Quito. 15 may 2001. (Editorial) Se sabe ya con certeza que los ratones
sueñan y que los ratones de laboratorio sueñan en que están corriendo por
los laberintos de las jaulas.

Lo que no se sabe con certeza es si ese correr tiene una intención de
fuga o es una pura repetición de la actividad diaria. En otras palabras,
no se sabe si los ratoncitos de laboratorio sueñan como ratones
domesticados o como ratones que se han educado para la libertad.

En la semana pasada hubo una noticia sobre pequeñas escuelas primarias
que funcionaban sin ningún permiso ni control del ministerio. Funcionaban
por iniciativa de los ciudadanos. Unos ciudadanos, se suponía, que solo
buscaban hacer negocio a costa de los niños. De hecho, la información
sobre tales escuelas tenía el olor a denuncia de un escándalo. Se podría,
sin embargo, ver en este hecho una nueva tendencia positiva.

Esta nueva tendencia consistiría en que la ciudadanía quiere tomar la
educación en sus manos. La educación es responsabilidad de los padres y,
a lo sumo, de la familia de los padres organizada. Que se haya confiado
la educación a escuelas privadas o a escuelas oficiales responde a una
comodidad práctica. La comodidad de que haya un lugar equipado con
libros, maestros e instrumentos de enseñanza. La comodidad de que el
Estado provea de esos centros a menores costos para el padre de familia.
Esta comodidad ha descargado en las escuelas privadas o en las escuelas
públicas la responsabilidad de los padres. Que la ciudadanía vuelva a
hacerse cargo de la educación sería, pues, un retroceso positivo.
Retroceso, en cuanto prescinden del ministerio. Positivo, en cuanto los
ciudadanos toman el lugar del ministerio.

El ciudadano al asumir su responsabilidad sería como el ratón de
laboratorio que sueña hipotéticamente con escapar del laberinto del
laboratorio. El hecho de que el ministerio controle la educación sería
comparable a los ratoncitos que sueñan en seguir corriendo dentro de la
jaula.

¿Qué es una buena educación para un niñito de escuela? Que le guste leer,
que entienda lo que lea y que sepa poner por escrito los propios
pensamientos y sentimientos. Que entienda los procesos de la aritmética
elemental: cuatro operaciones, enteros y quebrados, regla de tres simple
y compuesta, interés e interés compuesto. Que sepa tocar un instrumento
de música, o pintar, o moldear. Que ayude en casa o en el barrio. Y que
tenga mucho tiempo para jugar y pasear. Que estos conocimientos y
ejercicios vayan rodeados de afecto: 90% de afecto y 10% de disciplina.

Ahora bien, esta educación la podrían dar fácilmente los padres. Mas como
estos, de ordinario, trabajan, la podrían dar los abuelos o los tíos
solteros. El Estado debería bonificar a estos jubilados y asumir la
educación de los dos primeros hijos. La educación del tercero, cuarto,
quinto, sexto y enésimo la debería asumir la iglesia a la que pertenezcan
los padres. Si -supuestamente- cada niño nace con el pan bajo el brazo,
la iglesia que estimula esta doctrina debe hacerse cargo de los hijos que
inculca traer al mundo.

Una educación en la propia casa es una educación muy personal, muy
controlada y muy hecha con amor. Un jubilado con sentido común y una
mínima preparación puede educar mejor que casi todas las monjas que lo
hacen por apostolado y a veces sin formación pedagógica apropiada y que
tienen que ocuparse de 20, 30, 50 pequeños. O que una maestra fiscal
muchas veces mal formada y siempre mal pagada y que debe enseñar clases
de 40, 50, 60, 70 niños.

Para control estaría un examen de ingreso al colegio sobre lectura y
aritmética. Un examen uniforme para todo el país. Un examen difícil por
lo largo, no por el contenido. Muchas familias ante esta libertad se
organizarían para educar a su gusto y placer a los hijos. Mientras menos
contacto tengan en la primaria con la educación formal, mucho mejor. Solo
este hecho de la falta de contactos los preservaría de la mediocridad y
de la pesada y estrecha mentalidad de la mayoría de las escuelas.

Al paso al que sale Ecuador de la crisis, todavía habrá para unos 10 ó 15
años de emigración. Los colegios deberían orientarse a formar emigrantes:
que sepan inglés, que sepan bien un oficio: cocinar, por ejemplo; o
preparar en los campos en que España, Estados Unidos, Italia, Alemania
necesitan mano de obra capacitada. Más aún, esos países podrían ayudar
aquí a los emigrantes a capacitarse. Al fin y al cabo esa inversión iría
en beneficio del propio crecimiento económico de esos países.

En fin, en vez de devanarse los sesos para aumentar el peso y la
extensión de las penas para quienes violen las leyes, sería más útil
tipificar ciertos comportamientos para bajo determinadas condiciones
ponerlos en el código penal. Las madres solteras, por ejemplo. Le hacen
más daño al Ecuador que los asaltantes de caminos. Piensan a corto,
cortísimo plazo. Y alimentan en alto porcentaje la población de
maleantes. Las madres solteras deberían pagar con una conscripción que
consista en prestar servicios cívicos hasta que devuelvan al Estado el
costo de la educación del tercero, cuarto y quinto hijos.

Todas estas cavilaciones van encaminadas a la necesidad de pensar la
educación y hallar soluciones domésticas para escapar de la repetición
estancada del ratón de laboratorio. Del Estado muy poco hay que esperar.

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Simón Espinosa - [email protected] Ciudad Quito

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