Quito. 29.05.95. La fraseologÃa revolucionaria cubana es rica
en palabras. Por ejemplo, se inventó la del obrero multiuso.
Es decir, polifacético. Hay un antecedente claro: José MartÃ,
el héroe nacional, padre de la independencia, sirve lo mismo
para un roto que para un descosido. No hay cubano que se
precie que no tenga a mano una cita adecuada de Martà para
cada ocasión.
En mis largas correrÃas por Cuba, anoté citas de unos y otros.
Cita el ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Robaina:
"No tendrá el patriotismo puro causa de temor por la dignidad
y suerte futura". Cita el disidente Gustavo Arcos: "La Patria
no es de nadie y si fuera de alguien será sólo en espÃritu".
Cita Fidel Castro: "Cuba no anda de pedigüeña por el mundo".
Me lo citó un chaval de las Juventudes Comunistas en un
poblado perdido de Ciego de Avila: "El entusiasmo no tiene
canas".
Todos utilizan a Martà para apoyar sus argumentos en alguien
que, cien años después, sobrevive al paso del tiempo: Robaina
para defender el futuro revolucionario; Arcos para discutirle
la propiedad de Cuba a los castristas; Fidel para proclamar el
orgullo revolucionario; el chaval de Ciego de Avila para
defender la permanencia del veterano lÃder, Castro.
Todos citan y todos tienen a Martà tras sus espaldas, en sus
despachos más o menos lujosos. Lo tiene Jorge Más Canosa, el
duro del exilio de Miami. Se fotografió de joven Fidel con su
Martà detrás. Y en nombre de Martà organizó el asalto al
Cuartel Moncada en 1953, haciendo coincidir tamaña y loca
aventura con el centenario del nacimiento de quien llaman El
Apóstol y El Maestro. La mÃtica Calle 8 de Miami. el corazón
del anticastrismo, tiene un monumento a la isla y una leyenda
firmada por MartÃ: "La Patria es agonÃa de deber".
El Gobierno norteamericano se apropió de Martà para bautizar
asà su radio y televisión anticastristas. Ante la sencilla
puerta de los centenares de escuelas del paÃs -sin duda uno de
las grandes logros de la Revolución; sÃ, aunque a algunos les
suene a propaganda- hay siempre una estatura de MartÃ, con su
frente despejada, su bigote poblado, su mirada penetrante y,
Âcómo no!, una leyenda que exalta el fervor revolucionario:
"Somos felices aquÃ".
Se celebran los Congresos del Partido Comunista presididos por
gigantescos retratos de Martà y Lenin. Castro tiene las obras
completas de Martà en el dormitorio de invitados del
privadÃsimo Cayo Piedra, donde practica la pesca submarina
y aloja a sus visitantes más distinguidos.
Se tiene, en fin, a Martà vigilando el corazón de La Habana,
encaramado en lo alto de una pirámide en forma de cinco puntas
y que mide nada menos que 112,75 metros en la Plaza de la
Revolución, testigo mudo de tantos avatares.
Y es que MartÃ, ahora que se cumplen los cien años de su
muerte, se revela como uno de los grandes pensadores del
continente americano. Su vigencia es indudable.
Se celebran conferencias en este y el otro lado del charco, a
las que acuden historiadores, escritores, filósofos, como el
mexicano Leopoldo Zea que dice: "Martà sigue estando vigente
porque trata de salvar la identidad americana. integrada por
razas y culturas distintas". Y sentencia: "Los últimos cien
años hemos pasado de una lucha de clases a una lucha de
etnias". Y en estos momentos hay dos etnias: la de piel blanca
blanquÃsima, que habita al norte de RÃo Grande, y todos los
demás, que viven al sur del mÃtico rÃo.
