UN PAPEL EN EL MUNDO, por Jorge Ortiz GarcÃa
Quito. 28.11.90. (Opinión) La propaganda oficial, siempre
lista -en todo régimen- a magnificar aciertos y a minimizar
fracasos, presentó a la elección del Ecuador como miembro del
Consejo de seguridad de las Naciones Unidas como un colosal
éxito de la polÃtica exterior del gobierno, que no solamente
demostraba una vez más las conocidas habilidades negociadoras
del canciller Diego Cordovez, sino que también era algo asÃ
como un reconocimiento mundial a la "reinserción
internacional" de este pequeño y lejanÃsimo paÃs. Las frases
grandilocuentes abundaron. Más de un diplomático sacó pecho,
ufano y orgulloso. Seguramente no faltaron brindis y
celebraciones.
El entusiasmo era entendible en un paÃs cuyos éxitos
internacionales, a lo largo de su historia, han sido más bien
escasos. La euforia, sin embargo, era exagerada. En efecto,
en la elección de los diez miembros no permanentes del Consejo
de seguridad priman los criterios de equilibrio y, también,
de rotación. AsÃ, todos los continentes deben estar
representados y, más aún, el objetivo es la alternabilidad
regional: a un paÃs del Caribe deberÃa reemplazar un paÃs
andino y a uno centroamericano deberÃa substituir uno del Cono
Sur. En esa sucesión, al Ecuador algún dÃa le debÃa
corresponder otra vez un asiento en el Consejo de seguridad.
Y si bien la euforia era exagerada, una moderada satisfacción
era comprensible: el Ecuador logró un éxito negociador y,
sobre todo, lo hizo en un momento extraordinariamente
oportuno, cuando las Naciones Unidas -y muy singularmente el
Consejo de seguridad- vuelven a tener un rol en la vida
internacional, después de muchos años en que la idea de un
foro mundial, llamado a procesar todas las tensiones entre
Estados, no pasó de ser una utopÃa, maravillosa pero
lejanÃsima. Y es que, en vez de debatir sus desacuerdos, los
hombres y los pueblos siguieron matando y muriendo por
ellos.
Es asà que entre 1945 y 1985 en el mundo estallaron noventa y
cuatro conflictos bélicos, de los cuales las Naciones Unidas
sostuvieron debates parciales sobre cuarenta y uno, mientras
que los otros cincuenta y tres casos jamás fueron abordados
por la organización, la cual, además, no contribuyó
decisivamente a solucionar ninguno de ellos. Tan sólo al
finalizar los años ochenta, cuando las Naciones Unidas
negociaron la terminación del conflicto de Afganistán -en una
celebrada mediación del canciller Cordovez, por entonces
funcionario internacional-, la organización mundial demostró
que podÃa ser algo más que una tribuna donde todos los años se
repiten, palabra por palabra, los mismos discursos y las
mismas consignas.
Pero al empezar los noventa, singularmente desde el estallido
de la crisis del Golfo Pérsico, las Naciones Unidas se
encontraron de pronto con un nuevo papel en el mundo: los
Estados Unidos, en vez de reaccionar unilateralmente por la
invasión iraquà de Kuwait, buscaron legitimar su acción a
través de la aprobación del Concejo se seguridad de la
imposición de sanciones económicas, primero, y de un bloqueo
naval, después, para finalmente gestionar también una
autorización internacional para el uso de la fuerza contra el
régimen de Bagdad. AsÃ, inesperadamente, las Naciones Unidas
se encontraron en el centro del escenario internacional, donde
se toman decisiones que no se agotan en resoluciones pomposas
e inútiles, sino que repercuten rápidamente en la vida del
planeta.
Ahora, al buscar la aprobación internacional a su presencia
militar en el golfo Pérsico, los Estados Unidos están
demostrando que, en vez de una supremacÃa de hecho, lo que
buscan es la presidencia de un nuevo directorio de naciones,
representando en esos quince paÃses miembros del Consejo de
seguridad, que desempeñarán un activo papel en el mundo. Y,
en esta etapa inaugural, el Ecuador será uno de ellos. (A-4).