Quito. 28 may 2001. Sus apologistas la llamaron "gloriosa", por devolver
la fe a un país derrotado bajo un régimen despótico.

Cuando el presidente Velasco Ibarra ganó sus primeras elecciones y se
retiró a la residencia presidencial dejando atrás la fanfarria popular
por la victoria, solo en su alcoba hizo una reflexión con estas palabras:
Esto ha sido la presidencia. Siglos antes un sabio gobernante había dicho
algo semejante: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Su primer gobierno
duró un año y fue derrocado después que un Congreso sectario negó la
aprobación de su plan económico, el célebre Plan Estrada, con el cual
trataría de superar una crisis profunda, derivada de la gran depresión de
los años 30 que aprisionó al mundo, incluso a los países más poderosos de
la tierra. Partió, entonces, a su primer exilio, en el que pobre y
solitario, trabajó como maestro para subsistir modestísimamente.

Pero aprovechó el tiempo para producir la que sería una de sus obras
cardinales, Conciencia o Barbarie, que inspiraría a amplios sectores
ecuatorianos, principalmente a los jóvenes que mantendrían su recuerdo en
el rescoldo de una llama que se agitaría por cinco ocasiones, en sus
aclamadas elecciones en las que triunfó con su palabra, su pensamiento,
su honestidad y su patriotismo ejemplar. Diez años después, luego de
pasar por una elección en que el más cínico fraude electoral le arrebató
la victoria, se produciría en el país un levantamiento popular,
calificado por muchos como una revolución, que lo fue en tanto se puso en
vigencia los principios de la libertad, negados durante casi medio siglo
por la perversión de esos principios. Los dirigentes de la izquierda
radical supusieron que el levantamiento popular se había producido para
instaurar la revolución social, olvidando que el mismo marxismo había
postulado etapas insalvables para la instauración de esa revolución, las
mismas que no se habían cumplido y no se cumplirían en parte alguna
porque la técnica y la evolución de la humanidad las habían contradicho.
Y si en la Rusia de los zares se produjo un intento de revolución
socialista, ese intento naufragó en la tiranía de Stalin y en la
instauración de gobiernos totalitarios, cuyos crímenes serían
descubiertos y condenados cuando el déspota falleció y sus conmilitones
se liberaron de la tiranía. La revolución del 28 de mayo El Ecuador había
pasado por una triple tragedia, la derrota militar, la suscripción del
Tratado de Río y la permanencia de un régimen despótico, negador
persistente de los principios de la libertad y de las garantías
constitucionales, aunque dijera que actuaba en nombre de esa doctrina y
de los mandatos de la Constitución.

Con el pronunciamiento plebiscitario del país, Velasco Ibarra emprende
una tarea primaria y fundamental, levantando el ánimo de un pueblo
deprimido por esas circunstancias históricas tan graves, dándole nuevo
optimismo, insuflándole esperanzas y señalándole un camino para la
revindicación de sus derechos. La esperanza agonizante empezó, entonces,
a brillar nuevamente. Derrotados y traicionados, pudimos dejar atrás el
desánimo, el dolor de la mutilación, la perversión de los principios,
para emprender en un camino que reconstruyera la nación semidesecha, que
pudiera tener en mente la reivindicación de los derechos nacionales y
populares. La Asamblea que se convocó para refundar la república, con una
mayoría adversa para el gobierno, equivocó el camino y pretendió
confeccionar una camisa de fuerza que inmovilizara al presidente y le
hiciera fracasar en sus afanes de reconstrucción nacional.

La mayoría de los legisladores de entonces, como ocurriría varias veces
en el agitado mundo de nuestra política, de una política sectaria,
provinciana, sin grandeza, tuvo solo un empeño, matar las esperanzas,
hundiendo en el desprestigio y en la derrota al presidente,
plebiscitariamente elegido. A pesar de todo, Velasco Ibarra puso en
vigencia dos principios fundamentales de la democracia representativa, la
libertad de sufragio y la libertad de enseñanza. El uno acabaría para
siempre con el fraude y daría al pueblo la conducción de sus destinos que
ya no estarían en manos de los Morongos de cada ciudad y de cada
provincia del país, incorporando al pueblo, definitivamente, a las tareas
políticas y, el otro, liberando a la juventud de la coyunda de un sistema
educativo que la había sometido, perversamente, a las maquinaciones de
una secta, a la que el pueblo llamaría con razón, la argolla e
implantando el principio de la libertad académica a la que se opusieron
quienes sostenían que eso vulneraría al laicismo, como si el laicismo
fuera la imposición de un falso y dirigido sistema educativo, contrario a
la libertad. La incorporación del pueblo a las tareas políticas, que
implantó el gobierno surgido de la revolución del 28 de mayo, fue
calificado como populismo, olvidando que el populismo es la agitación de
pasiones innobles para provecho personal de los falsos líderes.

