las 16:10. Era el
general Carlos Mendoza, quien pedía hablar con Fausto Cobo para
concertar una cita en el Círculo Militar. Lalama se adelantó y le
dijo: "Mi general, esto es inmanejable, sugiero que la reunión se
realice lo más pronto en el Hospital Militar, está cerca, o que
usted se traslade al Congreso". Gustavo Lalama propuso que un
grupo de oficiales brinde seguridad al Jefe del Comando Conjunto.
Pero la respuesta de éste no se hizo esperar: "No puedo entrar,
van a pensar que soy golpista".

La situación era irreversible. Ni Cobo ni Brito ni Lalama podían
salir: los oficiales más jóvenes no los dejaban porque en ellos
veían una garantía de seguridad y liderazgo en el Ejército.
Incluso cuando Brito y Lalama entraron al recinto legislativo, una
vez que el Alto Mando le retiró el apoyo a Mahuad, las confusiones
fueron la tónica, pues los oficiales más jóvenes, entre vivas y
aplausos, les recibieron como aliados a su causa. ¿La razón? Sus
nombres habían sido mencionados con insistencia en la mañana. En
la euforia de esos instantes, Lalama y Brito no fueron consultados
sobre un posible apoyo. Su presencia en el Congreso era de una
sola vía: cuando intentaron retirarse los militares más jóvenes
les impidieron. De todos modos la misión seguía en pie porque una
tarea de ese tipo ocurre solo en tiempos de extrema gravedad; los
enviados a cumplirla tienen total libertad de acción (abiertas o
clandestinas) para ejecutarla. Los hombres encargados de seguridad
de Brito y Lalama, el teniente coronel Celso Andrade, y el mayor
Fidel Araujo, seguían paso a paso a los coroneles.

Fausto Cobo lucía más tranquilo. Antes de entrar a la negociación
en la oficina de la Presidencia del Congreso, Brito y Lalama
improvisaron una reunión en un baño del primer piso. A las 15:20
el bullicio y la trifulca eran tan intensos que no había un sitio
tranquilo para dialogar. Ese instante ocurría la segunda rueda de
prensa, en la que intervenía Lucio Gutiérrez. A su lado estaba el
coronel Fausto Cobo. Brito le hizo una seña y Cobo salió. Cuando
los tres coroneles entraron al baño dejaron a un guardia para que
custodie la entrada.

El rostro de Cobo estaba demacrado y él seguía exaltado. Pidió un
vaso con agua, la bebió en un santiamén. Brito y Lalama le
explicaron a Cobo, con más detalles, el objetivo de su misión. El
tiempo apremiaba y urgía buscar una solución para evitar un
posible enfrentamiento. A Cobo, compañero de promoción de los dos
oficiales, le pidieron que facilitara una reunión con los líderes
de la Conaie y de los Movimientos Sociales para explicarles el
motivo de su presencia y la búsqueda de una posible salida a la
crisis.

A esas alturas el vacío de poder, por la salida de Mahuad, era
cubierto por el Mando. Todavía no se hablaba de la sucesión
presidencial. El telegrama en el cual se mencionaba que las FF.AA.
asumían el poder ya circulaba por las unidades. Entonces Cobo se
calmó. Sin embargo, las imágenes que vivió al mediodía aún seguían
frescas y continuaban dando vueltas en su cabeza. Cuando llegó al
Parlamento vio, en el despacho de Juan José Pons, a un coronel
Gutiérrez resuelto, que insistía en los ideales del movimiento,
sobre todo en combatir a la corrupción y en pedir cuentas a los
malos banqueros.

"Lucio, al menos era que me informe esta situación", le reclamó
Cobo. "Las circunstancias fueron difíciles, mi coronel, yo
insistía ante el Mando", fue la respuesta de Gutiérrez. Cobo
siguió: "podemos hablar con el Mando, hacer una serie de cosas".
La réplica de Gutiérrez no se fue por las ramas: "los indígenas ya
no quieren saber nada con el Mando, pero si usted puede hágalo".

Después de ese breve diálogo, el coronel Cobo hizo sus propuestas
a radio La Luna: "vengo a hablar con el coronel Gutiérrez para
hallar una salida, pretendo apaciguar los ánimos, quiero dejar en
claro que no soy un coronel arribista, no quiero el poder". En el
despacho de la Presidencia del Parlamento, Cobo se cruzó con
Freddy Ehlers, quien calificó a la acción de sana, correcta,
honrada, "aquí no he visto un solo ladrón, tampoco un pícaro y el
movimiento se parece a la Revolución Juliana de 1926".

