ECUADOR. 17.09.91. Gabriel García Márquez nació en Aracataca,
Colombia, el 6 de marzo de 1928. Estudió derecho y, a los veinte
años, se inició en el periodismo, actividad nunca abandonada, en
la que, desde un principio, revela extraordinarias dotes de
escritor. Inmediatamente después de publicar su primera novela
La hojarasca (1955), viajó a Europa, radic[andose en Italia y
recorriendo, más tarde, algunos países del Este, como Alemania
Oriental, Checoslovaquia y la Unión Soviética.

De regreso a Latinoamérica publica su segunda novela El coronel
no tiene quien le escriba (1961), acaso la más bellan, honda y
pura de las creaciones literarias de su primera etapa. Una
colección de cuentos, Los funerales de la Mama Grande, y una
tercera novela, La mala hora, aparecen en 1962. A partir de
entonces, un silencio de cinco años, prodigiosamente roto por
Cien años de soledad (1967). Se pensó que con esta obra maestra,
el novelista había agotado las posibilidades de su genio. Pero
los genios suelen desbaratar las más razonables previsones: La
increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada (1972), y, sobre todo El otoño del patriarca (1975)
demuestran que García Márquez puede seguir siendo idéntico a sí
mismo y, a la vez, imprevisible.

Unos años más tarde, Crónica de una muerte anunciada (1981)
desmiente las previsiones razonables del propio escritor, quien
había decidido abandonar la literatura para luchar por la
liberdad de los pueblos oprimidos. En 1982, se le concedió el
premio Nobel, reconocimiento internacional de quien es
universalmente considerado como el más grande narrador moderno de
nuestra lengua.

Dueño de un lenguaje que se mete en todas partes, que se escurre
por los más intrincados rincones de la realidad, que hurga en los
entresijos últimos del alma, que hace cómplices las cosas más
distantes y disímiles, Gabriel García Márquez es uno de esos
pocos escritores con el supremo don poético de la creación
máxima: la creación de un mundo propio y ajeno. Un mundo
transparente y misterioso con sus gentes y sus bestias
particulares, con sus afueras y sus adentros, sus metales y sus
peces recónditos, con su ley y su libertad. Por eso sus libros
devoran a quienes se asoman a ellos -no al revés-, atrayéndolos
con fuerza planetaria, y obligándolos a pasar de un mundo a otro.
De este modo se explica el éxito impar de una novela tan
inexplicable como Cien años de soledad, en la que los lectores
siguen cayendo a millares, sin saber muy bien -mariposas en la
luz- lo que les pasa. Las novelas de García Márquez, como las
pinturas de Picasso, toman cumplida venganza de los cien años de
soledad que suelen padecer los creadores de verdad, si se
exceptúa, en cien años de literatura, el triunfo, justo y
justiciero, de Rubén Darío, primer conquistador lírico de España.
De "todas la Españas".

Si la mejor novela corta de García Márquez es tal vez El coronel
no tiene quien le escriba, si la más conocida es sin duda Cien
años de soledad, la más audaz y ambiciosa (y también la peor
leída y la menos entendida) es seguramente El otoño del
patriarca. La primacía de García Márquez dentro de la actual
narrativa universal se debe no sólo a su magnífica condición de
narrador, sino también (y principalmente) a su perfecto dominio
de su idioma. Sin embargo hay que tener en cuenta que cuando
salta a la fama (con la publicación de Cien años de soledad),
García Márquez tiene una obra breve pero sólida que no escapa a
los planteamientos tradicionales de narración y escritura.

García Márquez se convierte rápidamente en un clásico porque
escribe (o ha escrito en sus mejores libros hasta entonces) con
un español perfectamente clásico y tradicional. Será
precisamente con El otoño del patriarca que García Márquez se
atreverá a emprender una novela cuyo lenguaje y cuya construcción
se apartan de forma radical de los parámetros de la narración
tradicional. Tal vez en esto mismo radique que la novela no haya
sido ni entendida ni atendido como se merece y se debería. Ya se
sabe que cuando un artista se vuelve popular, no es sólo su
público, sino que son sus críticos y sobre todo son sus exégetas
los que le piden que se repita. El otoño del patriarca está
escrita con un lenguaje cadencioso, que envuelve una frase dentro
de otra y la otra dentro de otra y así sucesivamente, para
contarnos las atrocidades y las soledades de un tirano tropical,
al igual que los sufrimientos y las esperanzas del pueblo
tiranizado. Sin embargo, al ser como es una gran novela, El
otoño del patriarca no tiene en relaidad ningún argumento
concreto. Macabara y tierna, envolvente y diáfana, la historia
sin historia del tirano es en realidad una multitud de historias
que se cruzan y entrecruzan en el texto.

Antes que nada, como toda buena novela El otoño del patriarca es
un libro múltiple y diverso. También es enormemente divertido,
que es otra cualidad esencial de la novela que muchos novelistas
parece que se han olvidado por el camino.

Segundo conquistador o primer adelantado de una segunda
conquista, García Márquez llama a Darío en El otoño del
patriarca, "olvidado poeta" cuyos versos sólo se conservan en los
labios de un ciego, que los recita para el misérrimo todopoderoso
déspota invisible, quien, años antes, envuelto en la celos a
penumbra del palco presidencial, había escuchado al poeta y se
había sentido mecido, elevado y aplastado por el torrente sonoro
de la Marcha triunfal. Esta tragicómica mención del gran poeta
nicaragüense vincula uno de los posibles rostros carcomidos del
patriarca otoñal a la máscara grotesca, inquietante y feroz de
los Somoza. Margarita Debayle, la mujer del primer Somoza, madre
de sucesivos Somoza, era aquella misma niña a la que Rubén Darío
cantaba: "Margaria, ¿está linda la mar? (Biografías, el autor y
su obra, Editorial El Conejo, p. 13-14)

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