LOS INVERSIONISTAS TIENEN LA PALABRA, por Alejandro Briceño
Nueva York. 18.10.10. (Opinión). Cerrado desde 1982 su acceso
al financiamiento comercial, agotada la opción industrial de
sustitución de importaciones e imposibilitadas de generar los
fondos necesarios para un desarrollo constante y sustentable
mediante la opción del ahorro interno, las atribuladas
economías de la América Latina han llamado desesperadamente a
todas las otras puertas del capital internacional.
Tras nueve años de peregrinaje y con los nudillos destrozados,
nuestros países han decidido concentrarse en la morada de la
inversión extranjera directa para romper el estancamiento
financiero. Después de todo, el volumen de financiamiento
oficial ofrecido por gobiernos, bloques económicos y
organismos multilaterales ha permanecido constante en el mejor
de los casos, mientras que el número de solicitudes se ha
visto repentinamente incrementado con el desvanecimiento del
bloque socialista.
Uno tras otro, los viejos campeones del nacionalismo,
Argentina, Brasil, Chile, México, Venezuela, han flexibilizado
sus otrora estrictos marcos legales de inversión extranjera
directa para hacer de sus economías candidatos más que
aceptables a los inversionistas de las potencias económicas
occidentales y de sus propios países. La idea es captar por
todos los medios capital fresco y capital fugado, sin hacer
preguntas o exigencias embarazosas que obstaculicen la
reactivación económica.
Las razones son claras y, en esta situación de crisis
profunda, casi inapelables. Urge la necesidad de reducir la
extremada dependencia financiera en el endeudamiento externo;
urge la necesidad de abrirse y asegurarse nuevos mercados para
nuevos productos; urge la necesidad de generar nuevos empleos
que las agotadas economías nacionales no puede ofrecer; urge
la necesidad de obtener inyecciones de nuevas tecnologías y
conocimientos, actualmente fuera del alcance de nuestras
raídas finanzas.
La masa de capital foráneo es abundante y, dado el estado de
saturación de inversiones en muchos sectores de la economía
estadounidense y europea, está en busca de nuevas y atractivas
oportunidades de reciclaje, pero sin el tipo de riesgos de los
cuales han tenido tan malas experiencias regionales en el
pasado reciente y lejano. Los inversionistas tienen fondos
pero esta vez han advertido que solo se asociarán con los
países que les ofrecen las mejores garantías y beneficios. En
esta situación ellos tienen la palabra.
La flexibilización del marco legal o la oferta de estabilidad
política por parte de los países beneficiarios potenciales no
son necesariamente los únicos factores que atraen a los
inversionistas. Chile, por ejemplo, ha abierto su economía
indiscriminadamente hacia el exterior, eliminando todo tipo de
restricciones y ofreciendo todo tipo de beneficios; sin
embargo, los inversionistas no se han volcado masivamente
hacia la nueva economía chilena. De hecho, se calcula que más
del 40 % de las inversiones recientes han sido concentradas en
la minería, especialmente cuprífera, lo cual mantiene el ya
tradicional estado de dependencia en ese producto.
El políticamente inestable Brasil, que a pesar de la
liberalización de la economía decretada por el presidente
Collor de Mello mantiene uno de los marcos legales regionales
más restrictivos de la inversión extranjera directa, contínua
siendo un poderoso imán que atrae capital del exterior.
Brasil ofrecer recursos naturales, además de una moderna
infraestructura industrial y un expansivo mercado de consumo
que supera holgadamente a los mercados internos de las
economías recién industrializadas del Asia.
Y más al norte, además de 87 millones de consumidores que poco
a poco comienzan a recuperar su poder adquisitivo, México
ofrece al capital extranjero ese recurso natural inagotable
del que sólo Canadá dispone también: tres mil kilómetros de
frontera común con el mayor y más afluente mercado del mundo.
(ALA). (A-4).