NUESTRO AGUSTIN CUEVA. Por Abdón Ubidia
Quito. 07.06.92. Lo que sigue no es el ensayo erudito y
riguroso que merece la obra de Agustín Cueva. No faltarán
estudiosos que lo trabajen con dedicación. Lo que sigue
apenas quiere ser un testimonio, cálido y veraz de lo que
Agustín es y ha sido, para nuestra generación, por casi tres
décadas. Porque nosotros, los intelectuales que no hemos
dejado de reconocernos, a pesar de estos tiempos
conservadores, en las proclamas y las tesis de los años
sesentas, que, por cierto, datan de mucho tiempo atrás (pues
se activan y adormecen periódicamente conforme a precisos
ritmos históricos), hemos visto, sin duda, en el más brillante
de los ensayistas ecuatorianos, un líder nato del talento, un
capitán espiritual, siempre avanzado y honesto.
Pero habría que empezar por el principio: en los tiempos que
Agustín Cueva se dio a conocer al gran público con sus ensayos
sobre la realidad nacional y, por supuesto, con sus charlas y
conferencias en los medios universitarios. Eran, como se ha
dicho, los años sesentas. América Latina asomaba ante los
ojos del mundo como el continente de la esperanza. El
fantasma de la revolución la recorría por entero. Cuba, el
Che, cien comandantes célebres trataban de asaltar el cielo.
Es decir, de transformar la tierra. "Cambiar la sociedad y
cambiar la vida", era la consigna. Pero esos vientos
libertarios utópicos dicen ahora, no eran solo sueños
americanos. Un huracán de propuestas radicales estremecían,
en verdad, el mundo entero: las luchas anticolonialistas del
Africa, las luchas de los negros en USA (los Black powers);
los hippies que rehusaban los chantajes de la sociedad
consumista, los movimientos pacifistas, feministas y de las
minorías postergadas; las guerras populares del Sudeste
asiático; la teología de la liberación, el mismo papa Juan
XXIII y el Concilio Vaticano Segundo; tantos y tantos sucesos
históricos signados por la conciencia del cambio y la búsqueda
de la justicia.
En ese contexto, diverso y unitario a un tiempo, muchos se
perdieron. Sea en cánticos desaforados e ingenuos; sea en
izquierdismos que, a la postre, lo único que lograron fue
dividir la izquierda. Hacía falta una voz lúcida que señalara
bien cuál era la realidad que había que cambiar, contra qué
debíamos votar en contra. Esa voz fue la de Agustín Cueva.
CONTRA LA COLONIA
En la mejor tradición de Mariátegui, Agustín se propuso
estudios varios acerca de nuestra realidad. El enorme peso
feudal de la Colonia, sus oscuras herencias, denunciados antes
por la literatura de los años treintas y, hacia finales de los
cincuentas, súbitamente revaluados por las grandes vacas
sagradas de entonces, fueron señalados por Agustín, como los
grandes culpables, en duros y brillantes ensayos publicados,
en principio, en Indoamérica, la revista que dirigió con
Fernando Tinajero; también en Pucuna, la revista de los
Tzántzicos, y desde luego en las innumerables charlas del Café
77, y en los distintos foros universitarios y sindicales.
Recién venido de Francia, dueño de una formación académica
admirable, combinaba el joven Agustín Cueva, un agudo talento,
unas maneras ciertamente finas y, de otro lado, una fuerza
interior que prefiguraba ya su estilo de siempre: el uso de
ejemplos concretos, precisos y contundentes, que respaldaban
cada una de sus afirmaciones, y desarmaban a sus adversarios.
Por todo ello fue, de un modo natural, el presidente de la
Asociación de Escritores Jóvenes, que cobijó a algunos de los
aquí presentes, en esos ardientes años.
En 1967, algunos de sus ensayos fueron recogidos en su primer
gran libro:" Entre la Ira y la Esperanza".
