EL CUENTO DE LOS INDEPENDIENTES, por Felipe Burbano de Lara
Quito. 30.10.90. (Opinión). Una de las cosas que caracteriza a
los ecuatorianos es una cierta capacidad para imaginar
soluciones casi mágicas de los problemas. Esa debe ser una de
las razones que explica nuestra historia populista, y debe
ser, también, lo que explica que ahora vuelva a plantearse el
tema de los "independientes" como salida a la crisis de los
partidos polÃticos. Alrededor del tema de los "independientes"
y de su participación en polÃtica hay mucha tela por cortar y
mucho que objetar.
Es evidente, en quienes lo plantean, un cierto deseo por
retornar a formas elitistas de dirección polÃtica. Detrás de
los "independientes" aparecen las "inteligencias más
brillantes" de este paÃs, las figuras patriarcales que
permanecen al margen de la polÃtica, convertida, por obra y
gracia de los partidos, no en un juego caballeresco y noble,
sino en un juego sucio.
Una postura elitista y además tradicional, porque la defensa
de los "independientes" supone la existencia de "personas"
dotadas de cualidades que no se las puede encontrar en los
partidos, o que han sido desvirtuadas por los partidos.
Elitista, tradicional y además individualista, porque el
fracaso de los partidos es el fracaso de la sociedad en su
empeño por encontrar formas colectivas de acción. De
construir, a través de esos espacios, identidades comunes, que
permitan a la sociedad definir en conjunto un camino, elegir
un camino.
"Se ha dicho" -decÃa Antonio Gramsci- "que el protagonista del
nuevo prÃncipe no puede ser en la época moderna un héroe
personal sino que debe ser el partido".
Nada más antidemocrático que la polÃtica tradicional,
encomendada a los conciliábulos de notables, personajes
venerables y sabios, en quienes a de confiar la sociedad y a
quienes a de seguir. Pequeños héroes personales a los se
confÃa la conducción del paÃs.
Pero ciertamente que hoy los partidos ecuatorianos están en
crisis. Los ciudadanos no se sienten representados por ellos.
En lugar de ser espacios amplios de participación, en donde se
democratice la polÃtica, se han vueltos propiedad de ciertas
cúpulas. También es verdad que alrededor de los partidos se
han creado nuevas clientelas. Las clientelas son producto del
poder alcanzado por los partidos. Un poder que se expresa en
una cierta capacidad para hacer favores, para intercambiar
favores con sus posibles simpatizantes. El Congreso no es,
como se cree, el lugar para debatir los temas del paÃs. Es el
lugar desde donde los partidos hacen favores.
Los partidos también han cerrado espacio a otras formas de
participación polÃtica. Les mueve un cierto espÃritu
policÃaco, que les lleva a querer controlar todo. Impiden, por
eso, expresiones polÃticas que no pasen a través de sus redes.
No las reconocen y cuando se dan, se lanzan a controlarlas.
¿Cuánto han fragmanetado los partidos las organizaciones
laborales, estudiantiles, barriales, populares? Todo un juego
de chantajes, a veces organizado desde el mismo Estado, para
ganar su adhesión. Ha sido una pelea de cuadra en cuadra, de
asamblea en asamblea, de ofrecimiento en ofrecimiento.
También los partidos se han distanciado de la sociedad. Eso se
vio claramente cuando estalló el movimiento indÃgena. Ni una
palabra, ni una propuesta, ni una iniciativa, que no sea la
clientelar, la oportunista. Tampoco han sido impulsores de
nuevas prácticas. Al contrario, se han visto penetrados y
desvirtuados pequeños caudillos, por el populismo, el
mesianismo, y a veces, en los más modernos, por la torpeza de
su discurso, incapaz de suscitar.
Todo esto es cierto, lamentable y preocupante, pero de ahà a
pensar que los "independientes" serán los que salven al paÃs,
hay una gran distancia. Es necesario, sÃ, romper el monopolio
de los partidos, pero a través de otras formas colectivas de
participación y acción polÃtica, menos formales, menos
burocráticas, menos ambiciosas. ¿Será posible? (A-4).