Washington. 22.12.92. La democracia en América Latina está en
buena parte aún en estado experimental y el poder militar es
algo así como un inestable elemento químico que amenaza con
hacer saltar por los aires a todo el laboratorio.

Pese a que en este año hubo en la región una media docena de
golpes de intentos golpistas -uno exitoso en Haití, os
fracasados en Venezuela, un autogolpe en Perú, insistentes
rumores en El Salvador, amenazas en Bolivia- Estados Unidos
todavía no acierta a vincular a los militares con la debilidad
de la democracia en América Latina.

De hecho, en los países desarrollados y especialmente en
Estados Unidos existe una fuerte tendencia a ver a los
militares como si fueran una simple fuerza benévola.

Pero, a pesar de los intentos de golpe, ¿es justo decir que en
América Latina la democracia por lo general no ha pasado de la
etapa tentativa?

Después de todo, la totalidad de los países latinoamericanos,
con la excepción de Cuba y Haití, es gobernada por un líder
elegido.

¿Y no es ello precisamente lo que caracteriza a una
democracia?

No.

Las elecciones son solo la mitad de la democracia. La otra
mitad reside en el modo de gobernar un país.

Y en la mayoría de las naciones latinoamericanas, los
militares tienden a hacer más de lo que les corresponde en
materia de gobierno, habitualmente por medio de procedimientos
que están reñidos con lo que la gente razonable llama
democracia.

"Democracia" es una de las palabras de que más se hace uso y
abuso y de la cual a menudo no se entiende el verdadero
significado.

En los países desarrollados, mucha gente piensa todavía que
una elección limpia es poco menos que sinónimo de democracia,
pero en las naciones menos desarrolladas es necesario un
análisis más en profundidad.

Una dirigente sindical hondureña, Narda Meléndez, se refirió
recientemente al enfoque que asimila elecciones a democracia y
dijo: "Esta forma de democracia es una burla y una parodia
cuando no garantiza los derechos civiles o políticos o el
derecho a efectuar demostraciones populares".

En 1991, por ejemplo, solo en Colombia fueron asesinadas por
razones políticas unas 3.500 personas.

En un informe del departamento de Estado norteamericano se
advirtió que los derechos humanos de los trabajadores son a
menudo objeto de serios abusos por parte de las fuerzas de
seguridad colombianas.

Sin embargo, Colombia fue el principal receptor de ayuda
militar estadounidense en América Latina en el año fiscal
1992.

En Venezuela, según el informe 1992 sobre derechos humanos del
departamento de Estado, la policía comete contra los detenidos
abusos que incluyen choques eléctricos en los genitales,
golpizas y violaciones.

Agrega que también son comunes los arrestos arbitrarios, la
corrupción y la ineficiencia.

Pese a ello, el informe elogia a Venezuela por su "perdurable
compromiso con la democracia".

Casos como el de Venezuela se repiten en muchos otros países
de América Latina.

A la guerra fría debe "agradecérsele" el alto nivel del
poderío y de los gastos militares en América Latina.

Durante más de 40 años, Estados Unidos y la Unión Soviética
trataron de comprar a las fuerzas armadas latinoamericanas con
dinero y armas.

Miles de millones de dólares fueron bombeados hacia la región
junto con una enorme cantidad de armas, y ello se justificó
con la supuesta necesidad de "protegerse contra enemigos
externos".

Los resultados fueron desastrosos.

Aumentaron vertiginosamente los presupuestos militares
mientras que se descuidaron las reales necesidades de la
gente, y al mismo tiempo se legitimó a los militares como
protagonistas políticos.

De ahí en adelante fue corto el paso que dieron los militares
para tomar el control de los gobiernos de la región.

Los oficiales militares se inmiscuyen ahora rutinariamente en
las decisiones de los gobernantes elegidos y cuando estos no
hacen lo que ellos quieren, como se vio en este año, están
prontos para tomar directamente el poder.

La democracia nunca es inevitable. Incluso en un lugar donde
casi con seguridad nunca habrá un golpe militar, Estados
Unidos, se evidencian deformaciones de la democracia, como
quedó gráficamente demostrado recientemente con la golpiza que
la policía de los Angeles dio a un automovilista negro.

¿Es realista pensar que la democracia puede ser consolidada en
América Latina durante los próximos años?

¿Podrá ser reducido el poder que en esa región tienen las
sobredimencionadas fuerzas armadas?

El ex presidente de Costa Rica Oscar Arias cree que si el
resto de los latinoamericanos siguiera el ejemplo de su país,
la democracia podría ir más allá de un estado de
experimentación.

Su país disolvió las fuerzas armadas en 1948 y desde entonces
alcanzó un desarrollo económico mucho mayor y ostenta mejores
antecedentes en materia de derechos humanos que cualquiera de
sus vecinos de América Central.

Arias ha estado promoviendo recientemente los beneficios de
una drástica desmilitarización, que es el eje de los acuerdos
de paz en El Salvador y de la re-creación del sistema político
panameño después de Noriega y de la invasión estadounidense.

La solución tiene más credibilidad por venir de alguien como
Arias, que conoce tan bien la situación de esa región.

A causa de los justificables resentimientos que provoca la
intromisión de las superpotencias, la solución en América
Latina puede consistir, además, en que Estados Unidos salga de
escena en todo lo que sea posible y deje que actores clave de
la propia región -por ejemplo protagonistas como el propio
Arias e instituciones como la Organización de Estados
Americanos (OEA)- tracen ellos mismos el largo y penoso camino
hacia la verdadera democracia. (IPS)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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