ELECTORES Y ELEGIDOS BenjamÃn Ortiz Brennan
Quito. 08-07-91. (Editorial) Quizá los incidentes surgidos
entre los diputados del Frente Radical Alfarista y este
diario, a propósito de las negociaciones de los votos en la
interpelación al ex ministro de Educación Alfredo Vera, sirvan
para ventilar el enrarecido ambiente de las relaciones entre
electores y elegidos.
Mientras hemos mejorado el proceso electoral y de conteo de
votos, tanto que es muy difÃcil pensar en la posibilidad de un
fraude, la representación de los electores por parte de los
diputados no se da como un auténtico nexo entre mandantes -el
pueblo- y mandatarios -los representantes-. Muchas veces esa
representación es ejercida de mala manera, va del adulo a la
indiferencia, y cae en las trampas y mentiras.
Los votos se recogen con recursos que suponen menosprecio a
los propios electores, a quienes se trata como resentidos e
ignorantes. La táctica habitual suele ser responsabilizar a
las autoridades en funciones de todos los males, sin ningún
matiz, análisis de la situación y, a veces, hasta sin
razonamientos. Simplemente se alienta el odio y se cosecha de
él. El caldo de improperios va aderezado con frases vacÃas que
pretenden convencer a los votantes de que los polÃticos en
campaña se conduelen de los sufrimientos ajenos.
Mal comienzo del ciclo democrático porque el anunciado paso
del infierno -actual- al paraÃso -futuro- que ofrecen los
aspirantes a ganar las elecciones es imposible de realizar.
Quita además la posibilidad de que la población, paso a paso,
valore los avances logrados, reflexione sobre los problemas no
resueltos, y escuche las alternativas para mejorar el futuro.
La comedia de malos y buenos es un juego sucio que esteriliza
la democracia.
La representación conseguida con tales artimañas está
condenada al incumplimiento de sus desorbitadas ofertas. El
recurso más fácil para justificar el fracaso ante los
electores es responsabilizar a los otros de los nuevos males,
sea desde el gobierno o desde la oposición. El ambiente se
emponzoña, el odio crece, la polÃtica se vuelve la práctica
habitual del arte de ofender al adversario.
Con tales odios públicos, los electores no están preparados
para aceptar los entendimientos privados. Sin embargo los
acuerdos para formar mayorÃas son indispensables, porque las
elecciones de dignidades, aprobación de leyes, censuras o
exculpaciones de ministros, se deciden por concurso de
voluntades en una u otra dirección y, naturalmente, lo que se
negocia son espacios de poder, para no hablar de la compra y
venta con billetes de las conciencias, cosa que por lo pronto
no quiero tocar.
Aquà se abre el abismo mayor entre electores y elegidos. Los
puestos alcanzados con resentimiento y ejercidos con un
supuesto odio a los otros, quieren exhibirse como algo
inmaculado, ajeno a toda aspiración personal que suponga
entenderse con los malos que son todos los demás. La
presidencia del congreso, por ejemplo, se busca sin informar a
los electores con quienes hará alianza el diputado para
lograr los votos necesarios. El pueblo sospecha que algo huele
a podrido y califica de troncha a los acuerdos fabricados en
secreto para repartirse las posiciones de poder.
Un juicio sobre una noticia apoyada en fuentes reservadas
sobre los detalles del entendimiento en torno a la censura de
un ministro, pero coherente con las declaraciones públicas de
personajes de la polÃtica y con los antecedentes de sus
actores, puede ser la ocasión para preservar uno de los
derechos básicos del periodismo: la reserva de fuente. Sin
embargo, también puede ser la ocasión para sacar a la luz,
las negociaciones, los juegos de poder e inconsecuencias de
quienes usan la representación popular a espaldas de sus
mandantes. (4-A).
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Publicado el 08/Julio/1991 | 00:00