Y se acentuó más este criterio equivocado, cuando Velasco Ibarra llamó a
su pueblo la gloriosa chusma, de la misma manera que se exaltó a los sans
culottes de la revolución francesa o a los descamisados y explotados de
todo el mundo, cuando se han convertido en autores y nervio de las
grandes transformaciones. Y es que en el Ecuador hubo, y hay todavía un
rastacuerismo acentuado que niega al pueblo las virtualidades que le
hacen protagonista de la historia.

LA OBRA MATERIAL DE VELASCO

Con presupuestos que ahora se considerarían insignificantes, aquejados de
los déficits producidos por la evasión de los tributos y la renuencia de
los que deben pagarlos, para colaborar con los destinos de la nación,
cumpliendo con una obligación, compensatoria de la seguridad y de las
garantías que les ofrece el Estado, Velasco Ibarra cumplió una monumental
tarea en cuanto a la realización de obras materiales.

Emulo, en este aspecto de otro gran constructor, García Moreno, Velasco
construyó carreteras, locales escolares, obras de regadío, de
electrificación, edificios públicos, fundó colegios, dotó a las Fuerzas
Armadas de implementos y equipo, profesionalizó a la Policía,
menospreciada antes, construyó hospitales, con una tarea monumental que
solo podía cumplirse con la pasión que puso Velasco en la obra pública. Y
especialmente concibió y ejecutó algo que uno de sus colaboradores,
convertido después en su adversario, calificaría como el hecho más
trascendente, después de la independencia, el Plan Vial que no solo
tendría el significado material de proporcionar caminos a la circulación
de los bienes económicos, sino que cumpliría una tarea espiritual, la
vinculación de la Sierra y la Costa cuyos habitantes eran, hasta
entonces, unos mutuos desconocidos.

Sus enemigos políticos solían decir que Velasco carecía de conocimientos
de la economía. Pero durante los gobiernos de este desconocedor de las
ciencias económicas, nunca saboreamos la amargura de la inflación y si
éramos un pueblo pobre, había una clase media importante y los menos
favorecidos por la fortuna, nunca pisaron los predios de la miseria, como
ocurre hoy que tenemos inflación del ciento por ciento y hay millones de
menesterosos. Y es que ese desconocedor de la economía sabía y
practicaba, sin embargo, el imponderable valor de la honestidad, de la
honradez llevada a los extremos, a tal punto que sus permanentes exilios
transcurrieron en medio de las necesidades apremiantes insatisfechas y
vivía con una pobreza digna, admirada por los gobiernos y los países en
los que pasó sus largos destierros y murió sin poseer bienes materiales,
pero pasó a la inmortalidad en brazos de las multitudes y, a medida que
decurre el tiempo, su gloria y su grandeza se acrecientan.

LA REALIDAD ACTUAL

Han transcurrido cincuenta y seis años desde la transformación de mayo.
¿Qué nos ocurre ahora? El más alto presupuesto del gobierno velasquista
fue de 250 millones de dólares, veinte veces menor que el de este año y
solo el déficit presupuestario, según las cifras presentadas por el
ministro de Economía es tres veces mayor que ese más alto presupuesto y
únicamente la evasión en las aduanas, cuantificada en seiscientos
millones, es, así mismo casi tres veces más alta que el mayor presupuesto
de los gobiernos de Velasco Ibarra que, al final de su último período,
dejó listo el contrato para la construcción del oleoducto
transecuatoriano y para la refinería y nunca se vanaglorió de que con sus
obras, sembradas a lo largo y ancho de la república, había fundado el
nuevo Ecuador, como vanidosamente ha sostenido el ministerio actual de
Energía por haber contratado el OCP concesionándolo a las compañías que
explotan el petróleo, mientras dos obras de las más importantes se
hicieron con los escasos recursos fiscales.

El endeudamiento público supera los dieciséis mil millones de dólares, en
tanto que ese endeudamiento en todos los gobiernos velasquistas juntos
jamás llegó a la décima parte, fuera de que esos gobiernos nunca
percibieron las enormes rentas del petróleo que hasta hoy ni siquiera se
sabe a ciencia cierta cuánto dinero han generado porque muchas de las
administraciones petroleras han estado marcadas por la negligencia o peor
aún, por las actitudes indebidas.

Velasco, además de las formidables tareas de sus gobiernos, escribió
quince libros, fecundidad literaria que pocos o ninguno de los escritores
puede presentar y, además, fue uno de los mayores oradores con que ha
contado el país. Medio siglo después de la transformación de mayo, la
figura de Velasco ya ha sido colocada entre las más ilustres del Ecuador
y del continente sudamericano y es considerado como uno de los tres o
cuatro grandes presidentes de la república. No se puede decir que Velasco
no cometió errores, si lo dijéramos estaríamos juzgando a un dios y no a
un hombre. Y para cerrar este somero análisis, hay que recordar a una
figura dulce, que fue su esposa, doña Corina del Parral, muerta tan
prematura y trágicamente, compañera de luchas, sueños y gloria a la que
tan bien sentaría aquello de que junto a un gran hombre, hay siempre una
gran mujer. (Texto tomado de El Expreso)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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