PASILLO DOÃA PETITA PONTON. Por Wilma Granda Noboa
Quito. 21.06.92. Como los avaros que se solazan contemplando
el brillo de sus joyas o los mendigos que cargan su casa a
cuestas y, derrepente, por sofocar soledades, recuentan los
cartones que tienen para su techo o desarrugan el plástico que
les cubrirá los pies. AsÃ, me siento yo con lo que guardo en
dos canastas de mimbre. Aquello alterna siestas de sapo
lluvioso, mas, de improviso -sin esperar el beso de la
princesa, porque en mi casa no hay tal, máximo el de una
mariangula glotona- llama croando un chispeante soliloquio.
Me ocurre cada vez con la información recogida sobre un tipo
de canción, el pasillo ecuatoriano. Desplegados en canasta y
a mi espontánea avidez: documentos, pautas, fichas o cassetes
y profanos laberintos borroneados entre cigarrillos y ajos.
El humor de ajos aflora, cuando el pensum más santo de todos
los ateos, dictamina que "aunque el pasillo no sea
prolijamente polÃtico o poético de vanguardia", debo referirme
a él desde la concepción "correcta". Lo cierto es que, entre
aquel condicionado maremagnum y mi odorÃfero instinto, hace
mucho se extravió el objeto teórico.
Sin embargo, hoy puedo expresar que, aparte de perder turno
-sin pared y sin pelota- en el juego del 00A y en el de las
potestades polÃtico-culturales, preciso no querer techo ni
piso de categorÃas invictas para el análisis. Pues, mis
pasillos aguardan el genuino, aunque ocasional, rechinar de
mis dientes sobre sus coberturas de mimbre. Ellos y yo
preferimos evitar la bulla de castañuelas rÃgidas y ajenas.
Por lo pronto, como una aproximación subjetiva y necesaria,
empiezo con una canción que me inició en la apropiada del
mundo. Hoy que la recuperé en pautas y voz gastada, me enteré
que era un pasillo: Doña Petita Pontón.
Pese a su ritmo ligero -no lento- como los otros pasillos,
cuando oÃa Doña Peta, siempre me descubrÃa con pucheros de
gemir ante los vidrios de una mampara. Rutina de simio-cisne,
me convertà en bailadora, entre el placer y la pérdida,
colgando mi sombra bajo el zapato o, acaso, sobre una olla de
bronce negro para marcarme la frente.
Pregunta clave en el hombre que ve culminar el siglo XX, la
unidad sentimiento-razón pretendo, consumando este infantazgo,
demostrar la magnitud sugerente de esa relación y oponerme, a
cualquier insinuación de mudez arrasada para quien vive con
ella. Además, los sentimientos -como los polÃticos saben-
igual que en la alta economÃa, se consumen, se ahorran o se
despilfarran. Si no, me preguntarÃa, cómo votan los electores
desde que tengo memoria?... Razonan casi gritando o
viceversa... Igual, cómo los hierve el rostro, cuando sin
darnos cuenta tropezamos con la misma piedra y, por no pasar
vergüenzas, balbuceamos la compostura diciendo "casi me caigo"
mientras el cuerpo y el piso se bambolean ridÃculos...? Los
sentimientos nos surten de palabras y algunas no tan decentes,
aunque -insisto- son el único lenguaje vivo. Yo, nada más lo
sobo, es decir, lo suavizo a fuerza de manosearlo.
RECUERDERO
Cuando tuve un año de edad, creo que me abrÃa el pecho por
empujar con la lengua, entre las redondeces aún vacÃas de mi
encÃa, una palabra -supongo- que expresara mi deseo de que
canten otra vez la canción que me producÃa tristeza. Debe
haberles convencido mi esforzado trajinar idiomático pues,
siempre habÃa repetición y era cuando más me gustaba. Hasta
que ellos se cansaban... En aquella época, del texto de Doña
Peta yo no entendÃa nada, solo sonidos de "CH" dibujados en la
boca de mi abuela y en el piano de mi madre. Acompasados
cantos gordos de seno que me olÃan a cuchara.
Posteriormente, cuando lograba decir mi edad en los dedos de
una mano, no sé por qué asociación de sibarita, el texto me
denunciaba que a un solo señor querÃan convertirlo en una
salchicha. (Ya habÃa oÃdo hablar del toro de Manolete, vi un
retrato con bocas abiertas y sangrantes en los brazos de un
tal GarcÃa Moreno o el despellejamiento del General Alfaro.