MartÃ, que también se autocitaba, dijo aquello de "vivà en el
monstruo y conozco sus entrañas". El monstruo no es otro que
el paÃs en el que vivió asilado, Estados Unidos, y que tan
enconadamente lucha para que Cuba no tenga, cuando se van a
cumplir también cien años de su independencia (1998), una vida
propia, una verdadera independencia.
Martà es arma arrojadiza del exilio contra Fidel y de éste
contra el exilio. Y en esta monumental guerra lleva muchas
batallas ganadas el lÃder revolucionario: en parte, su larga
permanencia en el poder se debe a que ha sabido mezclar como
nadie a Lenin y a MartÃ. A la revolución que llegó del frÃo
ruso y se instaló en el ardiente Caribe. El nacionalcomunismo
ha sido inventado. Gracias a MartÃ, a quien Dios le de otros
cien años más de vida.
Porque aquel Martà que caÃa abatido el 19 de mayo de 1895 en
Dos RÃos de un disparo efectuado por las tropas españolas no
ha muerto. No puede morir quien ha llenado miles de
cuartillas: es el Martà multiuso que escribe de polÃtica,
ejerce el periodismo, lanza proclamas, escribe cuentos e
incluso dibuja. Un hombre que inició lo que él mismo bautizó
como la guerra necesaria, en contra de España, la tierra de
sus padres, sólo porque la tierra en la que él nació tenÃa que
ser libre e independiente. Gente asà es imposible que muera.
EL APOSTOL DE CUVA
José MartÃ, gestor de la independencia y arquitecto polÃtico
de la nación cubana, pertenece al selecto grupo de los muertos
útiles. Ninguna aptitud intelectual le fue negada. Poeta,
periodista, orador, escritor y organizador de voluntades,
genio y lÃder, son algunas de las cualidades que lo señalan
como una de las personalidades más ilustres de la geografÃa
hispana. Hijo de las circunstancias de un fin de siglo
empeñado en parir la modernidad, legó a los cubanos, y a toda
América, un ideario polÃtico humanista, democrático y
justiciero que sigue siendo una meta en el común de los
pueblos americanos.
Nació en La Habana el 28 de enero 1853, de padre valenciano y
militar y madre canaria, marcado por una relevante precocidad
de amor patrio por una cubanidad atada al grillete del
colonialismo español. Su fogosidad libertaria,
independentista, la proclamó en su drama Abdala publicado
en 1869 en el único número del periódico La Patria Libre.
Pero José Martà no escapó al signo trágico del exilio
que ha caracterizado el devenir de la nación cubana. A los 16
años, acusado de infidencia, impugnado por disentir contra la
regencia tiránica de la metrópoli española, fue condenado a
seis años de trabajos forzados en la cantera de San Lázaro. De
baja estatura, figura frágil, la severa labor de picar piedra
le apagó la llama de su salud, por lo que se le conmutó la
pena por el confinamiento en Isla de Pinos, en la casa de una
familia catalana amiga de su padre. Su deportación a España en
1871 lo inició en el peregrinaje de un exilio de 24 años que
lo dedicó a hebrar la que llamó la "guerra necesaria".
Cursó en Madrid y Zaragoza Derecho y FilosofÃa y Letras. Para
quitarse la espina de su reclusión penal publicó en Madrid El
presidio polÃtico de Cuba. TenÃa entonces 18 años y ya
demostraba toda su potencialidad de pensador y escritor. El
presidio polÃtico de Cuba es un testimonio en el que MartÃ
denuncia, desterrando el odio personal, las vilezas cometidas
por las autoridades españolas aun contra niños de 12 años.
"Lino Figueredo habÃa sido condenado a presidio. Esto no
bastaba. Lino Figueredo habÃa llegado ya allÃ; era presidiario
ya; gemÃa uncido a sus pies del hierro; lucÃa el sombrero
negro y el hábito fatal.
Esto no bastaba todavÃa. Era preciso que el niño de 12 años
fuera precipitado en las canteras, fuese azotado, fuese
apaleado en ellas. Y lo fue. Las piedras rasgaron sus manos,
el palo rasgó sus espaldas; la cal viva rasgó y llagó sus
pies".