Fausto Cobo descansó un poco, pero al instante un grupo de
oficiales le dijo que la primera rueda de prensa estaba lista.
"Pero si acabo de hablar en la radio", respondió Cobo, y de pronto
se vio ante una maraña de micrófonos y cámaras de televisión. Los
militares jóvenes insistían que "querían verle aquí, no nos puede
dejar". Cobo respondió que se quedaba con la condición de que no
haya enfrentamiento, ya estaba jugado porque la Junta y el coronel
Gutiérrez le nombraron jefe del Comando Conjunto, a pesar de que
él insistía que no quería ninguna función para no ahondar la
crisis.

Esas imágenes del mediodía pasaron como un torbellino, mientras
Fausto Cobo acababa de abandonar el baño para dirigirse con los
coroneles Brito y Lalama a dialogar con la dirigencia de la Conaie
y de los Movimientos Sociales.

Con las dos perturbadoras noticias en el tapete (el supuesto
ataque al Congreso y la posible toma del poder por el Mando) Brito
y Lalama se encontraron en una situación embarazosa. Ante los ojos
de los dirigentes quedaba la sensación de que los dos coroneles
fueron a ganar tiempo, a neutralizarles, para dar paso al
operativo militar.

La reunión concluyó y los líderes salieron en forma atropellada al
piso donde se llevó a cabo la última rueda de prensa en el
Congreso, en el Salón de los Presidentes. Allí sobrevino la
primera desazón para muchos oficiales al ver que Carlos Solórzano
aparecía para integrar la Junta. ¿Por qué hubo desilusión? Porque
otro de los temas tratados en las siete reuniones previas fue que
los políticos quedarían fuera de juego. Todos coincidían en un
argumento de peso: solo la pureza de la Conaie y de los oficiales
jóvenes era la garantía ante el país. Al parecer Solórzano fue el
hombre de los Movimientos Sociales. Sin embargo, el ex Presidente
de la Corte no era el único. También se hablaba de otros
candidatos: Medardo Mora, con liderazgo en Manabí, y Jacinto
Velázquez, un conocido abogado guayaquileño.

Mientras tanto, afuera la presión de los manifestantes era cada
vez más fuerte para marchar a Carondelet. Los primeros en salir
para comenzar esa manifestación fueron Antonio Vargas, Lucio
Gutiérrez y Fausto Cobo, quienes iban escoltados por una compacta
muchedumbre de indígenas y jóvenes militares.

Jorge Brito y Gustavo Lalama se quedaron en la oficina del
Presidente del Congreso. Con frecuencia recorrían los recintos
legislativos para llamar al orden a los exaltados oficiales y
voluntarios que custodiaban el Parlamento.

Llamaban militares de varias unidades del país, incluso se
presentaron oficiales con sus estados mayores de la plaza de
Quito. Pasadas las 18:00 era evidente que el movimiento no se
quedó solo en la Espe y en la Academia de Guerra. Como un reguero
de pólvora llegó a las puertas mismas de la Brigada Blindada
Galápagos: los grupos de tanques 30, 31 y 32 estaban enfilados
para dirigirse a Quito. Los comandantes de esas unidades habían
llamado al Congreso, cerca del mediodía, para esperar
disposiciones. Los tanques no llegaron a Quito porque la Brigada
Patria, con asiento en Latacunga y dirigida por el coronel Luis
Aguas, amenazaba con salir al paso, lo cual habría ocasionado una
batalla sangrienta entre militares. Tal enfrentamiento no podía
ocurrir porque en las reuniones de los oficiales con la Conaie
siempre se habló de una acción pacífica.

Otros militares de mandos medios que plegaron al movimiento
pertenecían a estas unidades: GEO (unidad de elite del Ejército),
Brigada de Ingenieros de la Balbina, Batallón Rumiñahui, grupo de
Fuerzas Especiales 24 de Lago Agrio, un batallón de Tena, Brigada
Portete, Cuenca, el grupo de artillería de Loja y también grupos
de la Marina y de la Fuerza Aérea. Los oficiales de la Escuela de
Perfeccionamiento del Ejército (EPE), cuyo director era el coronel
Gustavo Lalama, no participaron.

En la Presidencia del Congreso Jorge Brito y Gustavo Lalama
miraban por televisión los sucesos de Carondelet. Les preocupaba
la presencia más numerosa de tropas. Por ello, se comunicaron con
el teniente coronel Aguilar, al mando de la Escolta, para que no
disparen por ningún motivo.

A las 21:00 un grupo de oficiales, visiblemente preocupado y al
borde de la exasperación, llegó al Congreso para solicitar la
presencia de Brito y Lalama en Carondelet con el propósito de que
se integren a la compleja negociación que, a esas horas,
continuaba en una callejón sin salida: los líderes indígenas y de
los Movimientos Sociales no querían saber nada de los generales.

