Quito (Ecuador). 11 feb 96. (Editorial) Si definimos los
comportamientos humanos, a partir de los nombres y los
apellidos, el nombre del alcalde de Santa Fe de Bogotá le
calza como anillo al dedo.

Antanas, por su parecido con antenas, pilas, alerta roja.
Mockus, no por lo de moco, sino por la filiación inglesa con
la palabra Mock que significa burla, sarcasmo.

Recientemente rematrimoniado, Aurelijus Mockus - de origen
lituano, matemático y admirador confeso de la filosofía cínica
-decide escoger un lugar simbólico: el circo de los hermanos
Gasca, por "el carácter itinerario del circo y la manera como
trae fragmentos de otras culturas". Porque el circo es
diversidad de fauna y diversidad cultural ordenada. Y ante la
pregunta sobre porqué le gusta romper con lo tradicional,
antes de su "show" matrimonial, responde: "Por
tradicionalista. A los perros les dan pólvora para que ladren
más, a mí me dieron fragmentos de Grecia, Francia, Lituania,
Israel y Colombia".

Inhabitual, excéntrico, clown, exhibicionista, cualquier
epíteto le ha sido endilgado a este semióloco, autonombrado
Señor Sol, consciente del valor mayor de los signos sobre la
varias veces opaca escala de la realidad.

Los signos excéntricos han acompañado verticalmente a Mockus
en su oficio de hombre público. Cuando era rector de la
Universidad Nacional llegaba bien campante en terno y en
bicicleta; en algunas de las reuniones con directivos
universitarios circuló una puntilla clavada en un empaque de
caucho que, al pasar de mano en mano, significaba que el
problema estaba en las manos de ellos; hasta decidió mostrar
su albo rabo a la turba estudiantil que lo criticaba; el país
político se quedó estupefacto y, simultáneamente, se carcajeó
ante el exabrupto.

Hace algunos días, los taxistas le respondieron con la misma
moneda: varios culos maculados y adiposos mostraban su
descontento.
Para entrevistarse con el entonces presidente Gaviria, Mockus
estrechó la mano del mandatario blandiendo una pequeña espada
de juguete.

Su iconoclastia le ha ganado opositores que critican la
inhabilidad inmediata de sus medidas políticas. Pero el
alcalde responde con otra retórica, la del gesto simbólico, a
la ya manida verbalización de las promesas: acudir a los mimos
para que reeduquen la anarquía de los choferes; reducir el
número de accidentes navideños debido a la pólvora, con la
invitación a inflar condones como si fueran globos.

De su filosofía se desprende la necesidad de imponer la
imaginación sobre el descreimiento, de complementar la
insuficiencia de las medidas "prácticas" con símbolos más
penetrantes. La gente ya no traga entero el extravío de los
gobernantes. Los signos de la política están entrampados de
corrupción y envilecimiento. La cada vez más escasa
participación de los ciudadanos en el acontecer político,
responde a la falta de fe en quienes- sin méritos éticos; pero
con capacidad ilímite para manipular dineros ajenos- se han
arrogado la brújula del bien común.

El caso del alcalde Mokus recuerda la dicotomía platónica
entre el poder y la poesía. Aunque, a despecho de la
desconfianza del pensador griego hacia el poder subversivo de
los vates, Mockus se arrimó al poder por su propia
virtuosidad; no llegó a la alcaldía bajo la bandera estrecha
de un partido. Fue la gente quien percibió la capacidad de
convocatoria de un hombre filosofante que, para recuperar el
ethos de la participación, ha venido abriendo y utilizando el
abanico de los signos delirantes, es decir, de aquellos
significados extraños que se salen de un orden previo, para
reconstruir a la polis, para devolverle su sentido de
comunidad amable y vivible. Su nexo poético reside en la
manera cómo explaya creatividad convertida en hechos. Son los
símbolos quienes lo respaldan y lo avalan como hombre de
estado.

Estos signos políticos dramatizados por Mockus no encajan con
la palabra ornamentada y populista de los políticos
tradicionales. Son representaciones que corresponden a la
polisemia del circo, al teatro arlequinesco, a la creatividad
irreductible del arte encaramado en el abismo del poder.

Antanas Mockus es un anfibio cultural, como él llama a los que
se mueven solventemente en diferentes espacios culturales y
aportan verdad, conocimiento y moralidad. Su programa se
dinamiza dentro de lo imprevisto que cambia las maneras de
hacer y decir. La política, según podemos leer entre líneas de
un comentario suyo a la filosofía de Lyotard, no debe
circunscribirse a la racionalidad medios-fines
unidimensionales. La política es efectiva en la medida de sus
efectos dislocadores: no todo se puede evaluar de antemano. No
todo lo que se planifica asegura su éxito. Hay que dar paso a
la provocación que cambia las reglas y produce un resultado
inesperado pero prometedor.

Mockus,en su búsqueda de nuevos sentidos, implanta una forma
innovadora de ejercicio administrativo: la política de los
signos.

Administrar significa jugar también a las mediaciones
simbólicas. No será la panacea inmediatista; pero, al menos,
es una oportunidad singular para que, los miedosos de bajarnos
los calzoncillos, experimentemos la innovación irónica de las
costumbres, con gestos que combatan a la hedionda ágora de los
politiqueros silvestres.

* Narrador, profesor universitario (Diario HOY) (5A)
EXPLORED
en Autor: Ivan Ulchur -

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