DIOS NOS LIBRE DE SUS SIERVOS, por José Sánchez Parga
Quito. 23. 10. 90. (Opinión). En árabe, como en hebreo (Âdos
lenguas tan hermanas!), Abdala o Abd-el significa "siervo" y no
"enviado", Y no se necesita ser tan weberiano como Weber,
para descubrir en toda la tramoya del servilismo populista,
que orquestó el 7 de octubre el aterrizaje de Bucaram en el
Guasmo, la misma morfologÃa polÃtica de dominación, que
caracterizó siempre los gobiernos totalitarios desde el
nazismo de Hitler hasta nuestros dÃas.
Un rasgo común de este fenómeno es un culto del lÃder,
teatralizado con gesticulaciones que pueden parecer grotescas,
pero que tienen efectos hipnóticos en las masas. Relacionado
con esto, encontramos también la necesidad de producir grandes
escenarios, donde las mismas masas que asisten al show pueden
enardecerse y conmoverse, tanto en sus adhesiones e
identificaciones con el lÃder, como en esa inmersión colectiva
de emociones y paroxismos, que de manera muy similar
sobrecogen al público de una final de fútbol en el estadio de
Barcelona, en el Maracaná, o en una gran concentración
callejera. Este mismo baño de multitudes organizaron Franco,
Mussolini y Hitler.
Otro elemento imprescindible es lo religioso y el recurso a
Dios. La instrumentalización de un asunto tan privado como la
religión, a estas alturas de la historia, conlleva
inevitablemente una forma de coerción y represión, que supone
siempre una vuelta a los fundamentalismos, a la substitución
de una carencia, y en definitiva a un subterfugio que
enmascara los fracasos del laicismo, tanto de lo civil como de
lo nacional. Nunca fue la religión un sistema de gobierno, y
gobernar religiosamente condujo siempre a los peores
totalitarismos. Y religiosos son también la caracterización
del lÃder como un "enviado de Dios", el mesianismo de promesas
y castigos que anuncian su llegada, y esa moralización
terrorista de la realidad, toda ella dividida entre "el bien
y el mal".
Encontramos por último ese otro tópico de los antagonismos
fanáticamente azuzados entre arios y judÃos, ricos y pobres,
rojos y azules, los de arriba y los de abajo, de izquierda y
de derecha, etc., los cuales no tienen otro objeto que el de
generar un adversario fantasmal, unas solidaridades e
identidades más ilusorias y circunstanciales que socialmente
eficaces, y que más allá de excitar furores en la sociedad no
representan más que una rotunda negación al más elemental
proyecto democrático.
Fenómenos y acontecimientos como el revelado por las imágenes
del 7 de octubre en el Guasmo tienen mucho de inquietantes y
hasta algo de aterrador. A nadie puede pasar por alto la
relación entre aquel montaje escénico de protagonistas y
comparsas y el episodio sangriento que ofreció el Congreso la
misma semana. Ya que al lÃder del PRE no lo trajo un
helicóptero al paÃs sino la mayorÃa parlamentaria del 10 de
agosto, conducida por Averroes Bucaram presidente del
Congreso.
Quedarse, sin embargo, con la percepción de una misma
irracionalidad en ambas situaciones, es cerrarse a toda
posible explicación; ya que nada humano y social puede ser
tachado de irracional. Pero las explicaciones, todavÃa
insuficientes, no bastan. Y mientras no agotemos las razones
que dan cuenta de lo que sucede en este paÃs, tendrÃamos que
darle la vuelta a nuestras obsesiones y dejar de
escandalizarnos o avergonzarnos hipócritamente: Abdalá no es
un cuerpo extraño a nuestra sociedad, y el fenómeno del
populismo nada tiene de fortuito en la historia socio-polÃtica
y económica de todos nuestros gobiernos.
Estado y sociedad civil, súbditos y autoridades, relaciones en
la familia y en la escuela, entre clases y etnias, los medios
de comunicación y sus consumidores de mensajes, toda esta
microfÃsica del poder y de las desigualdades, que condimenta
cotidianamente el caldo de la pobreza y marginalidad, es lo
que contribuye a ir deshaciendo este paÃs, que nunca ha
llegado a hacerse completamente, y a hostigar una democracia
sólo instalada en su más frágil formalidad. (A-4).