En las afueras del Congreso Brito y Lalama abordaron, en compañía
de los oficiales, una buseta. A Palacio arribaron a las 21:15. En
ese momento intervenía el suboficial Robayo quien, a nombre de la
tropa, con firmeza pero sin irrespetar a los generales, les pedía
que se retiren. Los argumentos de Robayo: tuvieron su tiempo y no
hicieron nada en favor de la tropa ni del pueblo.

Hablaron Vargas y Solórzano. Después el general Mendoza sacó el
primer as: se refirió a una propuesta oficial de las FF.AA. De
inmediato el capitán de navío Angel Valencia entregó al coronel
Brito dos hojas, escritas en letra grande y elaboradas en
computador: la propuesta oficial de las FF.AA. y de la Policía
Nacional. Jorge Brito la leyó en forma pausada. Una parte
mencionaba que "en este momento histórico de la Patria, en la que
hay que anteponer los intereses del pueblo sobre los intereses
personales y de grupo". Los puntos clave: "Llamamos también a la
comprensión de la comunidad internacional que ha sido testigo del
resquebrajamiento social y político, económico y moral de los
grupos a quienes el pueblo democráticamente entregó la conducción
y los destinos de la nación" (punto 3). Por tal motivo, a partir
de este momento asumimos los plenos poderes hasta restablecer el
orden y la paz ciudadana. (punto 4). Las FF.AA. y la Policía
Nacional, fundamentadas en sus valores y principios, durante
nuestra permanencia en el poder promoveremos una etapa de
reestructuración y depuración del Estado, que constituyan bases
sólidas que respondan al clamor del pueblo y que garanticen un
pronto retorno a la institucionalidad democrática" (punto 5).

Luego de la lectura de la propuesta las cosas se complicaron. La
Conaie no quería saber nada de esos planteamientos. Quishpe, Lluco
y Vargas fueron frontales: desconocían esa propuesta e invitaban a
los generales a abandonar el Palacio. Otra vez volvió a surgir la
idea de mantener la estructura de las FF.AA. y evitar el
fraccionamiento del país, expuesta por Brito y Lalama ya con el
apoyo del coronel Fausto Cobo.

La propuesta de que el general Mendoza pase a formar parte de una
Junta de cuatro miembros, con la presencia de Lucio Gutiérrez, fue
un primer paso para la puesta en escena de la llamada fórmula
mixta: la entrada definitiva de Carlos Mendoza. Los bandos se
dividieron para afinar sus estrategias: a la oficina de Mahuad los
líderes indígenas y a la sala de reuniones, cerca del despacho
presidencial, los generales.

El general Sandoval ordenó a los coroneles Brito y Lalama que
pidan a Lucio Gutiérrez que desista para no resquebrajar el mando
y preservar la unidad de las FF.AA. El coronel Gutiérrez aceptó.
La unidad de los militares estaba en peligro. La actitud de Fausto
Cobo facilitó un arreglo. Su respuesta fue: "a mí no tienen que
convencerme nada, yo tengo la certeza de que las FF.AA. deben
mantenerse unidas".

Antonio Vargas seguía intransigente e incluso decidió abandonar el
Palacio. A la salida del corredor de la segunda planta Brito lo
detuvo. Vargas se sentó en un sillón. Él utilizó este argumento:
cómo quieren gobernar al país sin un Ejército cohesionado. Vargas
aceptó y Mendoza se consolidó en el triunvirato.

Alrededor de las 02:00 se conoció que Mendoza dejaba la Junta. En
ese momento surgió otro zafarrancho.

Brito, Lalama y Cobo bebían café en la Escolta Presidencial. Los
líderes de la Conaie amenazaron con movilizar otra vez a los
indígenas.

El general Carlos Calle pidió a Brito que condujera a los
dirigentes indios a La Recolecta para explicarles. Allí aguardaban
los generales Burbano, Narváez, Sandoval, López, Lascano y
Jaramillo. La reunión con los dirigentes de la Conaie fue dura.
Vargas habló de traición, de falta de seriedad. Hizo un recuento
de la lucha indígena desde los años 90. Reclamó la falta de
atención de todos los gobiernos. No hubo despedidas. Si el llanto
y los gritos de protesta de Edwin Piedra. Alrededor de las 06:00
el coronel Brito condujo en su auto a Vargas, Solórzano y Lluco.
Con el cansancio de la jornada reflejado en los ojos y con la voz
apagado, Vargas expresó: la próxima vez ya no vendremos con
palos... (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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