Quito. 03.12.92. Uno de los habitantes más característicos de la capital fue, sin duda, el chulla quiteño. Los más antiguos quiteños conservan aún recuerdos de quien fuera una figura infaltable de las plazas y cantinas centrales; los más jóvenes, que no llegaron a conocer al chulla auténtico, saben de él por un movido pasacalle que les enseñaron en la escuela y que escuchan los mayores al llegar a los momentos nostálgicos de las fiestas. Durante gran parte del siglo XIX, el término "chulla" estuvo relacionado con "el que no tenía pero aparentaba poseer mucho". Sin embargo, ese chulla que hoy sobrevive en una canción tradicional fue en sus épocas de apogeo mucho más que eso: un pilar de la ciudad, íntimamente relacionado con el típico sentido del humor de los citadinos, verdadero eje de la sal quiteña. Remotos antecedentes Quizá el rastro primero de la sal y del chulla quiteños se encuentre en la lejana España, en ese extraño y exagerado sentido del honor que caracterizó siempre a los españoles y que los hizo aparecer como extraterrestres frente al resto de Europa. Un honor que exigía una extremada rectitud en el actuar pero que, al mismo tiempo, reclamaba la obtención de un estatus, de un título de nobleza... de poder. Este doble carácter del honor español dio lugar a situaciones contradictorias, pues al mismo tiempo que buscaban una especie de santidad, los españoles recurrían a las artimañas más sucias para alcanzar el otro extremo del honor: el poder. Así se había originado y permanecía el eterno conflicto del caballero español, que se esforzó siempre por mostrarse como el ejemplar opuesto al villano, al hombre pobre, al vecino de aldea rústico y grosero. La Banca Tigre Este espíritu español arribó a América en el proceso de conquista pero, lejos de mantenerse intacto, experimentó particulares mutaciones. Entre los nobles de escudo familiar y los cholos e indios de la plebe, apareció un hombre de clase media, un mestizo que se dio el lujo de asumir varios aspectos del honor español -como la elegancia en el vestir, por ejemplo- y de rechazar otros, como aquello de "evitar el mal" y buscar la rectitud. Para él la rectitud no existía y al mal había que buscarlo... para saber de qué se trataba. Fue así como a finales del siglo XIX, tras la muerte de García Moreno y durante el gobierno de Veintimilla, apareció en Quito la singular Banca Tigre, que había empezado a conformarse en 1884. La Banca era un grupo de jóvenes de clase media para arriba, "una verdadera entidad del chiste, la picardía y el reguero de bolas" , también conocido como el "mentidero" de la plaza Grande o de la plaza del Teatro. Federico Fernández Madrid y Rafael Grijalva Polanco -quienes ya alcanzaban los 35 años- reunieron en torno suyo a 12 jóvenes -algunos de ellos bachilleres- que se hallaban ligados por el "don de la gracia" y, más que nada, por su profunda devoción por el alcohol. El grupo siguió creciendo hasta contar con representantes de todas las fuerzas sociales de Quito, a excepción de los grupos populares, artesanales e indígenas. Casi todos permanecieron solteros hasta su muerte y evitaron trabajar: el matrimonio y el trabajo estuvieron permanentemente peleados con su vida de chullas. Perfil del perfecto chulla El chulla andaba siempre bien vestido, aunque fuera con el único terno que tenía. Inclusive, no faltó quien dijera que debajo de su levita, el cuello, la pechera y los puños de la camisa inexistente estaban unidos por cordones... pero esto nunca llegó a probarse. Como complemento de su atuendo llevaba un sombrero arriscado -con las alas vueltas hacia arriba- inconfundible. Pero para crearse una imagen completa del chulla hay que contemplar muchas otras características suyas. El chulla quiteño era incumplido como él solo, pues en un Quito con lentos aires de aldea todo el mundo se había acostumbrado a vivir sin apuro; veía con cinismo sus propias desgracias y gozaba inventándose apellidos ilustres, viajes increíbles y fortunas dilapidadas.... Tal era su manía de fabular que muchos terminaron por no creerle ni lo que pisaba, mientras que otros -pobres generalmente- se apropiaron de su mundo imaginario e hicieron del chulla objeto de su admiración. El chulla que sería obispo Un caso típico del chulla en el que predominó esta característica, fue Luis Guerrero, quien permaneció en Europa mucho tiempo consumiendo la fortuna de sus padres en una supuesta carrera sacerdotal. Después de haber enviado una carta en la que anunciaba su ordenación, y ya cuando sus padres juraban que Lucho sería el próximo arzobispo de Quito, el chulla regresó de civil, después de haber vivido nueve años gastando el dinero de su familia en los más apetitosos placeres de Roma y París, pues nunca