La tesis de Zazá, mujer prohibida y guardada en un libro por
mi abuelo. Aquella bufanda dura que cubrÃa la boca del vecino
picapedrero quien, permanecÃa en cuclillas esperando que
anochezcan las limosnas, cuando decÃan que trabajó y no comÃa,
solo el polvo, en una cantera mal llamada la Libertad).
Mientras tanto, en mi oÃdo de caverna, Doña Peta -tamborera-
entraba y salÃa a voluntad compartida. Todo me la provocaba.
VivÃamos ella y yo, arrinconadas, desdentadas y sin pelo, con
un calendario inventado. Igual lucÃa el ochocientos ochenta o
el novecientos cincuenta y seis, amañado en su canción. solo
entonces, mi enorme e inmensa cara, pegada encima de mÃ, los
vellos de mi antebrazo y el cuero de mis zapatos oscilaban
erizados percibiendo todo el ancho de sus poros.
Sin el magÃn y la paciencia de ella confieso que, muchas
veces, me encontré desembocada. Respecto al señor-salchicha
compadecida intuÃa, al fin, si nos lo hicieran a todos, pero,
se me agarrotaba el cuello por pensar desazonada que, justo en
mÃ, se les iba a olvidar condimentarme con sal. Hasta allÃ
avanzaba mi ceñuda cavilación.
PASILLOMANIA
Desde allÃ, contradictoria, mi costumbre de indagar en lo que
no es visible. Intentando descifrar diálogos sordos
articulados por protagonistas de pasillos etéreos o de
canciones tristes, construà un santiguadero de fichas con
pasillos de pedrerÃa lujosa o de crudo develamiento a la
muerte y todos pasan por allà persignando su convicción de
saberse en desacato a la suerte. Aunque parecerÃan ajenos al
olor de los trabajos fuertes, se convirtieron para mà en
metáfora de lo social, como retórica pose de chulla-levita
cuyos postizos y corbatÃn han reñido constantemente con la
experiencia del calcetÃn deshilado.
Coincidencialmente, registré un documento de Carlos Aguilar
Vásquez quien menciona que, a fines del siglo XIX, uno de los
primeros pasillos oÃdos en Quito fue el famoso Chepa Ponton.
Tan aclimatado estarÃa este pasillo que, aquÃ, se le cambió el
nombre por un pudoroso Doña Petita Ponton -aquel de mis
infantazgos-. Asà se habrÃa iniciado la "buena manera" de
evitar un lenguaje de cuerpo o alguna connotación "lujuriosa"
para textos de pasillos. Todo esto, en la óptica de un
disciplinamiento social impuesto por la necesidad de
modernizar o "civilizar" la sensibilidad "casi bárbara" de la
época. Este fenómeno, en la música ecuatoriana, encontró su
mejor chivo expiatorio y hasta hoy, la valoración de nuestra
música sobrevive confrontada a cánones estéticos universales.
Es decir, a los cultos o "eruditos" y al arrebato mercantil de
lo extranjero, aunque sea malo.
La música nacional, en todo el siglo XX, se ha sentido
malsonante en boca de los que plegan solo a aquella que no les
huela a propia. Especialmente el pasillo, vÃctima centenaria
de una paradoja: el insulto aleve o la lÃrica defensa.
Volviendo al antiguo y anónimo pasillo, los referentes
"inmorales" de su nombre original, Chepa, discurrirÃan, según
el Léxico Sexual Ecuatoriano, entre la mención despectiva de
vulva femenina o la denominación vulgar de una prostituta.
Además, del cariñoso hipocorÃstico para las Josefinas.
Doña Petita se inscribe como un pasillo de reto, parecido al
amorfino montuvio. En su texto se evidencian tres voces: Doña
Peta, Tiburcio Simplón (marido del que -suponemos- ella se
quiere "deshacer") y, un coro con estribillo que alude al
chisme y control social cuestionando las audacias seductoras
de la Peta. Entre lÃneas, se expresarÃa un cuarto personaje
que, en realidad, resulta el tercero en ciernes para un
triángulo amoroso -el galán quejumbroso por asedios femeninos.
El texto de Doña Peta es una perla rara, no solo por su
antigüedad, con términos que ya no se usan: Retrechero, aquel
especimen al que le gusta la fiesta al aire libre. MagÃn por
cordura o imaginación, tal vez. Zamarrear como sÃmil del
sacudón necesario al esposo que vivÃa de simplón. Sino
también por su música, alegre y en contrapunto. (Sigo sin
entender por qué a mà me ponÃa triste).
