Paris. 05. 10. 90. (Opinión). La crisis que ha provocado la
ocupación de Kuwait por fuerzas iraquíes muestra implicaciones
a escala planetaria y sus proyecciones son imprevisibles.
Pero se puede tener por cierto que una de sus consecuencias
será el fortalecimiento de la Unión Soviética en relación a
los países que aún dependen de ella para el suministro de
petróleo a precios inferiores a los del mercado mundial.
Por otra parte, debilita a la economía de los Estados Unidos,
que asumirá gran parte de los enormes costos de la operación
militar, aún cuando esta quede limitada al bloqueo decretado
por las Naciones Unidas.
A su vez el Japón, convertido en el gran tesorero
internacional, recibirá beneficios derivados del inevitable
aumento de las tasas de interés bancario.
Para los países del tercer mundo las implicaciones serán
enormes y se proyectarán en múltiples direcciones. Por primera
vez en muchos años se presentan condiciones para que las
fuerzas colonialistas afiancen la tutela que tradicionalmente
ejercen sobre una parte del mundo árabe.
El arduo camino hacia la descolonización iniciado en el
periodo de la posguerra podría verse seriamente obstruido en
caso de que se confirme la intención de las grandes potencias
de establecerse por tiempo indeterminado en la península
Arábiga.
Las sanciones impuestas por las Naciones Unidas a Irak traen
consigo la reducción de alrededor de 4,3 millones de barriles
diarios de petróleo provenientes de aquel país y de Kuwait.
Según estimaciones de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones
Unidas para el Comercio y el Desarrollo), si los precios del
crudo se estabilizan en 30 dólares por barril, los países del
Tercer Mundo que importan esa fuente de energía tendrán que
gasta 26.000 millones de dólares anuales por encima de lo que
les costaría la factura petrolera con los precios de 1989.
Esta suma corresponde a cerca de 15 por ciento de la capacidad
de pago externo de ese grupo de naciones.
En caso de que el precio del barril se mantenga en los 40
dólares alcanzados el 24 de septiembre, las consecuencias
serán calamitosas para la mayoría de los países del Tercer
Mundo.
Recuérdese que, a diferencia de lo sucedido en los años
setenta, el acceso de los países pobres al crédito
internacional es hoy prácticamente inexistente.
Es claro que los países del Tercer Mundo exportadores de crudo
se verán aventajados, aunque parte de los beneficios serán
anulados por las irrefrenables alzas de otros precios en el
mercado internacional, en primer término las tasas de interés.
Las repercusiones negativas sobre los países del Tercer Mundo
resultan aún más graves cuando se incluye en el análisis el
cierre del mercado iraquí, que tenía notable significación
para las exportaciones de países como el Brasil, que es al
mismo tiempo un gran importador de petróleo.
Irak y Kuwait eran para muchas naciones del Tercer Mundo una
fuente relevante de divisas debido a las remesas de dinero que
enviaban los centenares de miles de sus ciudadanos que
emigraron a los dos países del Golfo, donde es sensible la
escasez de mano de obra especializada.
Si a la extinción de aquellas transferencias de divisas, se
suman los costos de repatriación de los emigrados, quienes
además al regresar a sus países inflarán la oferta de mano de
obra desocupada, se tendrá una idea de la dimensión de los
problemas económicos y sociales que enfrentarán algunas de las
naciones más pobres de Asia y Africa.
También pesará la pérdida de divisas consiguiente a la
interrupción de obras de infraestructura que estaban
realizando empresas del Tercer Mundo en Irak.
En síntesis, las dificultades que tendrán que sufrir muchos de
los países más pobres serán aún mayores que las infligidas por
las crisis petroleras de los años setenta.
En esta encrucijada no contarán con el alivio que en aquellos
años proporcionaron las líneas de crédito a bajo interés,
alimentadas por el exceso de liquidez generado por el propio
incremento del precio del crudo.
Y como si esto fuera poco, las decisiones que ya están
adoptando las autoridades monetarias internacionales indican
que su preocupación principal reside en la lucha contra la
inflación, aún cuando las medidas para atacarla desencadenen
efectos recesivos que aumentarán la sobrecarga en los países
endeudados.
Para el Tercer Mundo la peor de las hipótesis acerca de este
conflicto es la de un desenlace bélico, pues ello consolidaría
el retorno colonialista, ahondaría la división entre las
naciones árabes e incrementaría el poder de los bancos sobre
las economías endeudadas.
Y la fórmula más apropiada para evitar una salida militar
consistiría en una iniciativa de los países no alineados que
preste a las tropas de Irak una cobertura para su retirada del
Kuwait sin hacerlo obligadas por la presión armada directa de
las grandes potencias, cuyo retorno a la región envuelve un
evidente retroceso histórico. (IPS)
* Celso Furtado, economista y escritor brasileño, fue ministro
de Planificación Económica (1963-64) y de Cultura (1986-88).
(A-4).