RÃo de Janeiro. 20.02.93. El RÃo de Janeiro pobre y mulato, de
las favelas empinadas y las ciudades dormitorio, vive a partir de
este viernes sus cuatro dÃas anuales de gloria, con el desfile de
las escuelas de samba, en el cual su poesÃa, su música y su danza
alcanzan dimensiones de ópera de masas.
Unos 100.000 integrantes de treinta escuelas de samba,
representando a los barrios populares de RÃo de Janeiro y sus
alrededores (9,5 millones de habitantes), competirán al son
estruendoso de sus baterÃas de percusión, cantando a voz en
cuello y sambando frenéticamente, con derroche de formas y
colores, por el reconocimiento y la fama de los Campeonatos del
Grupo Especial (14 escuelas, viernes y sábado) y del Grupo Uno
(16 escuelas, domingo y lunes).
Algunos ahorraron todo el año de sus magros salarios para poder
costear los disfraces, que dan derecho a participar, avaluados
entre 50 y 200 dólares. Otros, como los hombres que tocan en las
baterÃas, las mujeres de más edad que desfilan en la tradicional
ala de "bahianas", o los niños del ala infantil, todos de las
favelas y comunidades que constituyen el alma de las escuelas,
tienen su disfraz costeado por la propia agremiación.
Pero con la industrialización del carnaval, las escuelas abren
cada vez más espacio a las poblaciones blancas y de clase media y
alta de los barrios residenciales y costeros, que no tienen
escuelas propias y pueden costear los disfraces más
esplendorosos. Todas las escuelas se rindieron también en los
últimos años a aceptar turistas, que aunque tropiezan con el
complicado ritmo del samba carioca, contribuyen con sus divisas,
inmunes al 30% mensual de inflación.
El Carnaval es una gran industria. Sólo las 14 grandes escuelas
del Grupo Especial inviertieron este año 11,8 millones de dólares
en el desfile. Los barracones de las escuelas, donde se
construyen los carros alegóricos, movilizan a centenares de
artesanos y técnicos. Miles de personas confeccionan disfraces en
talleres domésticos.
La alcaldÃa invirtió 5,2 millones de dólares en acondicionar el
sambódromo, un circo de cemento con capacidad para 75.000
espectadores, levantado a ambos lados de una avenida de casi
1.000 metros de largo. La principal red de televisión del paÃs
pagó 1,5 millón de dólares por los derechos exclusivos de
transmisión de los desfiles.
Sin embargo, el Carnaval carioca sigue estando firmemente
enraizado en los morros de la ciudad, como San Carlos cuna del
samba en el centro de RÃo, Mangueira, Salgueiro, Borel, la
Serrinha de Madureira, de donde surgen los compositores y
"pasistas" (bailarines), y cuyas poblaciones defienden con
fidelidad y fanatismo los colores de su escuela. Porque el
desfile es antes que nada una competencia, una confrontación
apasionada entre barrios rivales, alimentada por 60 años de
tradición cultural y esfuerzo creativo.
Los entre 3.600 y 5.600 integrantes de cada escuela, divididos en
26 a 39 alas, cada una con unidad de disfraces y colores, con un
máximo de 12 carros alegóricos, cuentan visualmente el argumento
de su samba, elaborado y ensayado en un complicado proceso que
insume 6 meses.
Este año, algunas escuelas hablan de sus comunidades de orÃgen en
sus "sambas enredo" (sambas con argumento), como Unidos da
Tijuca, que al referirse a la mezcla de razas en Brasil dice:
"Canta Borel/ tu raza/ Hoy color de miel".
La Caprichosos de Pilares ensalza por su parte a todo el suburbio
de RÃo, su cultura y su forma de vida, en oposición a la blanca y
rica Zona Sur: "Soy suburbano/ soy caprichoso, asumido y
orgulloso/, eso ahÃ, obrero marmitero (que lleva su propia comida
al trabajo), y bagallero (que vende contrabando) allá en AcarÃ"
(una favela que tiene una famosa feria llamada "Robauto").
Sin embargo, los que hacen, inspiran y más vibran con el
espectáculo, no pueden asistir al mismo en el sambódromo,
excluidos por el precio prohibitivo de los ingresos.
El pueblo carioca hincha por sus escuelas y reconoce a sus
familiares y vecinos, agolpado en torno a los televisores. Los
más fanáticos van a ver a su escuela formada en las afueras del
sambódromo, mientras espera turno para desfilar. Otros en fin, se
apiñan en viaductos cercanos para atisbar el colorido del desfile
por las rendijas que dejan las tribunas.
Mientras tanto, en los casi 400 palcos del sambódromo, con
capacidad para entre 12 y 30 personas, que cuestan entre 2.500 y
13.000 dólares por noche, los ricos se agitan con champagne y
caviar, al paso de las escuelas.
Estas recorrieron un largo camino desde las miserables favelas
hasta la consagración actual del sambódromo y de los medios de
comunicación.
Con influencia de negros bahianos, madres de santo (sacerdotisas
de religiones afro-brasileñas) y estibadores portuarios, la
primera escuela de samba fue fundada en 1928 en la favela de Sao
Carlos, hoy representada por Estacio de Sa, campeona del Carnaval
92.
En 1933, estas agremiaciones de negros fueron aceptadas en el
Carnaval oficial carioca.
En la década del 60, impulsadas por la difusión televisiva de los
desfiles, las escuelas de samba derrotaron a las otras
agrupaciones blancas -las sociedades carnavalescas- y adquirieron
su brillo y lujo actual, saltando de un centenar de integrantes a
algunos miles.
En los años 70, con la intención de adquirir legitimización
social, los poderosos jefes del hampa local, en particular
banqueros de la loterÃa clandestina y algun traficante de drogas,
comenzaron a controlar las escuelas, completando con recursos
propios los que éstas reciben de los desfiles del año anterior,
de la venta de discos y de la transmisión televisiva.
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Ciudad N/D
Publicado el 20/Febrero/1993 | 00:00