A José Martà los cubanos le honran llamándole Apóstol. Cuando
abandonó España anduvo por tierras americanas, México,
Guatemala, Honduras y otros paÃses, predicando el advenimiento
de un mundo americano original, que no sea reflejo ni copia
del decadente mundo europeo, sino luz y sÃntesis de las
propias fuerzas naturales atesoradas en el cofre de los
siglos. Para ganarse el sustento y echar a volar sus ideas
ejerció el periodismo, magisterio y aprovechó las tribunas
para lanzar sus palabras patrióticas.
Alojado en Nueva York desde 1880 donde alternó junto con su
primer deber, el de cubano entregado a la liberación de su
patria, la labor periodÃstica en La Nación, de Buenos Aires;
La América, de Nueva York; La República, de Honduras; El
Economista Americano, de Nueva York, etcétera, sus
obligaciones de cónsul en Uruguay (1887), de Argentina y
Paraguay (1890) y también la creación poética de textos como
Ismaelillo (1882), Versos libres, Versos sencillos (1891), la
novela Amistad Funesta (1885) y la edición de un periódico
infantil, La Edad de Oro (1889). De su experiencia de vida en
Estados Unidos, volcada en el texto Escenas Norteamericanas,
ganó el convencimiento del peligro que entrañaba para la
tierra americana del Sur la codicia imperial del Gobierno
estadounidense.
Hombre de verbo fácil, usó su talento literario además para
combatir ideológicamente a los cubanos que auguraban el futuro
de la isla anexionándose a Estados Unidos. HabÃa olfateado la
debilidad ante el sacrificio y la fatiga de algunos
revolucionarios y por ello ya en 1882 alertaba:
"Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los
demás peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo importante
de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la
dominación española, pero bastante tÃmidos para no exponer su
bienestar personal ni compartirlo. Esta clase de hombres
favorece vehementemente la anexión de Cuba a los Estados
Unidos". En otro artÃculo contra los anexionistas sentenció:
"Ningún cubano honrado se humillarÃa hasta verse recibido como
un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un
pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia
su carácter".
El mayor milagro polÃtico de José Martà fue el de haber
logrado una unidad de acción de todos los revolucionarios
(conocidos como mambises) y sobre todo en el caso de los jefes
militares que durante la primera y fracasada guerra de
sublevación anticolonial (1868-1878) habÃan alcanzado una
respetuosa leyenda de valentÃa. Para algunos de esos jefes
militares, una vez derrotada España, la naciente república
debÃa ser conducida con la mano disciplinada del guerrero.
Pero Martà promovÃa un programa polÃtico que se apartaba del
caudillismo y por ello en una carta dirigida al general Máximo
Gómez -jefe de las tropas insurrectas- le puntualizó: "Un
pueblo no se funda, general, como se manda un campamento...".
Las bases del movimiento revolucionario creado por Martà eran
las de fomentar una revolución popular, democrática, sin
distingos rencorosos de clases, ni raza, enemiga por la raÃz
de la violencia oscura y desbordada de todo tipo de
caudillismo porque "el pueblo, la masa adolorida, es el
verdadero jefe de las revoluciones". Las palabras del poeta
revolucionario no lograron curar, sin embargo, el hechizo
caudillista a la isla cubana.
Pero José Martà a pesar de haber entregado toda su vida de
exiliado a sumar cubanos para la gesta independentista, no
logró ganarse del todo el agrado de los mandos militares de la
insurrección por su vocación de poeta, la declarada
sensibilidad, el temperamento fogoso, su débil salud y el
hecho de ser prácticamente un desconocido en la isla. Ante una
congregación de delegados revolucionarios celebrada en Nueva
York el 10 de octubre de 1890, con la intención de evitar una
escisión polÃtica, dijo en su discurso: "El hombre de actos
sólo respeta al hombre de actos. El que se ha encarado con la
muerte, y llegó a conocerle la hermosura, no acata ni puede
acatar la autoridad de los que temen a la muerte. El polÃtico
de razón es vencido, en los tiempos de acción, por el polÃtico
de acción (...). La razón, si quiere guiar, tiene que entrar
en la caballerÃa; morir para que lo respeten los que saben
morir".