Obra de gran fortuna, mención indispensable para quien reseñe
el ensayo ecuatoriano, audaz, irreverente, apasionada,
publicada en ediciones ya incontables, fue para nuestra
generación, un grito de guerra y una advertencia: el pasado
impregnaba el presente, lo contaminaba y pervertía; la Colonia
renacía de entre sus propias cenizas y se encarnaba en los
sombríos personajes que la añoraban. Aquello debía terminar
de una vez por todas. Un Basta! inequívoco, brotaba de esas
páginas luminosas, claras, que decían lo suyo con un estilo
austero y directo, impecable, bien trabajado y lúcido en su
fluida elegancia.
Que esa verdad pudo no ser "la verdad" única e inmutable, está
fuera de discusión. Aquella era "una", "nuestra" verdad, con
fecha y circunstancias precisas, relativa como todo lo que a
la verdad respecta. Con el correr del tiempo, algunos de
nosotros, y en primer lugar el propio Agustín, hemos repensado
algunas de sus afirmaciones y las hemos encontrado al menos
apasionadas. No importa: en tiempo de urgencia e insurgencia
no cuentan las precisiones: cuenta la actitud; cuentan los
actos. Y la actitud que transparentaba "Entre la ira y la
Esperanza", había una verdad profunda, irrebatible que
avasallaba cualquier juicio particular y parcializado;
cualquier apresuramiento o aparente falta de rigor.
UNA BRUJULA CERTERA
¿Fue ese libro primordial, nada más que un síntoma de que el
país de entonces, franciscano y conventual, semifeudal,
atrasado y cavernario, estaba en vísperas de acabarse para
siempre? ¿Fue Agustín apenas el heraldo de una catástrofe
inevitable? ¿O contribuyó, en la medida de su alcance y
posibilidades a apresurar su fin? Una cosa es cierta: a
partir de "Entre la ira y la esperanza", en el discurso
intelectual ecuatoriano, desaparecieron y ojalá que para
siempre, las añoranzas a los tiempos coloniales que escritores
como Gonzalo Zaldumbide nunca pudieron ocultar debidamente.
Con ese libro empezó la carrera fulgurante de Agustín, que se
afirmó, de una manera incontrastable, con "El proceso de
dominación política en el Ecuador".
A partir de entonces, profesor y visitante de muchas
universidades de nuestro continente, Agustín Cueva pasó a ser,
a más de ecuatoriano, un latinoamericano lúcido que siempre
tuvo la palabra justa, la réplica oportuna y el análisis
riguroso, en cada uno de los difíciles momentos que la
historia latinoamericana nos ha deparado, sobre todo en los
últimos tiempos.
Entre mis colegas de generación, en el continente, e incluso
más allá, porque las obras de Agustín Cueva han sido
traducidas a varios idiomas -aún al japonés-, habrá muchos que
puedan decir juicios menos desatinados que los míos, al
respecto del conjunto de su obra. Pues libros fundamentales
como "El desarrollo del capitalismo en América Latina",
América Latina en la frontera de los 90", "Las democracias
restringidas de América Latina", "La teoría Marxista", son
verdaderas joyas del rigor y la honestidad intelectuales. Yo
prefiero volver sobre la figura que los hizo ser, sobre el
hombre que hoy homenajeamos.
Entonces diré que en el plano personal y del grupo de amigos
suyos, Agustín es una pieza imprescindible en nuestro mundo de
escritores: una brújula certera, un guía necesario, el mejor
de nosotros, el más calificado para pensar el arduo presente y
decirnos un apalabra esclarecedora sobre él. ¿En cuál de los
temas que, por turno, nos obsedieron, no estuvo primero
Agustín Cueva con su opinión decidida y clara? Porque no nos
cansaremos de decir y repetir que mientras muchos sociólogos
se encerraban en un lenguaje críptico, oscuro, digno de los
claustros a los que servían, y que, a duras penas, barroquismo
de por medio, les ayudaba a ocultar mejor el vacío o la
pequeñez puntual de sus preocupaciones, Agustín Cueva nunca
perdió su claridad, su diáfana claridad, o mejor, la claridad
de su extraordinario talento.
