PARADOJA Por Jorge Ortiz García

Quito. 10-07-91. (Editorial) Algo grave debe estar ocurriendo,
evidentemente, en una sociedad en la que es posible que las
relaciones laborales lleguen a un nivel tan severo de tensión
que obligue al cierre de una planta fabril, con la
consiguiente desaparición de cientos de puestos de trabajo, a
un costo de miles de millones de sucres. Y es que solamente
en una situación de extremo desconcierto social, cercano a la
desintegración, pueden radicalizarse las posiciones al extremo
de que algo tan tangible y concreto como una empresa textil
puede terminar cerrada y liquidada bajo el peso de algo tan
etéreo y sospechoso como una serie de lemas y consignas.

El caso de La Internacional es, en efecto, aleccionador y
preocupante: un sindicato aguerrido y batallador, de puños
cerrados, terminó arrastrando a los empresarios al callejón
sin salida en el que prefirieron cerrar la planta -para
después volver a empezar con otra- antes que seguir
entrampados en una relación de trabajo agria y conflictiva, de
diaria confrontación. Lo grave, más allá de este caso
específico, es que en general la relación de trabajo en el
Ecuador ha llegado a ser, precisamente, agria y conflictiva.

Y es que, notoriamente, el lenguaje militante y enardecido,
lleno de proclamas incendiarias, ha llegado a caracterizar las
relaciones laborales ecuatorianas, que son influidas
decisivamente por una dirigencia sindical que, todavía
obsesionada por la revolución, sigue sin lograr la evolución
de su pensamiento hacia etapas más avanzadas, en las que el
sindicalismo deja de ser un elemento contestatario del
sistema, para incorporarse vigorosamente a él, como un
protagonista dinámico e influyente. No faltan excepciones,
desde luego, pero la regla general la siguen constituyendo los
dirigentes sindicales siempre listos a la pelea.

Por cierto, a veces es inevitable pelear y apretar los dientes
para impedir abusos y detener atropellos. Pero esa invariable
disposición a la confrontación, expresada en un discurso
siempre frenético y en una sólida vocación hacia la huelga,
resulta casi ridícula en esta era de globalización de la
economía, en que el mundo exige procesos intensivos de
producción, de alta eficiencia, que solamente pueden lograrse
mediante relaciones armónicas entre el capital y el trabajo.

No pueden desconocerse, evidentemente, los aportes del
sindicalismo al establecimiento -en el mundo entero- de
relaciones de trabajo más equitativas y humanas, lo que
también ha incidido en el avance general de las sociedades
hacia niveles más civilizados de convivencia. Pero también es
cierto, penosamente, que el exceso de rigidez en las
relaciones laborales, con legislaciones que estimulan la
mediocridad y la desidia y con movimientos sindicales
dedicados a promover conflictos, ha desalentado gravemente la
inversión y la generación de empleo, con sus obvias
consecuencias de pobreza y desocupación.

Resulta así, paradójicamente, que quienes han planteado las
relaciones laborales en términos de confrontación y lucha de
clases, enarbolando las banderas del obrerismo combativo, han
terminado por incidir negativamente en los índices de empleo
(como lo demuestra tan cercanamente el caso de La
Internacional), mientras que quienes promueven la
flexibilización de esas relaciones, siguiendo modelos de
desarrollo capitalistas, buscan condiciones propicias de
inversión que repercuten directamente en la creación de
puestos de trabajo. Esta es, posiblemente, la paradoja más
cruel de una sociedad en la que ciertamente algo grave está
ocurriendo, pues se han cambiado tan hondamente los roles
sociales que quienes frecuentemente atentan contra los
intereses obreros son precisamente quienes dicen
representarlos. (4-A).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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