José MartÃ, con esas palabras, habÃa anunciado su propia
muerte. El 24 de febrero de 1895 los cubanos se levantaron
contra el poder español!. MartÃ, junto con el general Máximo
Gómez y otros oficiales, desembarcó por la zona oriental de la
isla el 11 de abril de ese año. Ocho dÃas después, el 19 de
mayo, Martà subió a su caballo y revólver en mano salió a
combatir el enemigo. Una bala de fusil le impidió ver el final
de su "guerra necesaria". TenÃa que morir para que lo
respetaran los que saben morir.
EL QUIJOTE DEL CARIBE
A veces, la dimensión polÃtica, o quizás épica, de un
personaje ensombrece otras cualidades suyas tan notables, al
menos, como aquéllas. Y ése es el caso preciso de José MartÃ,
el gran independentista cubano, quien por encima incluso de
ese mérito, fue un gran periodista y, sobre todo, un exquisito
escritor. Todos los estudiosos de la literatura americana
coinciden en señalar en Martà al padre del modernismo
literario en prosa, parejo a la señera figura de Rubén DarÃa,
el creador del modernismo en verso. MartÃ, no obstante, hizo
más que pinitos en la poesÃa, y famoso entre todos es aquel
que canta Guantanamera, que al paso de los años se harÃa himno
rebelde.
Su centenario es buena ocasión para que se hayan visto
publicados en España sus escritos en prosa: Ensayos y
crónicas, de la editorial Anaya & Mario Muchnik. Son un
excelente material para calibrar el peso de la prosa del
periodista vagabundo y del escritor apasionado.
Martà se hizo escritor en Nueva York, ciudad en la que
vivió 15 años de exilio y en donde enraizó también su credo
independentista. A esa estancia suya se debe la fortuna de
que pudieran ser conocidos en lengua española los versos y las
prosas de un escritor tan grande como Walt Whitman, de quien
Martà fue un rendido admirador. Nuestro Nobel Juan Ramón
Jiménez reconocÃa ese mérito y le calificaba sin ambages de
"Quijote cubano", señalando que su figura "compendÃa lo
espiritual eterno y lo ideal español". Para Juan .; Ramón, la
"herida española" que habÃa en el alma de Martà no impedÃa
que fuera "un caballero andante enamorado".
Las mejores páginas de la prosa de MartÃ, del modernismo de
MartÃ, se encuentran sin duda en sus Diarios, escritos en
1895, poco antes de su muerte. En estos breves escritos late
el vigor junto a la exaltación, el ritmo reposado al lado de
la justeza adjetival. Hay que leerlo en alta voz: "A la vaga
luz, de un lado al otro del ancho camino, era toda la
naturaleza americana: más gallardos pisaban los caballos
aquella campiña floreciente, corsada de montes a lo lejos,
donde el mango tiene al pie la espesa caña. . .".
Pero sus crónicas y sus retratos de personajes, contenidos
también en el libro que aludimos, dan una idea muy precisa de
su talento de escritor. Vale destacar, por ejemplo, las
páginas que dedica al poeta Walt Whitman, un escrito de 1887,
y también a la figura de Oscar Wilde. Merece especialmente la
pena leer crónicas de periodismo tan certero como son su
descripción del terremoto de Charleston, de 1886, y sobre todo
"Nueva York bajo la nieve", de 1888. (REVISTA CAMBIO 16
N§1227. PP.58-63)
en
Explored
Ciudad N/D
Publicado el 29/Mayo/1995 | 00:00