Muchos fueron y son sus temas y los nuestros: la Colonia, el
mestizaje, la cultura nacional, el arte, la literatura, la
política, la sociedad, el imperialismo, los procesos de
liberación, la crisis, el conservadorismo de la era Reagan
¿cuántos temas más del pasado, del presente, del incierto
porvenir, no ocuparon y ocupan (como puede verse en las
luminosas páginas de su trabajo más reciente: "América Latina:
el neoliberalismo sin rostro humano) su privilegiada mente?
DOS OBSESIONES
Pero esa obra suya, caleidoscópica, totalizante, que mira
hacia muchas partes sin perder jamás su centro, ha sido
construida, paso a paso, como un gran edificio hecho para
perdurar. Dos obsesiones la cimentan: la comprensión de la
realidad -es decir su diagnóstico-, y un afán justiciero y
transformador. Muy pocas obras de nuestra historia reciente
se habrán mantenido tan fieles a sí mismas, proponiendo
siempre, repensándose y corrigiéndose, indagando nuevas
perspectivas, en un firme movimiento en espiral que se
ensancha tanto en la posibilidad de captar realidades más
vastas, cuanto en los medios teóricos empleados para que ello
sea posible.
No faltarán quienes encuentren, en estos tiempos calificados
de posmodernos, la coherencia, fidelidad, honestidad, o como
quiera llamarse al apego de Agustín Cueva a las categorías
marxistas, como un lastre anacrónico que poco tiene que decir
en los momentos en que el "socialismo real" de los países del
Este, se ha hundido y la propia URSS ya no existe. Quienes
así piensen fallarán desde la base misma de sus precarias
ideas. Principiando por el hecho de que la obra de Agustín
tiene un sujeto cierto: América Latina, el continente cada vez
más sumido en el tercer mundo, y, como dice el propio Agustín,
"literalmente retrotraído a los tiempos del cólera", y en
donde resulta por lo menos irónico hablar de posmodernidad,
cuando las más elementales conquistas de la modernidad son
sueños lejanos.
De modo que más allá de la clara ideología de Agustín Cueva,
su obra -a pesar o mediante ella-, se propone una meta y la
consigue: mostrarnos a nosotros mismos, inmersos en una
totalidad injusta que nos constriñe y condena y cuyos perfiles
son del todo precisable.
Eso por otra parte. Por otra ¿quién ha dicho que ese espíritu
de los años sesentas, que invocamos al comienzo, y que se
afirma y despliega en la obra de nuestro autor, hay sido
condenado a una derrota irremisible? Aquello no es verdad.
En principio, por el hecho de que revolución y reforma no son
términos antitéticos sino complementarios, y la prueba es que
toda revolución, acarrea, en otras latitudes, por un natural
efecto de réplica, una cola de reformas que terminan por
afirmar unas cuantas conquistas irrecusables. Y algo similar
pasa incluso con las propuestas radicales que no lograron
plasmarse en una realidad concreta y definitiva: es cierto que
los panteras negras, de un lado, y Martin Luther King, de
otro, fueron eliminados del escenario de USA, pero la
situación actual de los negros norteamericanos no es la misma
que la de hace 30 años, cuando los linchaban impunemente por
el solo hecho de asistir a los sitios reservados a los
blancos. Lo mismo pasa, en otros campos, con la situación de
la mujer, de las minorías, y ya en el ámbito continental, con
el nivel de concientización que han logrado los pueblos
indígenas, prestos ahora a defender sus derechos: a pesar de
todo, algo ha cambiado en el mundo.
Nunca nos cansaremos de repetir aquella frase con la que
Herbert Marcuse terminó "El hombre Unidimensional": "Es solo
gracias a la desesperanza que nos ha sido dada la esperanza".
El brillante trabajo de Agustín Cueva, hecho a lo largo de
tantos años y que, ahora, tan superficialmente hemos
recordado, parece corroborar esa afirmación: todos nosotros
tenemos una clara conciencia de que "Los tiempos
conservadores" empiezan a tocar fondo. Porque no solo que no
han resuelto los problemas del mundo sino que los han
agravado. En este contexto, como siempre, la obra de Agustín
Cueva nos resulta, pues, indispensable.
*Texto leído, en Guayaquil, en las Jornadas de homenaje a
Agustín Cueva.
en
Explored
Ciudad N/D
Publicado el 07/Junio/1992 | 00:00