había sido clérigo. No se podía concebir un chulla que no llevara guardada una profunda frustración intelectual, y menos un chulla que no fuera poeta, recitador o cantor. Todas estas eran facultades que los chullas cultivaban con ahínco. Recuerde usted el "amar sin esperanza, y dar el corazón con toda el alma...": el chulla Enrique Espín Yépez es el autor de la letra y música de este pasillo. A más de fabulador, este personaje era por demás imaginativo: siempre estaba inventando historias inverosímiles. El chulla era una especie de duende que conocía absolutamente todos los rincones de la pequeña ciudad, y podía, por ello, esconderse en cualquier rendija cuando aparecía en el horizonte alguno de sus muchos acreedores. Además, el chulla era un verdadero mago, que se las ingeniaba para comer gratis y para trocar las botellas vacías en botellas llenas, aunque no tenía un solo centavo en el bolsillo. Las frases, sentencias, dichos, ocurrencias, anécdotas y chistes inundaban los encuentros entre chullas: "Es preferible vivir del crédito antes que morir de contado", decían con malicia. Los chullas fueron también actores e imitadores tan brillantes que uno de ellos, el Terrible Martínez, se atrevió a hacerse besar la mano por los creyentes disfrazado de arzobispo. Quizá algún chulla podía carecer de una que otra de estas características, pero, eso sí, todos participaban de la pobreza: la adquisición de un empleo, el aumento de los ingresos, hacían que "el chulla viniera a menos" y perdiera su calidad de tal. Tradicionalmente, la escuela de los Hermanos Cristianos y los colegios Mejía, Montúfar y Central Técnico fueron los proveedores de chullas para la ciudad; de vez en cuando, el colegio San Gabriel colaboró también con algún elemento. Había chullas y chullas... La tipología más general que se puede hacer de los chullas quiteños los divide en dos grupos: los aristócratas venidos a menos y los que provenían de un estrato netamente medio. Sin embargo, de acuerdo con particulares características de los chullas, es posible elaborar una clasificación mucho más amplia, como la que hace Fernando Jurado en su libro "El chulla quiteño". Para Jurado hay el chulla de oficio, ser de gran sensibilidad que vivía su tragedia personal con gran altura y dignidad, como el Sordo Piedra, el Terrible Martínez o el Trompudo Miranda. Y el chulla propiamente dicho, hombre de 14 oficios y 80 necesidades. También hubo -según Jurado- el chulla intelectual, como los escritores y poetas Carlos y Raúl Andrade Moscoso, Jorge Carrera Andrade y Gerardo Falconí Rodríguez. Y el chulla jurista, cuyo exponente más característico fue Arcesio Domínguez, quien tenía el don de solucionar los conflictos con argumentos por demás inteligentes e inesperados. Además estaban: el chulla músico, que no solo era bohemio y donairoso, sino que también cantaba como los dioses: Gonzalo de Sucre Gangotena, Fernando Freire Albuja...; el chulla artista, que ligaba su vivencia bohemia de chulla con el arte plástico y pictórico: Eduardo Kingman, Alberto Coloma Silva, José Enrique Guerrero.....; el chulla en el arte escénico, que sobresalía por su don histriónico y su enorme capacidad de imitación: Ernesto Albán Mosquera, Eduardo Albornoz y, sobre todo, el Terrible Martínez. Jurado encuentra también el chulla futre, que provenía de las clases altas y se reunía con sus homólogos de la plaza Grande y la plaza del Teatro, huyendo del hogar: Alberto Larrea, Bolívar Terán, Galo Plaza..., y el chulla presidente: Federico Páez, Alberto Enríquez y Galo Plaza. Finalmente está el chulla por ósmosis, que no tenía ninguna de las habilidades características del chulla pero siempre lo estaba secundando: el Talcahuano Manjarrés, Humberto Viteri, Mario Espinoza... La muerte del chulla Según el investigador Fernando Jurado, un conocedor del chulla quiteño, el chulla habría empezado a agonizar debido a diversas circunstancias: - El crecimiento de la ciudad y el abandono de la zona central por parte de los círculos altos y medios, que dejó a los chullas sin su sitio y sin sus oyentes de siempre. - La desaparición de las esquinas de los piropos y de las tabernas de la plaza del Teatro, que se convirtieron en chifas y pizzerías. - La publicación de "El Chulla Romero y Flores", en 1958. La obra de Jorge Icaza "traicionó literariamente" al chulla, pues descubrió su mundillo y sus artimañas. - El suicidio del Terrible Martínez en 1960, que mató simbólicamente al chulla. - El advenimiento de una nueva sociedad en la que la televisión derrotó a los relatos de los abuelos, y las tertulias, las serenatas, las frustraciones intelectuales y el sentido iconoclasta dejaron de tener sentido. El chulla ya no tenía razón de ser en ninguna parte. (1C)