La oportunidad se pinta calva al hablar de este pasillo, pues,
por primera y casi única vez, la mujer no es, como en los
pasillos posteriores: pura, ideal, madre o traidora, causa de
todos los sufrimientos del hombre. En ese vital ejercicio
masculino (la totalidad de pasillos son creados por hombres)
de obviar la desigual relación -incluso sentimental- entre
varones y féminas, en la vida real. Consintiendo, eso sÃ, que
en las canciones ellas sean objeto de mención sublimada.`
Doña Peta no espera como Penélope la llegada del amado, sino,
busca conquistar al hombre -pese al chisme-. El galán
seductor y todo, ni se fija que la Peta anda tambaleante y
desdentada (ojalá que por vejez a fin de subvertir los
gustos). Lo más importante del texto es, el hecho de iniciar
lejos del anonimato -con nombre y apellido- lo que algunas
mujeres intentan (o les corresponde) un siglo después,
"quedarse siempre solitas" como contrafobia a compañÃas que
asfixian.
SENTIMENTOLOGIA
Distante de cualquier facultad implÃcita de lo femenino en
este pasillo o, de algún parecido que sea mera coincidencia,
lo que pretende expresar es que, pese a quien le pese, los
otros millares de pasillos, o al menos uno, constituye para un
gran sector de ecuatorianos una forma particular y
homogenizada de expresar sus sentimientos. Sentimientos que
nos vienen condicionados socialmente y que, como el vestuario,
se imponen o pasan de moda.
Los sentimientos pertenecen a cada etapa histórica y a cada
estrato social, pues, están relacionados con la tarea que
desempeñamos en la sociedad. AsÃ, no es lo mismo oficiar de
bruja durante la Inquisición que ahora leer el tarot para
damas o polÃticos. O también, ser poeta decapitado que
decapitador. En lo que nos es común, diremos que actualmente
existirÃan sentimientos de policÃa o heladero (casi siempre
tienen sed). De poeta o reina de belleza (son divas sin voz
cuando lucen bikini). De empleada doméstica o chofer (ambos
padecen estropeo de riñones o de hÃgado). De dueño de
funeraria a analista programador (tiene la fijación de
encajonarnos). O, más complejamente, de técnico deportivo con
proyección polÃtica y ansias de boxeador o teros (aquà no
sabrÃa que sienten pues me da soponcio el fútbol o el
ejercicio fÃsico). Lo único democrático para los sentimientos
es que todos los tenemos, excepto aquellos, cuya capacidad
cerebral no se encuentra en expansión.
Yo, para soliviantar los mÃos, aunque los sapientes me
nieguen, sigo cantando a la Peta. Ella me enseñó a solfear
cuando algo me producÃa escozor en las encÃas y, ahora
entiendo... Era a ella, a la Peta y no al señor de mi razonado
sentimiento infantil, a quien iban a ensalchichar y, luego
frita, arrojarla a las fauces de algún can que vague por el
zaguán. El chisme, señor, el chisme.
CONCLUSIONES EMBUTIDAS:
En 1880 la Peta optó por argumentar las discusiones de género,
hoy en el 92 (quinientos años no es nada en el vasto tema)
podrÃamos elegir, otra vez, recuperarnos del susto. El único
requisito, en desacato a la rabia, es silbar con tono adecuado
la canción que nos agrade. Allà sà no hay voces neutras, o lo
escuchamos o no. Dispondremos del ámbito en el que nos
sentimos más libres: la música. O nos gusta o no nos gusta.
Sin embargo, dedicado a los señores y señora-salchichas a
quienes, el tema anterior les disguste, tengo otro pasillo
-sÃntesis que es de mis favoritos:
" Ah ser pueril... ser puro... ser canoro..."
Es decir, vivir vida de inocentes-sagaces y solo cuando nos
obliguen a ser adultos-tenaces recurrir a una verdad
perspicaz: "yo no sé lo que no sé".
PASILLO DOÃA PETITA PONTON
(Pasillo anónimo 1880-1890)
Investigación:Wilma Granda
Recuperación musical: Lidia Noboa
- Una señora Petita Pontón,
una mujer de Don tiburcio Simplón,
ya no tiene dientes se anda tambaleando,
pidiendo que yo le quiera asÃ.
- Ay señora callé, calle, calle,
no me diga por Dios,
se me descompone el magÃn,
la paciencia sale de mÃ. (bis).
- Qué haré con este avechucho, bribón,
tan simplón y destemplado, tambor
Que le zamarreara a Don Tiburcio
para quedarme siempre solita yo.
- Ay señora callé, calle, calle... (bis)
-Usted que es tan retrechero y galán
a cuántas no habrá embaucado en su red
Qué de tiburones y de tintoreras
no se encontrarán ahà también.
- Ay señora callé, calle, calle... (bis)
en
Explored
Ciudad N/D
Publicado el 21/Junio/1992 | 00:00