Quito. 16.12.92. Como una enorme pintura en movimiento, el
Pase del Niño Viajero de cada 24 de diciembre convierte a
Cuenca en una ciudad mágica. Por las calles revolotea la
felicidad y el rostro de lugareños y visitantes expresa
ternura y sonrisas: el ambiente es de villancico, de pétalos
de rosa esparcidos en la calzada, de imágenes de carne y hueso
vestidas de Niño Dios, de Virgen, San José, reyes magos,
ángeles y los mayorales y animales ostentosamente ataviados
que acompañan la figura relevante del Niño Dios.

Como la mayor parte de las fiestas religiosas, el Pase del
Niño fue introducido a Ecuador por los franciscanos, primeros
misioneros que llegaron al país. Ellos enseñaron el arreglo de
los pesebres en las iglesias y la novena y misa en honor del
Niño que continúan. Pero los pases que se inician el primer
domingo de adviento y culminan el martes de carnaval, son la
expresión más deslumbrante de estas manifestaciones
religiosas.

Convertida ya en figura mítica, la imagen del Niño Viajero
hace que las calles de Cuenca vibren de religiosidad y color
en una interminable procesión durante las cuales, además, hay
globos, castillos, cohetes y bandas de música de los pueblos.

Los carros alegóricos que ruedan lentamente evocan escenas
bíblicas del nacimiento de Jesús, de la huida a Egipto, de la
persecución de Herodes y otras nada religiosas pero llenas de
fantasía como grupos de gitanos, payasos y niños disfrazados
de inimaginables personajes.

Durante la procesión y ante la expectativa de miles de gentes,
se da la más linda conjunción de razas y credos: juntos
caminan los negro-danza y las cholas cuencanas, los cañarejos
y los árabes, los saraguros y los romanos; al lado de Superman
se baila el tucumán, mientras el Chavo del 8 va de la mano de
los niños jíbaros y éstos, se unen a la Mujer Maravilla, que
camina cercana a los charros mexicanos, en una fascinante
mixtura de figuras profanas y religiosas que ennoblecen esta
fiesta arraigada profundamente en el alma ecuatoriana.

Pero lo que más llama la atención en el gran pase son los
mayorales, caballos enjaezados con ropaje multicolor, con
frutas de la región, alimentos preparados, licores de la más
variada especie y, claro, con algunos dólares que se exhiben
colocados en el pico de un pavo, de una gallina y hasta de un
chancho hornado.

Y es que esta fiesta también es ocasión propicia para
demostrar el status del prioste, invitado por los
organizadores a financiar y unirse a la celebración. Así, de
manera velada, la estructura social del campesinado está en
juego y hay que demostrar que la economía familiar es boyante.
"Si alguien gasta 100 mil yo pongo 200 mil", dice uno de los
priostes.

La fiesta, igualmente, es una buena oportunidad para mostrar a
todos la donosura de sus mujeres, las cholas de la región, que
desfilan con sus mejores galas. De allí que la expectativa es
grande; desde los balcones y aceras, o mezclándose en la
procesión para fotografiar y filmar las escenas que se
suceden, todos convergen en la procesión.

El pase mayor

Pero al ser ésta una región de gente creyente y devota, los
pases de Niño son numerosos y diarios.

El ritual comienza con el arreglo de los pesebres, que en la
zona rural tiene aún otros encantos: subir al cerro para
recoger musgo, huicundo, líquenes y salvaje, vegetales que
nacen por generación espontánea en las alturas de la sierra,
tierra de plantas endémicas.

A lo largo de esta temporada, los domingos tienen el sabor de
la navidad. Los villancicos se escuchan por todas partes, los
animales enjaezados se pasean por las calles, bien acicalados
aunque adormitados, los niños están en la fiesta. No obstante,
en la mente de todos está el Pase del Niño Viajero del 24 de
diciembre, fiesta mayor adonde confluyen ciudadanos de las
tres provincias: Azuay, Cañar y Morona Santiago, que han sido
convidados "a acompañar al Viajero", protagonista de la mayor
concentración anual de peregrinos, turistas y lugareños. Para
este 24 de diciembre se anuncia que los carros alegóricos de
la "mantenedora", escenificarán el arribo de Colón. Allí
estarán La Pinta, la Niña y la Santa María, como para no
olvidar que la fiesta religiosa fue introducida en América por
los españoles.

El "Niño Viajero" y La "Mantenedora"

El "Niño Viajero" es un bellísima escultura trabajada en 1823
por un escultor anónimo. Perteneció siempre a la familia
Cordero, de la que heredó monseñor Miguel Cordero Crespo,
protonotario de la Diócesis, quien a lo largo de su vida
profesó una entrañable devoción a la imagen. Cada año el
sacerdote, tal como hacían sus ancestros, invitaba a la
vecindad, para compartir la novena al Niño en su casa. Así la
devoción aumentaba y se iba forjando lo que es hoy una
majestuosa procesión.

Cuando en 1961 hizo un viaje a Roma y los lugares santos de
Israel, Miguel Cordero llevó consigo la imagen que recibió la
bendición del Papa Juan XXIII y en Belén colocó al Niño en "el
sitio mismo donde nació Jesús", según relataba el religioso,
hoy fallecido.

El retorno del sacerdote y la imagen a Cuenca causó honda
emoción entre los devotos, que habían llorado la larga
ausencia, (algunos meses), al punto que la "mantenedora" del
Pase del Niño, acompañada de numerosas personas fueron a
esperarlos en casa del sacerdote. Al ver al Niño, las mujeres
exclamaron "por fin llegó el Viajero". A partir de esa fecha,
la imagen es conocida con ese nombre.

La historia de la mantenedora -persona encargada de guardar la
tradición- es, en tanto, un episodio de fe y profundo amor.

Agonizaba Rosa Palomeque de Pulla, que ya había organizado
junto a Miguel Cordero "la pasada". En el lecho de muerte, la
mujer tenía una sola preocupación: ¿quién se haría cargo del
Bonito?, ¿quien hará el pase? Tomó la mano de su hija y le
hizo jurar "no abandonar nunca al Viajero", "organizar todos
los años la pasada y "hacerse cargo del huerfanito".

En efecto, Rosa Pulla de Llivipuma, extraordinaria mujer
cuencana de 70 años, no ha olvidado el encargo de su madre.
Todos los años, desde hace 21, los primeros días de junio,
comienza su peregrinaje a los pueblos y cantones azuayos, así
como a Cañar y hasta Morona Santiago, para invitar a la gente
a la pasada.

Ella tiene los más dulces mecanismos de persuasión para
garantizar la concurrencia de la gente del campo y también de
la ciudad. Panes y dulces elaborados con sus manos, una copita
de vino u otro aguardiente, más la promesa de que "El viajero
es milagroso", hacen el milagro de reunir cada año a decenas
de miles de fieles que se dan cita desde muy temprano y desde
los más recónditos lugares del Austro en San Sebastián, donde
se concentran para luego ingresar al parque Calderón, en un
imponente desfile. Al finalizar viene la misa en honor al Niño
y más tarde la fiesta en la que se consume los alimentos que
llevaban en la procesión.

La ceremonia tiene el respaldo de la Universidad Católica de
Cuenca y su rector César Cordero Moscoso, sobrino de Miguel
Cordero, a quien su tío entregó el Niño que se guarda el resto
del año en el Monasterio del Carmen de la Asunsión. El apoyo
es moral y económico y garantiza que la tradición continuará
en la posteridad.
EXPLORED
en Autor: Thalía Flores - [email protected] Ciudad N/D

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