Nueva York. 31.10.90. (Editorial) En el Departamento de Estado
hay gran curiosidad por saber qué papel jugaban 21
especialistas en la industria de armamentos -entre ellos
algunos con vasta experiencia en el desarrollo nuclear- que
trataban de pasar desapercibidos entre los 300 brasileños,
casi todos empleados de empresas contratistas de grandes obras
públicas, que pugnaban por conseguir visados de salida de
Irak.

La relación comercial entre ambos países era intensa, y el
acatamiento del bloqueo se traduce en pérdidas significativas
para las empresas brasileñas y para el normal abastecimiento
petrolero del país latinoamericano.

Brasil produce casi 600.000 barriles diarios, pero su alto
consumo interno lo obliga a importar un promedio de 500.000
barriles diarios (130.000 barriles diarios provenían de Irak y
30.000 de Kuwait). Las ventas brasileñas al país del Medio
Oriente incluían alimentos, automóviles, construcciones de
obras públicas, y también armas.

Vehículos blindados, municiones, y armas ligeras fueron los
rubros más usuales colocados por la industria bélica brasileña
desde mediados de la década del 70. En 1981 se dijo -aunque
nunca fue admitido o probado- que los brasileños habían
vendido uranio enriquecido para el reactor atómico en
construcción, destruido totalmente meses después por un eficaz
bombardeo de la aviación israelí.

Según los datos recogidos por la inteligencia estadounidense,
la mayoría de los expertos en armamentos, eran ex oficiales de
la Fuerza Aérea brasileña que habían participado en el
desarrollo de los misiles Piranha.

El Mosad israelí denunció que buena parte de la capacidad
misilística de Bagdad se debía al proyecto Cóndor,
desarrollado por los argentinos -en colaboración con Egipto e
Irak- y al aporte de la tecnología brasileña en cohetes de
alcance medio.

Argentina suspendió el proyecto Cóndor hace varios años. Pero
Brasil ha seguido trabajando intensamente en su programa. El
esfuerzo central se orientaba a contar con un misil de largo
alcance capaz de poner en órbita los satélites artificiales
que se proyecta lanzar en los próximos años.

Si bien el gobierno de Collor de Mello ha hecho lo posible por
tomar distancia, la versión complica las relaciones de Brasil
con Estados Unidos, y puede paralizar el programa espacial
brasileño ya que existe fuerte presión del Pentágono para
impedir que el país cuente con esta tecnología, que en
definitiva posibilitaría el lanzamiento de misiles
intercontinentales, de largo alcance. Una posibilidad que
aterra a EEUU es que, por un medio u otro, Hussein cuente con
este terrible poder al alcance de la mano.

Para desarrollar un misil de estas características, Brasil
debe contar con una supercomputadora -que por ahora solo
pueden proveer EEUU o Japón -capaz de realizar millones de
operaciones matemáticas por segundo y de solucionar los más
complejos problemas científicos y de diseño de estos misiles.
Tras varios años de inútiles gestiones, los brasileños habían
obtenido hace unos meses la autorización para importar una de
estas supercomputadoras estadounidenses. El permiso fue ya
revocado.

En poco tiempo más esta prohibición será superflua: la nueva
posibilidad de utilizar microchips -disponibles para todo el
mundo- en tandem, en computadoras denominadas "procesadoras
paralelas", permite una colosal multiplicación de la velocidad
de procesamiento de datos. La misma ventaja que hasta ahora
solo tenían las supercomputadoras.

En agosto, el gobierno estadounidense autorizó la venta a
Brasil de las cápsulas o camisas de los misiles que requiere
el programa espacial brasileño. La crisis del Golfo Pérsico
provocó la suspensión inmediata del embarque de esos
materiales.

Los motores del cohete Viking utilizado por los franceses para
poner en órbita satélites desde el centro espacial de Guayana,
son precisamente los que requiere Brasil. Un consorcio de
empresas francesas, alemanas, suecas y belgas se comprometió a
transferir esta tecnología a Brasil. (A cambio, los
brasileños encargan el lanzamiento de sus próximos satélites
al programa francés Ariane).

El Pentágono y el Departamento de Estado presionan ahora a los
aliados europeos para que interrumpan toda asistencia técnica
a los brasileños.

La relación entre EE.UU. y Brasil se encuentra en una de sus
etapas más críticas. Washington quiere que se cumpla lo
acordado en 1987 en el Régimen de Control Tecnológico sobre
Misiles, firmado por los siete grandes productores mundiales
aliados, para impedir la transferencia de esta vital
tecnología a países del Tercer Mundo. (ALA) (A-4)
EXPLORED
en Ciudad Nueva York

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