LA IZQUIERDA Y LA DERECHA (I), por José Sánchez Parga
Quito. 21.11.90. (Opinión) La persistencia de la división del
escenario polÃtico en derecha e izquierda puede ser a estas
alturas de la historia un factor de ocultamiento del debate
polÃtico y de esclerotización de la democracia. Porque
escamotea aquellas cuestiones y aquellos quehaceres polÃticos,
que van más allá de estas categorÃas. Aunque dicha división
sigue reflejando una realidad que no puede ser ignorada, sin
riesgo de generar una despolitización de la sociedad y un
desinflamiento de la polÃtica.
En la derecha, la crisis ideológica se ha intensificado y los
principios de su legitimidad se están esfumando: la libertad
puesta al servicio del orden, más que el orden al servicio de
la libertad, sólo consagra la libertad de aquellos que pueden
beneficiarse de cierto orden. Y lo que es peor: en ausencia
de un proyecto global de sociedad para mañana, la derecha se
condena a no decir ni hacer nada al margen de su único interés
por la gestión de la esfera económica.
La crisis de identidad de la izquierda es más difusa, pero no
menos visible. La voluntad de establecer un orden justo, que
es su fondo doctrinal, se encuentra paralizada por su
dificultad de tomar en cuenta la libertad de los múltiples
componentes de toda una sociedad. La pretensión de la
izquierda de construir un nuevo orden social a partir de una
concepción unitaria del mundo y de la historia se ha
evidenciado tan vana como espeluznante. Y su crónica
incapacidad para pensar y administrar la esfera económica la
descalifica para elaborar un proyecto global de sociedad.
En conclusión, tanto la derecha como la izquierda siguen
ubicándose como dinosaurios polÃticos ante una sociedad si no
moderna, por lo menos modernizada: especies raras, que han
resistido milagrosamente el lapso de la historia, en medio de
situaciones y procesos nuevos, de dinámicas sociales,
económicas y polÃticas, nacionales e internacionales, que ya
no pueden encararse desde los mitos fundadores de la derecha y
la izquierda.
Si los partidos y las ideologÃas han de reflejar los sectores
y fuerzas sociales del paÃs, tendrÃan que empezar reconociendo
que la sociedad nacional es cada vez menos divisible en una
izquierda y una derecha. La heterogeneidad, las amalgamas,
las continuidades y deslizamientos han hecho inservible la
tradicional brújula polÃtica. Las nuevas posiciones y
demarcaciones obedecen ahora a otros parámetros, a recientes
necesidades y confrontaciones, a otros tipos de extremismos y
polarizaciones, que nada tienen que ver con las tradicionales
derechas e izquierdas.
Este doble marcaje de una izquierda y una derecha
irreductibles sigue siendo el signo de una incapacidad para
hacer realmente polÃtica y construir un espacio polÃtico libre
de la repetición de las mismas revanchas de siempre. Pero,
por otra parte, derecha e izquierda son datos fundamentales de
la polÃtica, y su demarcación tiene referencias
incontestables: el orden y el cambio, y a la base de todo, el
problema ineludible de las desigualdades y la riqueza, sus
formas de acumulación y de redistribución.
Abandonada toda referencia a los históricos puntos cardinales
de la polÃtica, cabrÃa suponer que el reto de reconstruir un
nuevo escenario polÃtico pertenece al centrismo. Tal
recentramiento de la polÃtica aparecerÃa como una salvación de
las posiciones de derecha e izquierda y como un signo de
madurez democrática. Pero el centro no es más que un espacio
imaginario, una topologÃa de debates y acuerdos, pero no
propiamente un lugar polÃtico con ideologÃa propia.
El objetivo de la democracia tampoco significa la eliminación
de las oposiciones sino su integración en tareas compartidas,
proyectos comunes, tratados y conducidos desde orientaciones
diferentes. El centrismo nunca llegarÃa a abolir estas
diferencias, las polarizaciones de la polÃtica, y sà podrÃa
dar lugar a otras formas de extremismos no polÃticos; y a la
larga vaciarÃa la polÃtica de algo que le es esencial: los
oponentes, la dramatización y el debate. (A-4).