PRISIONES: ESTADO DE CUESTION Por Luis Alberto Luna Tobar

Quito. 13-07-91. (Editorial) Un estudioso que se ilusiona con
sentirse "trabajador de la justicia" y no espera de su trabajo
otra recompensa que realizarlo y conseguir, no sea más que en
mínima parte, que el más infeliz sea considerado hombre, acaba
de entregarnos para que lo leamos con avidez y lo meditemos
con coraje, un trabajo de análisis y crítica de la realidad
ecuatoriana en lo que significan nuestras prisiones.

Santiago Argüello, abogado y criminólogo nuestro, muy nuestro,
con conocimientos muy hondos de la realidad social y dentro de
ella de la que conforma el espacio de los llamados centros de
rehabilitación, en su obra "Prisiones: Estado de la Cuestión",
desafía a nuestra sociedad a demostrar humanidad, a probar la
autenticidad de todas las proclamas de justicia y a iniciar un
proceso de rehabilitación de nuestras conciencias que impida,
comprometiéndonos en una severa lucha inteligente y humilde
contra la injusticia, que se acumulen en nuestras cárceles
todos los elementos que hacen las más grandes tragedias, acaso
a punto de estallar.

Precedido de una introducción, que podría calificarse de
antología de prólogos, escrita con pasión por Ernesto Albán
Gómez y tras una síntesis histórica del significado de la
prisión en nuestra vida republicana, Santiago Argüello analiza
con maestría los derechos humanos del detenido y el condenado.

Evidentemente, en nuestra manera de ser y convivir, la
detención y condena han implicado siempre la pérdida de
humanidad y por lo mismo de todo derecho. Pueden los juristas
ensayar sofismas para castigar esta afirmación. Más allá de
la puerta de cualquier cárcel, el hombre ya no es hombre. O
es verdugo con todos los derechos que imaginó el sadismo o es
víctima. Defender los derechos humanos de la víctima más
descalificada es algo inaceptable para una sociedad que
necesita víctimas para compadecerlas y para una injusticia
institucionalizada, que necesita verdugos para sobreexistir
rentada.

Seguro de sus conocimientos de derecho y de ciencia penal
criminológica, tras este escarceo histórico y jurídico
inicial, el autor estudia la realidad carcelaria ecuatoriana
en cuanto al aparato administrativo, al personal penitenciario
y a los espacios carcelarios. Cuando se termina la lectura de
este capítulo, el más elemental discernimiento lleva a
demandarse: qué genio de mal ha logrado concentrar en el
espacio de por sí reducido de todos nuestros centros de
rehabilitación tantos elementos inutilizadores del ser humano
aprisionado. La respuesta de todos mira al derecho, se
refiere a la justicia, se ordena a los procedimientos legales.

Es defecto de la ley y de quienes la manejan todo este
inhumano triunfo de la injusticia.

En el capítulo destinado a estudiar a la población carcelaria
nuestro autor nos ofrece, desde las más exactas informaciones,
una visión del mundo del delito, tanto por los órdenes de
alteración del bien común, como por las condiciones personales
de cada uno de los internos de nuestros centros de
rehabilitación. Indiscutiblemente impresiona la cuota alta de
los delitos relacionados con el tráfico de drogas, como la
situación de los niños que deben cohabitar con sus madres en
esos lugares. Pero lo que más impresiona en esta parte de la
tesis de ArgYello es la inhumana imprevisión y cómplice
tolerancia oficial de nuestras autoridades de frente a los
niños de padres condenados, tanto a aquellos que tienen que
vivir su infancia en medio tan deformante como es la cárcel en
la que está su madre, como aquellos que deben refugiarse en
centros alternos al hogar perdido por la prisión de sus
mayores, en donde siempre son tratados como "minusválidos
morales", hijos de presos...

Los dos capítulos finales de esta formidable obra, Educación y
trabajo tras rejas y Conclusiones y Recomendaciones deberían
ser texto de reflexión diaria y de permanente examen de
conciencia de una sociedad que está obligada a cambiar de
actitud frente al encarcelado, a no ofenderle con
misericordias inútiles, a no ajusticiarle más con promesas
estériles, a no alejarle más de la comunidad con visitas
curiosas o con panaceas falsas. Santiago Argüello nos exige
proféticamente un cambio. El interno es nuestro hermano;
luchemos por él contra la injusticia institucionalizada.
(4-A).


EXPLORED
en Autor: Luis Alberto Luna - Ciudad N/D

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