EN GUARANI NO HAY LA PALABRA ESPERANZA, por Luis Alberto Luna
Quito. 17.11.90. (Opinión). El que llega por primera vez a
Asunción siente contraste entre el lujo de algunos palacios
versallescos y la ingenua belleza empobrecida de muchas
casitas simples. Casas que buscan y dan sombra, que albergan
flores, sinceridad y rústico coraje; imaginé una catedral que
estuviera entre las dimensiones de los palacios y la
simplicidad de cualquier casa; pero, Dios es el grande; la
casa puede ser cualquiera, como la que le prestó un amigo a
Jesús para que instituya la Eucaristía. La catedral de
Asunción es simple, pobre, desnuda. En los días en los que la
visité, los pintores la blanqueaban para que la visiten los
reyes de España.
Agradecí al señor conocer una decisión del arzobispo de
Asunción, conocido por nosotros, sus hermanos obispos, como
severamente tradicional y conservador. Su catedral, recién
pintada para que la visite un rey, -no hay monarca como Dios-,
había sido "invadida" por campesinos sin tierra, llegados
desde distancias inmensas, para exigir del gobierno la entrega
de tierras que eran suyas. La discusión sobre las posibles
decisiones del jerarca eclesiástico se tomaron todos los
espacios de radio, televisión y prensa.
"El arzobispo debe estar con el decoro de un monarca y
expulsar a los campesinos", presionaban aquellos que un día
tuvieron mucho poder y siguen detentándolo; "el arzobispo debe
estar con la justicia y entregar la casa de Dios a los pobres;
afirmaban los que exigen a los demás toda entrega; pero el
arzobispo dijo la palabra imprevisible, convertida, cristiana:
"Los campesinos estarán en la casa de Dios hasta que se les
haga justicia".
Y los reyes de España visitaron esa casa de Dios recién
pintada, pero sobre todo adornada de signos proféticos vivos
de justicia, amor y esperanza. Sin embargo, acontece,
resultando una viviente contradicción, que en guaraní no
existe una expresión que equivalga a nuestro sentido y
concepto de esperanza.
Revisábamos cualquier noche con quienes me hospedaron y sus
asesores lingüísticos, los términos que más se acercaran en el
idioma y en la significación a la humana esperanza. Y,
maravillosas sorpresas de la vida, de la fe y el amor, los
expertos aseguraron que la mejor traducción guaraní de nuestra
castellana esperanza sería la fórmula verbal "estamos
encontrando"...: un encuentro en común, un descubrimiento de
hermanos. Pero no un descubrimiento que llega por caminos
seguros, sino el que corona un esfuerzo; una lucha que logra
su lógico triunfo, una conquista.
Realmente, la gente humilde del Paraguay, el cristiano
guaraní, que conserva el aliento hermano de las reducciones
que sus compañeros "están encontrando", saben que ese estar y
ese encontrar comunitario es la sustancia de su ser histórico,
de su cultura y su fe.
En los momentos en los que aparecerá esta crónica, estarán
llegando a pie a Asunción, desde San Ignacio en la provincia
de Misiones, en una peregrinación de más de trescientos
kilómetros, millares de campesinos que esperan conseguir del
gobierno la oficialización de los títulos de propiedad de las
tierras que son suyas. En la peregrinación de la esperanza
están presentes los que encuentran que son hermanos: obispo,
sacerdotes, religiosos.
No es un gesto de exhibición. Es una prueba de esperanza, que
nace de una fe viril, capaz de martirio y de un amor que
consolida en distancias inconmensurables la pasión simple de
los más pequeños con la fuerza inagotable de sus pastores
compañeros.
A un joven jesuita español, canario, de aquellos que si nunca
hablaron bien el castellano, hablan como propio el guaraní,
porque aman esa tierra, esa historia y esas comunidades; a
Fernando, descamisado, pobre de lo propio, rico de amor,
empeñado en esta peregrinación, vaya desde esta distancia, mi
compañía; "dichos los pobres, porque de ellos es..., -así, es,
en presente, como la esperanza guaraní-, el Reino: el amor.
(A-4).
en
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Autor: Luis Alberto Luna - Ciudad Quito
Publicado el 17/Noviembre/1990 | 00:00