UN TEMA DE MODA, PERO CON RIESGOS, por Miguel Angel Diez

Londres. 21.11.90. (Opinión) Las modas en economía, suelen
ser tan efímeras como la minifalda. La desgracia para América
Latina es que muchas de estas modas llegan a destiempo (cuando
se están esfumando entre quienes la impusieron).

El fenómeno parece estar ocurriendo en materia de
privatización. Hasta hace tres o cuatro años, ningún
dirigente político de la región se atrevía a ser abiertamente
privatizador, so pena de incurrir en herejía. Ahora son más
papistas que el Papa. Este brusco oscilar, este engañoso
espejismo y el entusiasmo excesivo -se esperan resultados
milagrosos- provoca a su turno, una frustración mayor.

Del modo que se están haciendo las cosas en algunos de los
países latinoamericanos, no sería extraño -y lamentable- que
en dos o tres años la opinión pública se incline otra vez -con
la misma pasión- a una mayor intervención económica del
Estado. En esta instancia del proceso, hay dos elementos a
tener en cuenta: la primera, cómo se hicieron las
privatizaciones y para qué, en el mundo industrializado; la
segunda, qué experiencia, qué lecciones dejan ya las
operaciones realizadas en América Latina.

Gran Bretaña -en verdad, el gobierno conservador de Margaret
Thatcher- ha sido el auténtico laboratorio teórico y práctico
de la privatización. Aquí se dio una combinación de
argumentos teóricos e ideológicos, con razones de orden
práctico y con resultados eficientes, tanto para el Estado
como para la sociedad civil.

En el plano ideológico, la pretensión era perfeccionar el
capitalismo, llevarlo a una instancia superior. El propósito
era convertir a Gran Bretaña en "un país de accionistas". Es
la tesis del "capitalismo popular". Nada habría más
democrático que fragmentar la propiedad de las grandes
empresas. Los accionistas serían el cemento político de una
sociedad estable, donde los conflictos del pasado se
reducirían al mínimo. Como elemento residual -pero también
ideológico- estaba la vieja postura de que el Estado es
ineficiente por definición cuando trata de realizar por sí
mismo cualquier actividad económica.

Había sin embargo razones más prácticas y urgentes para
encarar la privatización. Existía gran déficit fiscal, mayor
necesidad de gasto público y renuencia a elevar los impuestos.
La privatización generó recursos que, al menos teóricamente,
mejoraron la posición financiera del gobierno y contribuyeron
a reducir el déficit público. Los gobiernos europeos avizoran
que, con una población que envejece rápidamente, el costo de
las prestaciones sociales y de salud se multiplicará
geométricamente. Vender activos estatales permitía reducir el
déficit, ganar tiempo y estar en condiciones de endeudarse
nuevamente en la primera década del próximo siglo.

Las grandes privatizaciones se hicieron además en pleno auge
económico, cuando el Estado menos lo necesitaba y no cuando
estaba en situación desesperada. Se negoció desde posiciones
de fuerza. Entre 1980 y 1987, Gran Bretaña percibió US$ 20
mil millones por las privatizaciones efectuadas.

En el mundo en desarrollo, especialmente en América Latina, la
moda privatizadora tiene mucho que ver con la parálisis del
Estado. En el mundo industrializado es todo lo contrario.
Está conectada al vigor estatal. No solo los conservadores
creyeron que había llegado la hora de privatizar. En Europa
lo han hecho con éxito -a su turno- los gobiernos socialistas
de Felipe González en España; de Bettino Craxi en Italia; de
Andreas Papandreou en Grecia; de Franz Vranitzky en Austria, y
muy notablemente, el de Francois Mitterrand en Francia.

También otros gobiernos de centro izquierda lo hicieron en
otras partes del mundo: los laboristas de Bob Hawke en
Australia, y los de David Lange en Nueva Zelanda. La adhesión
a las ventajas de privatizar no ha pasado por la clásica
división ideológica entre izquierda y derecha. (ALA) (A-4).
EXPLORED
en Ciudad Londres

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